determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 29 de julio de 2014

30. Memorándum a Roosevelt

 


   El 24 de enero de 1944 por la mañana, el presidente Roosevelt tiene sobre la mesa de su despacho el esperado memorándum del general Marshall acerca de la situación bélica y las expectativas realistas de futuro. De momento, es la única copia disponible.

“Reducida la exposición del escenario mundial a unos términos políticamente manejables y que permitan la toma de decisiones centralizadas coherentes, la situación militar de las fuerzas armadas norteamericanas en el momento actual del curso de la guerra contra las potencias del Eje vendría a ser la siguiente:

  “El punto más crítico es la defensa del Golfo Pérsico. Con el mantenimiento de nuestra posición en dicha zona del mundo logramos detener el avance enemigo hacia Persia y la frontera de la India, al tiempo que mantenemos comunicación terrestre con los territorios asiáticos de nuestro aliado, la Unión Soviética. Sin esta comunicación nos sería imposible enviar suministros a los soviéticos, suministros que, dada la gravedad de las circunstancias en las que se encuentra nuestro aliado, les resultan absolutamente imprescindibles."

  “Retirarnos del Golfo Pérsico supondría también el colapso de la defensa de la India, amenazada desde el este por el ejército japonés en Birmania y en el mismo interior por las divisiones políticas propias de la compleja división étnica y religiosa del subcontinente. La pérdida del control sobre la India por las fuerzas aliadas supone la automática pérdida de China, que ya no tendría esperanzas de ser abastecida. Esto a su vez permitiría a los japoneses dedicar mucho más recursos a la lucha contra el resto de países aliados. Es casi seguro que Japón atacará a Rusia esta primavera, con el deshielo, y esto, unido al desgaste sufrido por los soviéticos en la guerra y a la imposibilidad de recibir ayuda de los Estados Unidos, supondría una contribución decisiva a la previsible derrota de nuestro valioso aliado ruso.”

  “Los frentes periféricos africanos (Marruecos, Mar Rojo, Sudán y muy pronto probablemente el sur del Sáhara central) son de un valor secundario. Las distancias son todavía tan grandes que podemos permitirnos retiradas organizadas sin que esto suponga grandes ventajas para el enemigo.”

  “La victoria sobre Japón es solo cuestión de tiempo, ya que depende del poder aeronaval, y nuestra capacidad industrial para producir barcos y aviones supera a la de Japón por diez a uno. Pero si Alemania llega a hacer contacto directo con Japón la victoria total sería imposible. Este contacto puede producirse en caso de que Rusia colapse, se convierta en estado vasallo de Alemania y ponga entonces a disposición de ésta sus redes de comunicación que llegan hasta Extremo Oriente.”

  “Dada la enormidad del escenario bélico es urgente que nos fijemos en el hecho indiscutible de que nuestra capacidad de resistencia al enemigo alemán descansa en la capacidad de resistencia de la Unión Soviética. Hoy por hoy, los alemanes y sus aliados mantienen a las tres cuartas partes de sus fuerzas luchando en el frente ruso, de modo que el colapso soviético permitiría a los alemanes destinar más recursos a la lucha contra nosotros, especialmente en el sector del Golfo Pérsico. Por ello, para conseguir la victoria sobre las fuerzas del Eje habríamos de evitar a toda costa que el Ejército Rojo soviético deje de luchar a nuestro lado.”

  “Durante casi tres años el Ejército Soviético ha resistido las ofensivas alemanas de verano. En todas ellas los alemanes han logrado sustanciosos avances a través del inmenso territorio ruso, causando un elevadísimo número de bajas al enemigo. Sin embargo, durante los inviernos de 1941-1942 y 1942-1943 los rusos han desencadenado contraofensivas que les han permitido recuperar algún terreno y mantener la moral de sus combatientes. Esta situación ha cambiado en este invierno de 1943-1944 en el curso del cual no ha habido ni se espera que haya ninguna contraofensiva soviética. Muy al contrario, se teme que sean los alemanes los que ataquen al ejército ruso en Persia en el próximo mes de febrero, y todo indica, como ya se ha expuesto, que cuando llegue la primavera los japoneses declararán la guerra a los soviéticos, creando un nuevo frente y cerrando la última ruta marítima de suministros americanos a la URSS: el puerto de Vladivostok que durante el invierno es impracticable por el hielo. Para el verano de 1944 los alemanes lanzarían una ofensiva definitiva contra Moscú. En previsión de esta batalla frontal, los soviéticos están economizando sus fuerzas, ya que no disponen de más reservas. Su única esperanza es poder concentrar todavía alguna superioridad numérica ante Moscú, aun a costa de debilitar la defensa de Asia. Si son derrotados en Moscú y rechazados hasta la orilla oriental del Volga, se verán obligados a pactar un tratado de vasallaje a Alemania.”

  “Si los rusos se rinden en el verano de 1944, el desastre angloamericano en el Golfo Pérsico puede producirse a primeros de otoño, en la antesala de las elecciones presidenciales de noviembre.”

  “Nos consta que si los rusos todavía no se han rendido es porque las condiciones que impone Hitler incluyen el abandono y destrucción de Moscú y de todo el territorio ruso hasta la orilla occidental del Volga. Pero si de todas formas los alemanes se apoderan de estas tierras por la fuerza entonces ya no quedará razón alguna para que los rusos sigan combatiendo.”

  “El objetivo fundamental, por tanto, es mantener a los rusos lo mejor suministrados y apoyados que sea posible. Eso exige, como ya se ha expuesto, mantener abierta la ruta de Teherán, la capital de Persia, así como la ruta mucho más importante de Vladivostok. Y que el ejército ruso conserve el coraje y la fuerza suficientes para resistir en Moscú el próximo verano. El ejército ruso sigue siendo muy grande, dispone de gran número de armas de buena calidad y sus oficiales han mejorado mucho en su desempeño táctico, aunque casi han perdido la superioridad numérica y siguen siendo inferiores tácticamente, lo cual los pone en una situación extremadamente peligrosa.”

  “Es muy probable que en el próximo mes de febrero los alemanes intenten conquistar Teherán. Los movimientos de concentración de tropas en el sudeste del Cáucaso (al norte de Persia) nos lo hacen pensar así. Para defender la zona contamos con el 10 ejército británico, que está reforzándose hasta el límite de doscientos mil hombres (cincuenta mil americanos, de las divisiones 4 blindada, 29 de infantería y 44 de infantería) y el Frente de Persia del Ejército Rojo, con seis pequeños ejércitos que suman unos cuatrocientos mil hombres. Estas fuerzas habrían de enfrentarse, muy probablemente, al 1 Panzerarmee y al 17 Armee, que procederían del norte, del Cáucaso, y al 21 Armee y ejército turco, que procederían del oeste. Estas fuerzas cuentan con unos ochocientos mil hombres en su conjunto (la mayoría alemanes) y es probable que los persas se pongan de su parte. Solo podemos contar a nuestro favor con el factor de la superioridad aérea, y ésta sería muy insuficiente si el enemigo ataca a través de las montañas aprovechando su experiencia en tal entorno bajo condiciones metereológicas que impidieran volar a los aviones. La posibilidad de perder Teherán es muy alta. Es cierto que se incrementa el número de tropas estadounidense, al ir entrando en combate las nuevas fuerzas, ya adiestradas y equipadas, y es cierto también que los alemanes están realizando una movilización extraordinaria por haber agotado sus reservas anteriores, pero aún son superiores tácticamente y sus tropas auxiliares (turcos y árabes, entre otros) continúan mejorando”.

  “En cualquier caso, se ha de explotar al máximo nuestra superioridad aérea en la zona del Golfo Pérsico. Por ello es conveniente que se abandone en lo posible el uso de cazas sobre el cielo de Europa: los bombardeos estratégicos no pueden exigirnos el que no traslademos al Golfo Pérsico el mayor número posible de cazas y bombarderos tácticos.”

  “En resumen: si Teherán se pierde y Japón declara la guerra a la URSS, tal como se supone que tiene intención de hacer en la primavera, con el deshielo, es altamente probable que la guerra ya no pueda ganarse pues los rusos colapsarán durante el verano siguiente, y es muy probable que la India estalle en rebelión y guerra civil, produciéndose después la rendición de China”.

  “En consecuencia, hemos evaluado las posibles opciones realistas para poner fin a la guerra en las mejores condiciones posibles para los intereses del pueblo de los Estados Unidos de América”.

  “Primera opción: aceptar la propuesta de Stalin de un cambio total de estrategia y atacar cuanto antes, con el apoyo de las fuerzas soviéticas en Extremo Oriente, las islas del norte de Japón, a fin de crear y mantener una conexión segura entre los Estados Unidos y el territorio soviético oriental (así como con China). Esta es una opción arriesgada y que exigiría el abandono de casi todos los demás frentes (excepto el Golfo Pérsico). Exigirá también llevar al máximo el nivel de nuestra movilización, hasta 120 divisiones para el verano de 1945. No hay garantía de éxito y es casi seguro que el número de bajas será muy elevado.”

  “Segunda opción: abandonar en lo posible la guerra contra los alemanes (retirándonos del Golfo Pérsico, incluso) y concentrar todos los recursos en la guerra contra Japón para lograr una victoria militar definitiva a tiempo para las elecciones presidenciales de noviembre. En esta situación es casi seguro que los rusos se rendirán. Existiría entonces la opción de ocupar el Extremo Oriente soviético a fin de evitar el peligro de que los alemanes puedan utilizar este territorio para enviar suministros a los japoneses y prolongar su resistencia. Tampoco esta acción podría dejar de ser arriesgada y sangrienta.”

  “Tercera opción: pactar con Hitler la rendición incondicional de Japón y la ocupación por nosotros del Extremo Oriente ruso. Es poco probable que Hitler la acepte y la reacción de la opinión pública norteamericana sería difícilmente previsible, provocando quizá una ruptura social.”

  “Cuarta opción: pactar con Hitler una rendición de Japón y Rusia bajo ciertas garantías.”

  “Quinta opción: movilizar todos los recursos disponibles, hasta las doscientas divisiones de infantería, en lugar de las cien de las que disponemos ahora (apenas cincuenta en contacto con el enemigo de momento, más otras veinte pendientes de movilización) y continuar la guerra junto con nuestros aliados británicos y soviéticos hasta lograr la rendición incondicional del enemigo. Sería difícil que se contara con resultados alentadores antes de noviembre de 1944 y sería dudoso que incluso con tales medidas se pueda evitar la derrota en el Golfo Pérsico en caso de que los rusos sucumban.”

  “De todas las opciones, recomendamos, desde el punto de vista meramente militar, la cuarta opción (una paz negociada con Alemania). Sin embargo, esta opción (pacto con Hitler para la rendición conjunta de Japón y Rusia) tiene inconvenientes políticos graves, ya que no podemos saber cuál será la oferta que los alemanes podrían aceptar. Es muy poco probable que permitan que Moscú continúe en poder de los rusos, y es impensable que Japón acepte la rendición incondicional que la opinión pública norteamericana demanda.”

  “En el horizonte inmediato, la prioridad es defender Teherán. Si los alemanes se apoderan de la capital de Persia, destruirán el último nudo de comunicaciones que mantenemos con la Unión Soviética y las repercusiones políticas afectarán a todas las regiones al Este: Asia Central Soviética, Persia y Afganistán, y la India. Debemos considerar la pérdida de Teherán, si se diera, como un cambio de tendencia irreversible.”

  “En cuanto a los frentes africanos, es previsible que Hitler, para satisfacer las ambiciones de sus aliados españoles, franceses e italianos, desencadenará ofensivas hacia el sur. Es especialmente temible el nuevo Ejército colonial francés. Para el verano de 1944, el ferrocarril transahariano se hallará ya en el centro del desierto, haciendo posible una incursión francesa contra las regiones de África Occidental. Eso exige la formación de un nuevo ejército norteamericano en África Central, y el reclutamiento y movilización política de los pueblos africanos.”

    “En cualquier caso, cuanto mejor sea el desempeño táctico y la capacidad destructiva demostrada por las fuerzas norteamericanas, mayores serán las posibilidades de obtener un acuerdo favorable en unas negociaciones de paz. Es por lo tanto vital que el compromiso de todos los factores sociales del país así como la moral de la tropa sea lo más alta posible en los enfrentamientos armados previsibles a lo largo del año que comienza”.



  Tras leer el memorándum, Roosevelt observa que Marshall ha utilizado algunas valoraciones políticas y que, sobre todo, ha tenido en cuenta el factor de la opinión pública y las elecciones presidenciales. En teoría, eso no sería asunto suyo, pero en la práctica, su responsabilidad como estratega incluye también tales cuestiones.

  Desde el punto de vista militar, está claro que no hay esperanza de ganar la guerra. La superioridad naval aliada no tiene ningún valor en las masas continentales unidas por el Mediterráneo y la superioridad aérea nunca será suficiente. Los rusos no aguantarán otro año. Las posibilidades de que Francia, Italia y España luchen entre sí, son escasas. Y una división de infantes marroquíes o turcos vale lo mismo que una división norteamericana lanzada al combate sin adiestramiento suficiente. El que los alemanes hayan recurrido a una nueva movilización por agotamiento de sus reservas no significa mucho, porque los cálculos más conservadores consideran que, disminuyendo las exenciones al servicio militar del 40 al 35% tan solo (los rusos están en el 25% y ya no pueden bajarlo más), con eso obtendrían reservas para dos años más. Y siguen reclutando auxiliares no-alemanes y adiestrándolos y equipándolos cada vez mejor.

  Antes de dejar que otras autoridades lean el memorándum (especialmente, el Vicepresidente Wallace), el Presidente Roosevelt necesita hacer su propio juicio.

  Si la victoria es imposible, ¿no se le reprochará no pactar el fin de la guerra cuanto antes? Si los términos del Tratado de Paz dependen de cuál sea la situación militar en el momento de las negociaciones, ¿cuántas vidas americanas tiene derecho a sacrificar con el fin de obtener mejores condiciones?

  ¿Debe aferrarse a la única opción posible de victoria militar, la operación en el Pacífico Norte propuesta por Stalin?, ¿le seguirá el pueblo americano en tan dramática aventura?

  Roosevelt adivina que ésa va a ser la opción de Henry Wallace, de Morgenthau y de otros miembros de su Gabinete, los antinazis. Será la opción de los norteamericanos de origen judío, de los negros, de los liberales. No será la opción de los norteamericanos de origen irlandés, de los italianos, de los racistas sureños. ¡Debe impedirse a toda costa la división del país! Lincoln no se enfrentó apenas a la división étnica en las elecciones de 1864 (hubo un poco de problema irlandés...). Y el general Sherman le ganó las batallas que necesitaba para convencer a la mayoría de que la rendición incondicional del enemigo era viable.

  Si pudiera conseguirse una victoria…

  Roosevelt piensa rabiosamente. ¿Tiene más opciones?, ¿hay algo más en lo que Marshall no haya pensado?

  ¿El “proyecto Manhattan”? Los científicos que construyen la bomba atómica en Nuevo México todavía están lejos de un diseño funcional. Totalmente imposible tener nada antes de noviembre. Probablemente contarían con tal superarma mucho más tarde, en el verano de 1945, si acaso (por supuesto, el proyecto debe continuar, pues la perspectiva de que Hitler consiga antes semejante poder de destrucción es terrible, pero, en cualquier caso, a América no le va a servir ya para ganar esta guerra).

  Piensa también en la opción tercera (pactar con Hitler la destrucción de Japón): ésa sería la elegida por Mc Arthur, King y Nimitz. No solo porque la opinión pública pide el castigo a los infames que atacaron Pearl Harbour, sino sobre todo porque únicamente la destrucción de Japón satisfará el orgullo nacional. Pero el Presidente piensa también que los alemanes no lo aceptarán. Y sería una infamia aún peor vender a Rusia para que Hitler traicione a los japoneses. Aunque, por otra parte, ¿son los comunistas los amigos de los Estados Unidos?

  Roosevelt no piensa en los británicos. En realidad, ya no cuentan. Incluso sus fieles del Imperio abandonan: los sudafricanos primero, los australianos después, los canadienses después… los siguientes serán los indios. No, la decisión debe tomarla él. Sólo él.

  No llega a ninguna conclusión. Habrá que esperar a la siguiente batalla. Que probablemente sea la ofensiva contra Teherán…

Ooo

   La redacción de memoranda por el estilo del que aparece en esta historia se dio en algunos momentos dramáticos de la segunda guerra mundial. El del 14 de diciembre de 1941, redactado por el Estado Mayor alemán poco después de la entrada en la guerra de Estados Unidos fue fundamental. Contenía un solo error que quizá fue la causa de la derrota de Hitler: se aceptaba la idea de formar un “bloque defensivo europeo” que iría desde Gibraltar al Golfo Pérsico, pero se cometía el desliz de desdeñar para este fin las posibilidades de conquistar Suez desde el norte de África, apostando por la ruta del Cáucaso. Probablemente en esta equivocación influyó el que cuando se redactaba el memorándum Rommel había sido momentáneamente derrotado en la ofensiva británica “Crusader” (levantamiento del sitio de Tobruk el 27 de noviembre). En realidad, Rommel perdió la batalla solo por los éxitos de la Marina británica en hundir los suministros que le llegaban de Italia (un dato circunstancial, que podía remediarse fácilmente, como poco después sucedió, al reforzarse la protección de los convoyes), mientras que la conquista del Cáucaso por Alemania fracasó por inevitables causas estratégicas y en especial logísticas. El no distinguir entre los datos circunstanciales y los que revelan condiciones necesarias supone un fallo habitual en la línea de razonamientos.

  También en marzo de 1944 (antes de la batalla de las Marianas) el Estado Mayor de la Marina japonesa había reunido información suficiente para concluir que era imposible conseguir la victoria en el Pacífico y que la mejor opción era negociar la paz con el enemigo. No les sirvió de nada, porque la única opción que los norteamericanos ofrecían a Japón era la rendición incondicional.

   En los Estados Unidos, las opciones para un juicio sensato y atinado eran mayores que en los estados autoritarios, aunque la guía de la decisión del Presidente era vital en los Estados Unidos, sobre todo la guía de un Presidente tan carismático como Roosevelt. No ha de olvidarse por otra parte que los norteamericanos contaban con una opinión pública de un peso inevitablemente muy superior del que podía darse en los estados autoritarios. En plena guerra, los periódicos de prestigio discutían las opciones militares y el valor y efectividad de sus ejércitos. En buena lógica, Roosevelt debía tomar la iniciativa antes de que fuese la opinión pública la que la tomase por su cuenta y, sobre todo, antes de que la nación se dividiese en facciones políticas o, peor todavía, étnicas.

martes, 22 de julio de 2014

29. Navidad de 1943




   Hitler pasa la Navidad de 1943 en el "Berghof" de Berchtesgaden. Allí departe tanto con sus íntimos como con las altas autoridades del Estado y de las fuerzas armadas (que son más bien los mismos). Mientras tanto, en Berlín la población civil sigue soportando la obstinada campaña británica de bombardeos aéreos masivos. Esto disgusta a Hitler, pero en modo alguno va a hacer que se detraigan por ello aviones y pilotos de las operaciones ofensivas victoriosas a fin de emplearlos en la defensa de las ciudades (tampoco lo hizo Churchill cuando, antes de la invasión de la URSS, eran las ciudades británicas las bombardeadas). Hitler ha conquistado Bagdad, ha destruido otro ejército británico y para los primeros meses de 1944 tiene planeados más movimientos ofensivos, más conquistas. Para la venganza en el frente aéreo todavía tendrá que esperar al verano próximo, y esa venganza llegará y estará a la altura de la ira del Führer. Hasta entonces, la población alemana tiene que soportar este y otros sacrificios. Desde el punto de vista de Hitler, no es malo que todos los alemanes, y no solo los soldados, asuman la dureza de las condiciones bélicas. Hitler es consciente de que, pese a los bombardeos aéreos sobre Alemania, la guerra está prácticamente ganada y cree que el pueblo alemán debe formarse moralmente para gobernar la mayor parte del mundo cuando llegue la victoria.

  De eso habla con sus invitados. Goering y Milch le aseguran que el rearme de la Luftwaffe va según lo previsto a partir de las decisiones tomadas en agosto, cuando el desastre de Hamburgo: miles de jóvenes pilotos se entrenan en las apacibles costas del Mediterráneo y las fábricas sacan provecho de los nuevos recursos conquistados en mano de obra y materias primas, de modo que habrá siete mil aviones producidos al mes en junio de 1944: cuatro mil alemanes y los demás de las otras naciones del Eje (sin contar a Japón). También siguen adelante los proyectos de nuevas armas de poder espectacular: los cohetes y los cazas a reacción, sobre todo. Hitler ha aceptado que el nuevo avión a reacción Me-262 se prepare como avión de caza a pesar de su elevado consumo de combustible. Necesita cazas para sus acciones ofensivas. Si solo se tratase de responder a los bombardeos con represalias tal vez lo hubiese preferido como bombardero (en contra de la opinión de la Luftwaffe), pero para el verano de 1944 hay pendientes unas cuantas ofensivas…

  Entre los invitados de Navidad en Berchtesgaden está el austero mariscal Hausser, comandante de las Waffen-SS. Es objeto de especiales deferencias. La prensa nazi lo ha convertido en el gran héroe de la batalla del golfo Pérsico (a él, y no a Rommel). El empuje y sacrificio de los fanáticos SS lograron traspasar la muralla de fuego aéreo y artillero de los norteamericanos. Rommel y sus árabes solo habrían explotado la victoria de estos hombres escogidos.

    Hitler le explica a Hausser que los Waffen-SS han cumplido con creces sus expectativas. Le anuncia que su siguiente campaña será la conquista de Moscú, en la cuarta y última campaña de verano contra el coloso ruso. Y para ello no se empleará solo un Cuerpo Panzer SS, sino todo un Ejército Panzer SS a cuyo mando, por supuesto, estará él. Hitler ya lo ha diseñado en su imaginación: contará con dos Panzerkorps, al mando de los generales nazis Dietrich y Bittrich. El primero (Dietrich) incluirá a los veteranos de las divisiones Leibstandarte, Das Reich y Totenkopf. El segundo (Bittrich) incluirá las nuevas tres divisiones que han permanecido todo el verano del 43 en la zona del Canal Inglés (aunque no en territorio francés): las divisiones Frundsberg, Hohenstaufen y Hitlerjugend. También habrá dos cuerpos de infantería motorizada. Piensa que en uno de ellos podrían estar las divisiones Polizei, Wiking (con nazis escandinavos) y estoniana. En el otro estarían la división Nord (con alemanes oriundos -Volksdeutsche- de Centroeuropa), los letones (quizá con un regimiento o batallón georgiano) y la división Charlemagne de franceses. Le explica a Hausser el valor político de incorporar franceses en el ejército Waffen-SS: con ello amenazará a los petainistas en el frente interno con vistas al fin de la guerra. Hitler ha hecho ascender al coronel francés Puaud al grado de general, con mando de división, considerándolo un amigo de Alemania. A Hitler no le ha gustado el movimiento de los petainistas de convocar elecciones parlamentarias con vistas a la restauración de la monarquía. No teme a los franceses militarmente, por supuesto, pero sí la influencia política que su conservadurismo pragmático puede tener sobre los conservadores y monárquicos alemanes. Con todo, reconoce que las tropas francesas -y no solo las de la división "Charlemagne"- son de las mejores entre los no alemanas del Eje y si, como parece, Petain va a formar un cuerpo de ejército completo para la batalla final de Moscú, sería absurdo no emplearlo allí donde sería más útil.

General Edgar Puaud, comandante de la división de voluntarios franceses Waffen-SS "Charlemagne"

     La ofensiva final contra Moscú marcará un gran avance en la unidad de los pueblos arios. Hitler tiene datos indicativos de que muchos jóvenes arios no alemanes quieren participar en la lucha final contra el comunismo. Ya están acudiendo a los cuarteles en Alemania para comenzar su preparación. ¡Quizá pueda añadir otro cuerpo de infantería al Ejército de las SS! Contará, al menos, con veinte mil holandeses (una división entera), diez mil suecos y otros veinte mil más entre flamencos, valones, daneses y noruegos. También espera reunir a cinco mil suizos. Los gobiernos suizo y sueco, a pesar de su arrogante neutralismo, no han podido oponerse a que acudan los voluntarios a las oficinas alemanas abiertas en Zürich o Estocolmo para hacer los trámites previos a su ordenada partida hacia los campos de adiestramiento alemanes. Esos jóvenes podrán después tener un papel relevante en la nueva Europa. También quiere reclutar otros treinta o cuarenta mil balcánicos para esa batalla final. Una división de croatas y quizá otra de albaneses, y contingentes serbios y griegos. Y se va a reclutar voluntarios anticomunistas entre los prisioneros de guerra aliados. Hitler ya sabe que va a contar con un batallón de sudafricanos, alrededor de un millar de ellos, pero espera conseguir asimismo entre mil y dos mil hombres más entre estadounidenses, canadienses y británicos. ¿Por qué no? ¡Hay que pensar en el futuro!

    Para Occidente se comenzará a formar un tercer Panzerkorps SS que tiene que estar listo para el verano, tomando el lugar del anterior en el canal inglés. Las nuevas divisiones se llamarán Horst Wessel, Reichführer y Nederland -con voluntarios holandeses y flamencos-. Es probable que no tengan oportunidad de entrar en combate. La ofensiva contra Moscú aniquilará finalmente a los rusos, y los americanos se retirarán antes de las elecciones presidenciales. Con todo, se ha debido disminuir el número de exenciones a los varones alemanes a fin de reponer las bajas y complementar las tropas alemanas: cada vez hay más divisiones norteamericanas y los rusos, por su parte, están haciendo su último esfuerzo de movilizar a las reservas para la última batalla. Hitler es consciente de que sin las victorias de 1942 nunca hubiera podido conseguir que se le incorporaran a sus fuerzas, en valiosas funciones auxiliares, cientos de miles de árabes, turcos o españoles. Sin estas tropas nunca hubiera podido plantar cara a los aliados a estas alturas por mera falta de efectivos alemanes suficientes. Pero la guerra llega al final, y las victorias de entonces dan su fruto al cabo.

  Con Albert Speer Hitler trata acerca de los temas económicos. Recomienda a Speer que no confíe demasiado en los franceses, cuyo renacimiento industrial parece entusiasmar mucho al joven tecnócrata. Speer asegura, sin embargo, que los franceses serán capaces de fabricar mil quinientos aviones al mes a partir del próximo verano. Y buenos aviones. La agricultura, la industria pesada, la construcción naval y de automoción, todos los sectores de la economía francesa están en marcha, de modo que esta potencia industrial contribuirá de forma efectiva a la nueva Europa de Hitler. Speer también está satisfecho con los españoles: proporcionan mano de obra, y sus ciudades, sobre todo Barcelona y Valencia, acogen ya a gran número de industrias auxiliares alemanas en una región de climatología benigna y alejada de las incursiones de los bombarderos británicos. A nivel alimentario, el racionamiento sigue siendo severo en toda Europa, pero la situación no es peor que en el verano de 1942, y sin duda mejorará mucho tras la cosecha de 1944; la agricultura ucraniana, en particular, está rindiendo ya lo suficiente como para abastecer de alimentos a todas las tropas del Eje en el Ostfront. Y aún sobra para enviar a Alemania.

   Hitler le recuerda a Speer que para las campañas de conquista en África y Asia será necesario producir gran número de vehículos de transporte. Para el verano de 1944 no faltará combustible para hacerlos funcionar.

  Hitler está pendiente de todo y se siente preparado para vivir un año glorioso, de espectaculares victorias, muy lejos ya de las angustias de finales de 1941, cuando los rusos los detuvieron frente a Moscú justo al tiempo que los norteamericanos entraban en la guerra (y también al tiempo que, por primera vez y debido a la falta de suministros, Rommel era derrotado por los británicos en África). Asegura a sus invitados que, una vez cumplida su misión de conseguir la gloria para su pueblo, ansía dedicarse a la protección de las artes. Recuerda sin embargo que tendrá que dedicar algún tiempo a la reorganización política de Europa y a la reorganización de la sociedad civil alemana.

  Hay otras cuestiones políticas que juzga graves y no comparte con los invitados. A solas con el Reichsführer Himmler se informa de cómo va la solución final del problema judío. Hubo un retraso en la limpieza de los guetos polacos a partir del verano de 1942 (la “Aktion Reinhard”) debido a la puesta en libertad de los prisioneros franceses y la consiguiente necesidad de trabajadores judíos para sustituirlos. Pero el problema ya está superado: para el verano de 1943 los trabajadores españoles, egipcios, turcos y muchos eslavos han reemplazado no solo a los franceses, sino también a los judíos. Polonia ya está libre de judíos. Incluso en centros industriales como Auschwitz, en Polonia, ya no queda prácticamente ninguno.


                                                     Heinrich Himmler

  Himmler expone el caso de que algunos industriales alemanes se han quejado de que se les arrebate sus esclavos judíos, reemplazándolos por prisioneros rusos, civiles polacos o peones egipcios. ¿Es posible que la malevolencia judía haya llegado al punto de manipular la voluntad de buenos alemanes al crear relaciones de apego? ¡Un buen ejemplo más de la peligrosidad de la perversa raza judía!

  Pero el Führer no está satisfecho con la limpieza de judíos solo en Alemania, Polonia, Rusia y Rumanía. Antes de que acabe la guerra quiere eliminar a todos los judíos de Europa. Le explica a Himmler que deben presionar a los húngaros y búlgaros. Los gobiernos de esos países se resisten a tomar medidas de deportación, las únicas viables. ¡Cuando los árabes y los turcos están respondiendo tan bien a las indicaciones alemanas al respecto!

  En cualquier caso, para la primavera de 1944 Hungría y Bulgaria deben deshacerse de sus judíos (quizá medio millón). Himmler debe preparar un buen equipo de hombres para hacerse cargo de las operaciones de deportación desde esas naciones extranjeras.

  Una vez Hungría y Bulgaria hayan sido forzadas a entregar los judíos, Hitler convencerá a los franceses e italianos también. En este asunto, está satisfecho con los españoles. Allí hay más gitanos que judíos, pero los españoles se muestran muy orgullosos de haber sido un pueblo pionero en la búsqueda de la pureza racial ya desde los tiempos de Cristóbal Colón, y en consecuencia no han dejado de atender las recomendaciones de deportar sus minorías, con lo que de paso se contribuyó algo a disminuir el consumo de alimentos.

  Tras los necesarios apartes con sus más cercanos colaboradores, Hitler se muestra conmovido ante sus invitados cuando les dice que será la última Navidad en guerra. Y es que el hombre de auténtico genio se crece en las angustias de la lucha. Cuando la guerra acabe ya no podrá vivir tales sensaciones supremas. Tarea de todos será lograr que al menos su recuerdo perdure en la juventud de Alemania.

  Mientras tanto, en Bagdad, el mariscal Rommel pasa unas Navidades íntimas con su esposa y su hijo. Se siente dolido de no haber sido invitado a Berchtesgaden, pero él es sobre todo un militar y debe obedecer. Ya ha conquistado mucha gloria, ciertamente. Sospecha que no tendrá ocasión de derrotar a Eisenhower, arrinconado en Basora. Su enemigo americano ha creado una incomparable barrera defensiva de aviación y artillería, y Rommel sabe que los planes de conquista para el nuevo año no incluyen la aniquilación del bastión de Basora y el Golfo Pérsico. El Panzer Armee Asien (“Rommel Panzerarmee”, lo llama todo el mundo) probablemente ya no se verá envuelto en más batallas. Su tarea es forzar a los americanos a concentrar todos sus recursos en la zona, mientras otros generales alemanes obtienen más victorias periféricas en otras regiones.

   Y muy lejos de los nostálgicos soldados norteamericanos que se amontonan en las costas del Golfo Pérsico, en Washington, el presidente Roosevelt recibe diariamente las noticias que le envía su comandante en jefe Eisenhower desde esa parte del mundo. Éste informa de los esfuerzos que se hacen para evitar la caída de la moral de las tropas. Para ello, hacen alarde de la abundancia de sus recursos: constantemente llegan nuevas unidades de refuerzo americanas y barcos y barcos cargados de material.

   El puerto de Basora, por supuesto, no puede asumir semejante tráfico, de modo que se están usando los puertos persas que se acondicionan lo más rápidamente posible. Los de Khorramsar y Bushire son los principales, pero, aparte de potenciarlos, los aliados deben crear otros nuevos. A partir de diciembre llega un promedio de dos divisiones norteamericanas al mes a la zona. Pero llegan mal, mal equipadas, mal entrenadas y resulta difícil desplegarlas en la región de Persia y sur de Irak. De todas formas, el esfuerzo continúa, y se espera que para la primavera ya estén llegando tres o cuatro divisiones al mes: es imprescindible mantener el Golfo Pérsico.

  La moral no es tan buena como debería. Se dan incluso deserciones de soldados de Nueva York o Nebraska que se pierden en las aldeas persas, con sus armas. Se mantiene ciertamente la disciplina (Eisenhower ha ordenado ya el fusilamiento de algunos desertores), pero es imposible saber cómo evolucionará la situación más adelante. Todos temen a Rommel y a los Waffen-SS.

  Sin embargo, Eisenhower asegura que el honor también existe entre los norteamericanos. La idea de retirarse, de ceder ante los nazis, repugna a la gran mayoría.

  Al Presidente se le envía con regularidad la lista de las nuevas divisiones norteamericanas que se están desplegando en la zona del Golfo Pérsico, tras el breve parón del mes de noviembre debido al apresuramiento anterior de concentrar el mayor número posible de fuerzas ante la inminente batalla. Ahora hay que pensar, más bien, en una férrea defensa, y para ello ya cuentan con:

La 28 de infantería, llegada a Basora justo en diciembre, tras la pérdida de Bagdad.

La 79 de infantería, llegada a puertos persas en torno a Navidad.

La 6 división blindada, que comenzó a llegar cuando la batalla aún no había finalizado.

La 80 de infantería, que se espera para enero

La 88 de infantería, desde las islas Canarias

La 10 división blindada.

  Para febrero y marzo se espera a las 8 y 9 divisiones blindadas, y las 10 y 26 de infantería. La mayoría formarán parte del nuevo 3 ejército en Persia al mando del general Patton. También llegan divisiones británicas para reconstruir el perdido ejército 9. Los norteamericanos tienen ya tres ejércitos en combate contra los nazis: el 7 en Marruecos, el 1 en el Mar Rojo y el 5 en Irak, y está formándose el 3 en Persia. Se hacen planes para formar otro ejército para África Central, el 9 ejército norteamericano, en previsión de la ofensiva que alemanes y franceses planean para hacerse con el botín colonial prometido en la conferencia de Barcelona.

  A Roosevelt, de toda esta información, la que le preocupa sobre todo es la referente a la moral. Estos jóvenes que llegan a decenas de miles en grandes convoyes de veinte o treinta buques tras dar la vuelta al mundo se encuentran en un territorio extraño y primitivo, caluroso y sucio, rodeados por todas partes del caos de la intendencia militar. El Presidente se hace una idea del cuadro de confusión en el desembarco de los suministros, la inexperiencia de los oficiales y el trauma no superado de la derrota en Bagdad y Mosul. La concentración de armas y recursos puede no ser suficiente para compensar todo esto.

  Para colmo, se están produciendo las defecciones de los aliados. Primero fueron los sudafricanos, tras las elecciones que dieron el poder a los neutralistas, durante el verano. Después, los australianos, con el pretexto de que necesitan a sus soldados para la guerra contra el Japón. Y tras el desastre de Mosul nadie se extrañó que los canadienses se retiraran: habían perdido dos de sus divisiones, más el desastre de Dieppe el año anterior; la mitad de todo su ejército, formado por voluntarios. Los neozelandeses aguantan (sería un desastre en Próximo Oriente perder una división tan buena como la neozelandesa), pero los indios ya empiezan a flaquear.

  De hecho, la 6 división india, capturada en Mosul, se había rendido con relativa facilidad y todo indicaba que la mayoría de sus hombres iban a desertar e incorporarse a las fuerzas indias pronazis que alemanes y japoneses estaban organizando ya desde la primavera de 1941, cuando Rommel comenzó a hacer prisioneros del ejército indio. Los nazis se interesan ahora más por los musulmanes, sikhs y gurkhas que por los hindúes. Informados de las pretensiones musulmanas de formar un estado independiente, los nazis parecen querer provocar ahora más una guerra civil en la India que un movimiento continental por la independencia. En un principio, la Liga Musulmana de la India se había pronunciado como muy leal a los aliados (en contraste con el Partido del Congreso Indio, neutralista), pero la actitud promusulmana de Hitler está afectando también al equilibrio de fuerzas políticas en la India.

  En la Casa Blanca, de entre los colaboradores más próximos a Roosevelt, nadie o casi nadie flaquea. Los aislacionistas están fuera... aunque allí son peligrosos, porque encuentran cada vez más eco y son prudentes a la hora de pronunciarse por una “Paz con Honor”. El Presidente comprende que la gran batalla tiene que darse en la opinión pública libremente expresada en una democracia.

  El Vicepresidente Henry Wallace recomienda que se promulguen leyes de guerra que restrinjan los excesos de los aislacionistas. Es preciso llegar a un gran acuerdo político para sostener una actitud firme por la rendición incondicional del enemigo. Sus planes incluyen explotar el recuerdo de Abraham Lincoln, pero Roosevelt, aunque halagado, sabe también que es una comparación arriesgada porque Lincoln ganó las elecciones de 1864 defendiendo la rendición incondicional de los esclavistas del sur solo porque las batallas de finales de aquel año le estaban siendo muy favorables en la guerra civil.

                                 El Vicepresidente de los Estados Unidos, Henry A. Wallace

  Antes de Navidad, Roosevelt convoca a los principales líderes políticos. Y en contra de la opinión del Vicepresidente, el 22 de diciembre convoca también, discretamente, a Joseph Kennedy, que ahora lidera el grupo de presión "Paz con Honor", abogando públicamente por una paz negociada.

  En el encuentro con el Presidente, el ex embajador trata de mostrarse adulador y obsequioso, pero Roosevelt lo afronta con firmeza: le acusa de que no desea la victoria, sino reivindicarse a sí mismo, para que todo el mundo sepa que acertó en 1939, cuando instó a Estados Unidos a buscar la paz en el mundo separándose de la actitud belicista de los británicos.

  Kennedy replica que ahora no es ésa la cuestión, sino salvar al país de un desastre moral que parece inminente. La guerra de Estados Unidos no es la de Europa, sino la que se libra contra Japón. Es hacia ahí hacia donde debe reorientarse la política de la nación. No será tan malo pactar con Hitler en lugar de con Stalin.

  Roosevelt no es un filósofo, pero aun así tiene cierta visión de la que cree que carece el ambicioso ex embajador y rico financiero:  si Hitler gana, pierde la humanidad, el género humano mismo, no solo los Estados Unidos. Hitler no es Napoleón: Hitler es Atila o Tamerlán. La humanidad retrocederá siglos.

  Kennedy no ceja: es Estados Unidos la vanguardia de la humanidad. Lo importante es que Estados Unidos gane. Si el nazismo es tan perverso como se dice, los años posteriores a la guerra lo llevarán a su propia perdición.

  El Presidente no quiere seguir discutiendo ese tipo de temas. Por encima de todo, le señala a Kennedy que hay que evitar la división social en Estados Unidos entre partidarios y opuestos a una paz negociada.

  Entonces Kennedy propone una solución: que sean los altos jefes del Estado Mayor los que dictaminen si la guerra puede o no ganarse. No importan las teorías políticas: hay que tener en cuenta, por encima de todo, la realidad de los hechos de armas.

  Roosevelt acepta que no hay alternativa a un enfoque del asunto meramente estratégico, y hace ya tiempo que sospecha que Marshall es privadamente pesimista. Y ese par de chiflados del general Mc Arthur y el almirante King son mucho peores que él, constantemente escatimando los recursos que se envían para enfrentar a los nazis. Para ellos, como para la opinión popular más desinformada, es a Japón al que hay que vencer. De eso no le puede echar la culpa a Kennedy.

   Aquella Navidad Roosevelt tratará de insuflar esperanzas de victoria al pueblo americano, tanto en alocuciones radiadas como en diversos encuentros más o menos privados con personajes influyentes. Recordará cómo están siendo vengadas las derrotas de Filipinas con las victorias que se obtienen en las islas del Pacífico. Estas noticias gustan a la gente. También Bagdad será vengado, pero aquí no tiene éxitos de los que presumir. En lugar de eso hablará de la enormidad del esfuerzo industrial, de los miles y miles de aviones, tanques y buques que están siendo fabricados.

  Es una lástima que no pueda hablar del gran proyecto del arma atómica, al ser éste un alto secreto. Con todo, los cálculos más optimistas hablan de que quizá en el verano de 1945 podrían disponer de una bomba capaz de destruir una ciudad entera. Pero los rusos no pueden aguantar hasta entonces. En cualquier caso, el proyecto “Manhattan” debe continuar: el peligro de que los científicos alemanes desarrollen el mismo tipo de arma antes que ellos es enorme.

  Habrá algo que Roosevelt no podrá decir en público, aparte de ese proyecto armamentístico secreto: que, en su visión, acabar la guerra de otra forma que no sea la rendición incondicional del enemigo será un desastre moral para el pueblo norteamericano. Aunque al principio la gente no sea consciente de ello. En el fondo, Roosevelt envidia a Churchill, que suspendió las elecciones parlamentarias en 1940 (las últimas fueron en 1935... y el Parlamento entonces elegido es el que continúa en activo) y que sigue manteniendo la suspensión mientras dura la guerra. Él no puede hacerlo. 

  Antes de Año Nuevo, el Presidente exige al general Marshall un memorándum definitivo acerca de las expectativas de la guerra para el año siguiente, 1944, el año en cuyo día 7 de noviembre han de tener lugar las elecciones presidenciales.

Ooo

  Las encuestas de las que disponemos nos informan, entre otras cosas, de que en 1941 el 20 % de los norteamericanos quería la paz con Hitler, y todavía más significativo es un sondeo realizado a mediados de 1942 (es decir, en el momento en el que los alemanes volvían a cosechar victorias en Rusia y Norte de África) donde ya es la tercera parte los que quieren la paz con Alemania. Por esas fechas, en agosto (es decir, coincidiendo con el desastre canadiense de Dieppe), el 59 % de los francocanadienses se muestran en contra de la participación de Canadá en la guerra.

  Finalmente, una encuesta de opinión de la revista Fortune demostraba que antes incluso de que cayera Francia, la mayoría de los americanos creía que Alemania iba a ganar la guerra. Sólo un 30,3 por 100 veía alguna esperanza para los aliados. 

  Con estos porcentajes, reales, de entre un cuarto y un tercio de la población norteamericana partidaria de la paz con Alemania debido a los éxitos alemanes en los veranos de 1942 (y al deseo de que se dedicasen todos los recursos a la guerra contra Japón), resulta incluso conservador el panorama que se muestra en esta historia para las Navidades de 1943, cuando los norteamericanos ya han encajado varias derrotas frente a los alemanes e incluso frente a los italianos.

  Que nadie dude de que el ejército angloamericano era inferior tácticamente al alemán. Los desastres de Dodecaneso (noviembre de 1943: 4.000 prisioneros británicos), Arnhem (octubre 1944: 6.000 prisioneros británicos) y las Ardenas (diciembre 1944: 15.000 prisioneros norteamericanos) demuestran bien a las claras que los angloamericanos podían ser derrotados en enfrentamientos locales incluso en una época en la que los alemanes tenían ya perdida la guerra. Los alemanes, en cambio, nunca fueron derrotados por los angloamericanos cuando contaban con supremacía en el escenario general de la guerra, ni siquiera en Noruega y Creta, donde se expusieron a innecesarios riesgos debido al poder aeronaval enemigo. Quizá la batalla "Crusader" en el Norte de África, a finales de 1941, fue la excepción, pues los alemanes retrocedieron ante la ofensiva británica y casi diez mil soldados alemanes (y un número mayor de italianos) hubieron de rendirse... pero esto jamás hubiera sucedido si la fuerza aeronaval británica no hubiese dejado al ejército germano-italiano sin suministros al hundir los buques de transporte italianos. Si contamos con esta información, y dadas las circunstancias mostradas en esta historia (con el Mediterráneo cerrado), es evidente que a lo largo de 1943 se habrían producido graves derrotas aliadas. Entre las circunstancias a tener en cuenta, hemos de incluir que la movilización de las fuerzas terrestres angloamericanas habría sido más precipitada y, por tanto, las tropas habrían llegado al frente todavía peor entrenadas, con mandos más ineptos y sin duda peor equipadas.

  Las divisiones norteamericanas que se mencionan en este episodio para desplegarse en el Golfo Pérsico a primeros de 1944, tuvieron más o menos el siguiente historial en la realidad: 

  La 28 de infantería se formó a mediados de 1942, llegó a las islas británicas para continuar su entrenamiento y participó en la lucha en Normandía, en julio de 1944. En esta historia, se le envía al frente ya en diciembre de 1943. 

  La 79 de infantería siguió un recorrido parecido, no entrando en combate tampoco hasta la invasión de Francia en junio de 1944. En esta historia, llega al frente en diciembre de 1943.

  Otra de las divisiones de la invasión de Francia (junio 1944) fue la 80, que en esta historia llega en enero de ese año al frente.

  La 88 de infantería no llegó al frente de Italia hasta marzo de 1944. En esta historia se la hubiera destinado como defensa de las islas Canarias a primeros de 1943, siendo después trasladada en enero de 1944 al Golfo Pérsico para formar parte del 3 ejército de Patton.

  Para febrero y marzo de 1944 llegan al Golfo Pérsico en esta historia las 8 y 9 blindadas, y las 10 y 26 de infantería. Sus incorporaciones al combate en la realidad fueron más tardías. La 8 blindada no luchó hasta enero de 1945 y la 9 en octubre de 1944 (las dos en el noroeste de Europa). La 10 de infantería (montaña) comenzó a luchar en diciembre de 1944, en Italia, y la 26 en septiembre de 1944, en Francia. Ya antes se ha hecho participar en la batalla del Golfo Pérsico, en noviembre y diciembre de 1943, a divisiones que habrían recién llegado como la 3 blindada y la 4 blindada, y que en la realidad no entraron en combate tampoco hasta el verano de 1944, o la 4 de infantería que en la realidad también entró en combate por las mismas fechas. 

  En total, en la realidad, a finales de 1943 solo nueve divisiones norteamericanos habían entrado en contacto con el enemigo alemán: las seis que participaron en "Torch" (1 y 2 blindadas, 1, 3, 9 y 34 de infantería) y tres que se añadieron después para la lucha en Italia, que fueron la 82 aerotransportada, y las 36 y 45 de infantería. En esta historia, se habrán enfrentado a los alemanes, para estas fechas, aparte de esas mismas nueve, otras doce más (4, 5, 28, 30, 35, 79, 90, 91 y 92 de infantería, más las blindadas 3, 4 y 5).

  Para cualquiera que conozca cómo fue desenvolviéndose el ejército norteamericano en la segunda guerra mundial, quedará patente que estas unidades inexpertas estaban poco preparadas para el combate real a finales de 1943, y eso explica sus escasos éxitos en la campaña de Italia por entonces. Es bastante conservador considerarlas capaces de realizar una resistencia organizada y hasta cierto punto eficaz tal como se muestra en esta historia. Pero siempre hay que contar con los factores de valor que habrían seguido existiendo del lado aliado: el buen equipo, la abundancia de suministros, la abundante artillería y la superioridad aérea. Y, naturalmente, considerar que ahora se enfrentarán a menos divisiones alemanas, ya que, en ciertos escenarios, los alemanes pueden limitarse a apoyar a sus aliados italianos, turcos, árabes o españoles.

  El resultado lógico de esta suma de circunstancias habría sido, en todo caso, una Navidad norteamericana con derrotas, que hubiera supuesto una muy mala forma de afrontar el fin del año previo al periodo electoral de 1944.

martes, 15 de julio de 2014

28. Propuesta de Stalin

  A finales de octubre de 1943, con el Cáucaso y Leningrado perdidos, Stalin tiene ya pocas esperanzas de siquiera poder salvar Moscú. No habrá contraofensivas de invierno, como en los dos años anteriores, porque las reservas militares están bajo mínimos, ya no quedan apenas reemplazos, se han cortado las líneas de suministros aliados, los súbditos soviéticos no rusos (sobre todo los musulmanes) ya no son fiables y la moral está en su punto más bajo. Rusia se expone al completo desastre, si no a la destrucción física misma, y el régimen comunista, pese al terror impuesto, corre peligro de extinguirse: está claro que una vez que los nazis aíslen por completo a Rusia del resto de sus aliados y alcancen la línea Arkanghelsk-Astrakhan, exigirán, como mínimo, el fin del sistema marxista. 

  Todos los intentos de los soviéticos de firmar la paz con Hitler (se mantienen contactos via Estocolmo desde la derrota soviética en Stalingrado) acaban en la misma posición inflexible de los nazis: abandono de Moscú, retirada a la línea Arkangelsk-Astrakhan, liberación de los pueblos musulmanes, reducción del ejército y liquidación del judeo-bolchevismo… o eso, o la rendición incondicional. El mapa que le han mostrado a la embajadora Kollontai en Estocolmo muestra la firme línea del meridiano 40 desde las inmediaciones del puerto de Arkangelsk que luego baja hacia el sur hasta tocar el Volga a la altura de la ciudad de Yaroslavl: de ahí en adelante, todas las tierras al oeste del Volga quedarán bajo control total alemán. La "línea ártica del meridiano 40" se convertirá en un "limes" infranqueable de norte a sur duramente marcado por cemento, alambradas y campos minados libre de árboles y custodiado por soldados alemanes (dos ciudades, Cherepovets y Vologda, situadas al oeste del meridiano, serán borradas del mapa) y después el gran Volga será la frontera. No habrá más concesiones, aseguran los negociadores nazis que afirman ante los soviéticos ser generosos, pues los planes de 1941 -nunca muy concretos- hacían referencia no al meridiano 40, sino al 70 (Siberia occidental) o, cuando menos, a los Urales. De momento, los emisarios nazis no han mencionado aún Extremo Oriente ni los intereses de Japón. Sí han añadido que, en cualquier caso, lo que quede al este del Volga también estará bajo supervisión del III Reich: tipo de gobierno, ejército y policía, protección de minorías étnicas, establecimiento de bases militares nazis y control de los transportes (lo que permitiría a los nazis abastecer a los japoneses por el Lejano Oriente); Rusia será un protectorado, con soberanía limitada y bajo constante amenaza.

  Reunido con generales y consejeros, para Stalin solo aparece una posible solución para salvar Moscú, el comunismo, la mayor parte del país y mantener ciertas expectativas de futuro. Tras una fuerte discusión entre los dirigentes soviéticos (en la que Stalin, naturalmente, solo interviene al final), la propuesta llega al Presidente norteamericano Roosevelt una semana más tarde, a primeros de noviembre de 1943.

  En ese momento, los angloamericanos se preparan para resistir un probable asalto de Rommel contra las posiciones aliadas del Golfo Pérsico, donde se está concentrando una ingente cantidad de hombres, tanques, aviones y cañones. Roosevelt sabe que puede ser la batalla definitiva. Si detener a los nazis es posible, tiene que ser en el Golfo Pérsico (nunca se pensó que hubiera muchas posibilidades de ello en las orillas orientales del lago germano-italiano en el que el Mediterráneo se había convertido a partir de junio de 1942).

  Pero la propuesta de Stalin es revolucionaria, incluso comparable a la decisión de Hitler de cerrar el Mediterráneo, y no pasa en absoluto inadvertida en la Casa Blanca: Stalin propone la destrucción del poder japonés en el verano de 1944 a fin de garantizar un nexo geográfico entre Siberia Oriental y Norteamérica por el Norte del Pacífico. Este nexo geográfico utilizaría en gran parte las rutas de abastecimiento a la Unión Soviética ya puestas en marcha por el programa de "Lend-Lease".



  Stalin explica en su carta que la Inteligencia soviética sabe (también los angloamericanos lo saben) que, una vez llegue el deshielo, en marzo o abril de 1944, los japoneses declararán la guerra a la URSS. Los japoneses son conscientes de que la guerra en el Pacífico la tienen perdida, pues depende de la capacidad industrial para fabricar barcos y aviones, en lo que los norteamericanos los superan de forma aplastante. Por eso van a atacar Rusia, con el objeto de que, a cambio, Alemania garantice, cuando menos, una paz aceptable para Japón.

   Y para Hitler está claro que la mejor forma de forzar a Rusia a la sumisión es incomunicarla. Ya ha tomado el Cáucaso y Murmansk, y planea tomar el Golfo Pérsico, cerrando así la totalidad de los espacios de Asia Central. Sin embargo, siempre quedará la ruta del Pacífico, Vladivostok y Petropavlosk, los puertos de Siberia por los que los norteamericanos, pasando ante las mismas costas de Japón (los mercantes americanos llevan bandera soviética de conveniencia), ya envían una parte importantísima de sus suministros (aunque no los que incluyen armamento, algo que es controlado por inspecciones japonesas). Para eso Alemania necesita a Japón tanto como Japón necesita a Alemania, porque sólo Japón puede garantizar el cierre de la última vía de suministros a la Unión Soviética.

  Lo que propone Stalin es adelantárseles. Stalin propone que, lo antes posible, Estados Unidos despliegue su extraordinaria capacidad de movilización de material para reforzar la red ya existente de aeródromos y puertos entre Alaska y Siberia Oriental, y los utilice para transportar tropas y atacar a Japón desde el norte del Pacífico. Los norteamericanos ya han recuperado las islas Aleutianas, lo
que supone una condición indispensable para lograr tal giro estratégico.



  En suma: que la flota norteamericana se desentienda del Pacífico Central y se concentre, en cuanto la meteorología lo permita, en el Pacífico Norte. Rusia atacará Manchuria, Sakhalin y Corea, capturando el Estrecho de La Perousse (entre Sakhalin y Hokkaido) mientras los marines desembarcarán en las Kuriles, y a partir de ahí se unirán a los rusos en la conquista de Hokkaido, una de las cuatro grandes islas del archipiélago japonés, apoyados por las fuerzas del Ejército Rojo.






   Con el poder económico norteamericano (y con el poder demográfico chino, no hay que olvidar este factor adicional) pueden conseguir que en el mismo verano de 1944 Japón se vea forzado a pedir la paz ante el acoso en la propia metrópoli y ya no en remotas islas del Pacífico Central.

  Stalin considera que puede sumar más de un millón de hombres para la ofensiva en Manchuria y Corea, y otros miles para apoyar las operaciones anfibias de los norteamericanos. Desde los nuevos aeródromos americanos en Siberia Oriental la aviación de los Estados Unidos sostendrá toda la ofensiva con su inmenso poder destructivo. Dada la capacidad demostrada por los ingenieros norteamericanos en desarrollar instalaciones de campaña, todo eso puede lograrse a tiempo. Además, avanzando desde Siberia sobre China y Corea se logrará también rearmar a los chinos. Sería una conexión sólida entre tres poderosos aliados: Unión Soviética, Estados Unidos y China.

  Liquidado Japón, Rusia y China podrán mantenerse indefinidamente con el apoyo económico norteamericano. Hitler no podrá ganar.

  Stalin recuerda a Roosevelt que, si Rusia queda rodeada, sin suministros americanos, no tendrá más salida que convertirse en un estado vasallo de los alemanes, y entonces a Hitler no le costará más que un poco de gasolina el conquistar toda África, toda Asia, y tal vez incluso Inglaterra y Sudamérica. Incluso, desde Siberia Oriental, los rusos podrían invadir Alaska. Stalin ofrece a Rusia como cortafuegos a los americanos.

  La propuesta, que pronto se conocerá como "la conexión ártica" en los no tan discretos círculos estratégicos y diplomáticos de Washington, choca y espanta al Presidente americano, pero la seriedad de la situación hace que se atreva a discutirla con sus más valiosos consejeros. El Vicepresidente Henry Wallace, que ha sido informado por los mismos rusos de la propuesta por una vía paralela, la apoya vivamente: Rusia es quien sostiene la guerra, ciento cincuenta divisiones alemanas luchan en Rusia y apenas treinta contra los angloamericanos. Si Rusia cae, se pierde todo. El general Marshall se opone: no es viable porque no podrían llevar a cabo semejante ofensiva en solo un verano, se trata de un desafío logístico por encima de todo lo que han hecho ya. Además, significa abandonar el Golfo Pérsico y con ello caería la India sin que hubiese ninguna seguridad de que China pudiera salvarse abastecida desde Siberia (o desde Formosa, si esta gran isla es conquistada también a tiempo).

   Lo peor de todo es considerar que la resistencia japonesa puede impedirlo. La victoria solo es factible durante el verano, pues cuando lleguen de nuevo los hielos y las tormentas no podría mantenerse una ofensiva útil desde Siberia Oriental. Más aún: ¿pueden los rusos atacar a Japón y al mismo tiempo sostener su frente contra los alemanes? Conquistar las Kuriles, cuyas islas del sur cuentan con bases aeronavales (ha habido ya algún ataque aéreo contra ellas desde las Aleutianas), podría suponer una matanza de soldados americanos mucho peor que la de Guadalcanal, tan cerca del territorio japonés (¿cómo podrían impedir que los japoneses envíen refuerzos a las islas?).Y para mantener una ruta constante de abastecimientos a Siberia Oriental (aun así, vulnerable a los hielos en invierno) habría que asegurar el estrecho de La Perouse y llevar la guerra al norte -cuando menos- de la isla de Hokkaido, que forma parte del corazón del territorio nacional japonés. Implicaría una lucha de ferocidad comparable a las batallas de Stalingrado y Leningrado. La opinión pública norteamericana no soportaría sacrificios humanos tan terribles a la espera de un resultado incierto... y tan cerca del mes electoral de noviembre de 1944.

  Otros objetan problemas políticos: ¿soldados bolcheviques y norteamericanos luchando juntos contra Japón?, ¿un Japón comunista será el resultado de su derrota?

   Roosevelt se inclina en un principio por la opinión de Marshall. La propuesta de Stalin la juzga como desesperada y, de todas formas, no hay tiempo. Los rusos confían demasiado en la eficiencia de los ingenieros norteamericanos. Hasta abril no podrían empezar a construir aeródromos y puertos en el Pacífico Norte. Y los submarinos americanos todavía no han aislado la ruta japonesa de los suministros petrolíferos que vienen de Insulindia.

   Hay también un inconveniente de política interna: esta campaña supondría un tremendo sacrificio de vidas durante el verano de 1944 y se abandonarían todos los demás frentes, más prometedores en lo referente a obtener victorias (el Pacífico Sur y Central) para concentrarse en crear el nexo de unión entre Rusia y América con peligrosísimas operaciones anfibias a gran escala contra las mismas islas japonesas.

  La primera precavida respuesta norteamericana (más bien negativa) llega a Moscú justo cuando Rommel ha lanzado ya su gran ofensiva hacia el Golfo Pérsico, ahora que el invierno ha paralizado las luchas en Rusia. Stalin también sabe que esta batalla puede ser decisiva: si Rommel es detenido, es posible que todavía algo pueda salvarse…

  El resultado de la batalla del Golfo Pérsico (con la pérdida de Mosul y Bagdad para los aliados, pero no del gran puerto de Basora) permite, al menos, mantener la conexión Golfo Pérsico-Teherán-Asia Central. No es el peor resultado, aunque no se sabe tampoco durante cuánto tiempo podrá mantenerse Teherán. Los generales soviéticos se indignan al recibir instrucciones de Stalin de reforzar el “Frente de Persia” para salvar el nudo de comunicaciones de Teherán ¡ésa tendría que ser la tarea del 10 ejército británico!

  En los días siguientes (previos a la Navidad de 1943) las informaciones cada vez más detalladas sobre los planes japoneses de atacar a Rusia llegan con claridad hasta Roosevelt y Stalin. Al fin y al cabo, los norteamericanos están leyendo todos los mensajes secretos que el embajador japonés Oshima envía de Berlin a Tokio. Y mientras tanto tiene lugar el asalto anfibio a la pequeña isla de Tarawa, en el Pacífico Central: más de mil muertos estadounidenses en un par de días para tomar una isla diminuta en medio del océano y de mediano valor estratégico, ¿qué ocurrirá si atacan las islas Kuriles y Hokkaido, en el mismo Japón? Cerca de Tarawa, en la conquista de la también diminuta isla Makin, un portaaviones norteamericano mediano que apoyaba el desembarco, el "Liscome Bay", fue, en un descuido, alcanzado por los torpedos de un submarino japonés ¡seiscientos muertos! No, desde luego, no se puede mandar a toda la flota norteamericana a las islas de Japón dentro de seis meses...

 Este invierno no hay contraofensiva en Rusia del Ejército Rojo. Los rusos tratan de evitar bajas, ante la experiencia de los escasos frutos de las contraofensivas de los dos inviernos anteriores. Para los rusos, las pérdidas en bajas del otoño de 1943 no han sido peores que las del otoño de 1942 (en conjunto, unos cuatro millones de bajas irrecuperables al año, lo que suma ya doce millones contando las de los dos años anteriores), pero el territorio se restringe, el reclutamiento ya no da apenas para reponer las pérdidas, la lealtad de los veinte millones de musulmanes soviéticos que quedan ya no vale nada, se ha interrumpido la llegada de la mayor parte de los suministros americanos, se ha perdido el petróleo del Cáucaso y las fábricas de Stalingrado… Y además es preciso reforzar Siberia Oriental en prevención de la ofensiva japonesa que se espera para marzo o abril. Teniendo en cuenta las condiciones del invierno siberiano, semejantes preparativos no pueden hacerse con rapidez.

  Tampoco las acciones partisanas tras las líneas enemigas tienen éxito: muchos rusos y ucranianos se han resignado a vivir bajo el yugo alemán, e incluso algunos de ellos han sido reclutados en unidades antipartisanas colaboracionistas. De hecho, ahora los prisioneros rusos reciben un trato mejor porque se les necesita para trabajar en el espectacular relanzamiento de la industria militar del Eje que dirige Albert Speer.

  Tras la derrota del Cáucaso, a partir de septiembre de 1943, Stalin es informado de que están desertando un promedio de diez mil hombres al mes: son ya demasiados los que prefieren sobrevivir como esclavos en las fábricas, campos y minas alemanes a morir luchando por lo que consideran una causa perdida. En Asia Central la situación es la peor de todas debido a las noticias que llegan de cómo los nazis apoyan a los nacionalistas musulmanes en todas partes. Prácticamente, se ha dado por finalizado el reclutamiento de musulmanes por parte del Ejército Rojo. Las repúblicas soviéticas de Uzbekiztán, Kazajstán, Turkestán, Kirgizstán y Tajikiztán suman casi veinte millones de habitantes y la mayoría de sus jóvenes prefieren desertar a ser reclutados. La frontera de Afganistán se ha vuelto muy peligrosa pues a través de las montañas pasan cada día centenares de desertores y hay escaramuzas con las tribus armadas del desorganizado reino. Ahora desde el Bakú ocupado emiten las radios turcomanas pro-nazis, y la propaganda nacionalista está llegando a Persia, Afganistán y hasta la India musulmana. También se están formando bandas de desertores en los remotísimos parajes fronterizos de Tibet y Xinjiang.

  Todo eso significa que el Ejército Rojo tiene que incrementar la vigilancia de las fronteras. En cuanto al Frente de Persia -las tropas rusas que apoyan al pequeño Décimo Ejército británico en la frontera persa-, a los tres ejércitos que comanda el general Tyulenev (los 18, 37 y 9) se suman otros tres (los 65, 60 y 38, escapados de la bolsa de Bakú), lo que daría medio millón de soldados rusos ocupando Persia y plantando cara, codo a codo con el abigarrado 10 ejército británico, a los cuatro ejércitos del Eje que se están posicionando en las fronteras noroeste de Persia: los vencedores de Mosul -el ejército turco y el 21 Armee-, más los vencedores de Bakú -el 1 Panzerarmee y el 17 Armee-.

  En este invierno, la población de la URSS está reducida a 120 millones de habitantes, de los cuales unos veinte son musulmanes que, lejos de proporcionar tropas u obreros fiables, necesitan vigilancia. La movilización permite mantener seis millones de combatientes ante las fuerzas del Eje (hombres y mujeres, de todas las edades), y de estos, medio millón están en Persia, sin contar otros tres millones que se reparten entre Extremo Oriente, donde esperan el ataque japonés, y en las fronteras de Asia Central, por donde se infiltran desertores a los desorganizados países vecinos (el total de uniformados, sumando fuerza naval y aérea, convalecientes y reclutas en primera fase de adiestramiento llega a doce millones). Las reservas de tropa se encuentran al límite, pese al recurso de movilizar mujeres y reducir al mínimo la mano de obra en todos los sectores económicos.

  Los cinco millones y medio de combatientes soviéticos que se enfrentan a Hitler en Europa (sin contar el frente persa) se agrupan en diez Frentes que engloban cincuenta pequeños ejércitos dentro de los cuales se cuentan más de trescientas divisiones y treinta cuerpos de tanques. Tales fuerzas defensivas se oponen a doce ejércitos alemanes (de norte a sur: 20 Armee, 18 Armee, 16 Armee, 11 Armee, 3 Panzerarmee, 4 Armee, 9 Armee, 2 Panzerarmee, 2 Armee, 8 Armee, 4 Panzerarmee y 6 Armee)  y cinco no alemanes (de norte a sur: finlandeses, húngaros, italianos, rumanos y turcos) lo que en total suma dos millones y medio de soldados alemanes (se descuentan los tres ejércitos alemanes desplazados a las inmediaciones de Persia: el 21 Armee, 1 Panzerarmee y el 17 Armee) y dos millones de no alemanes, ya que, aparte de los cinco ejércitos no alemanes, se cuentan los cuerpos de ejército búlgaro y español, divisiones de franceses, estonios, letones, eslovacos y croatas, más contingentes menores de voluntarios de otras nacionalidades (como holandeses, flamencos y noruegos), y una cantidad indeterminada (no menos de doscientos mil hombres, en todo caso) de renegados ex soviéticos, musulmanes o no, muchos de ellos diseminados dentro de las divisiones alemanas (como "batallones", "Legiones" o simples "auxiliares" no armados), pero contándose ya con un cuerpo de infantería completo de tropas "cosacas" -eslavos- de caballería e infantería que lucha eficientemente. La defensa costera del mar Caspio corre a cargo del 12 Armee y se está formando un ejército de turcomanos del Cáucaso que se prevé que habrá de sustituirlo en la tarea defensiva durante el verano siguiente (cuyo mando e instrucción están a cargo de nuevo del general turco Nuri Killigil, el antiguo comandante del ejército islámico del Cáucaso de 1918 y de la división turca de voluntarios formada en 1942). Este contingente poderoso se beneficia además del descenso de actividad partisana en el territorio ocupado, de modo que se han disuelto algunas divisiones alemanas de seguridad y de infantería de la Luftwaffe.

  Sin embargo, los alemanes también agotaron sus reservas y han disminuido el porcentaje de varones excluidos al servicio militar. En el momento de la batalla de Stalingrado, los excluidos del servicio militar alemán eran el 45%, frente al escaso 26% de los rusos. Ahora bien, un descenso del 45 al 40% les permite a los alemanes disponer de novecientos mil hombres más como reserva... suficiente para dos años (necesitan un máximo de cuatrocientos mil para complementar anualmente los quinientos mil que son repuestos por los nuevos reclutas jóvenes, ya que las "bajas irrecuperables" alemanas al año suman unos seiscientos mil muertos y desaparecidos, más trescientos mil inválidos). Los rusos, en cambio, ya no pueden bajar más el porcentaje de excluidos. Mucho menos si se quedan sin suministros americanos (necesitarán fabricar más bienes... lo que requiere más obreros). Los alemanes disponen cada vez más de trabajadores extranjeros y de productos industriales extranjeros.

   Los doce ejércitos alemanes en Rusia comprenden ciento treinta divisiones, mientras que luchando (o como defensa costera y reserva) fuera de territorio ruso durante el invierno hay ya unas cincuenta divisiones alemanas, si bien la mayoría de estas están en los 21 Armee, 17 Armee y 1 Panzerarmee que se disponen a invadir Persia (donde se enfrentarán a otro “Frente” del Ejército ruso). Las demás son las del Panzer Armee de Rommel, el 5 Panzerarmee en África Oriental, el Panzerkorps Waffen-SS y sendos cuerpos Panzer en Marruecos y África Central. Para la primavera, los alemanes pretenden ampliar estas fuerzas periféricas. En defensa costera europea, los alemanes ya solo tienen el 15 Armee en la costa holandesa y belga, y el antiguo ejército de Noruega cuyo territorio costero a cargo llega ahora hasta el Ártico (Murmansk), más otro Panzerkorps Waffen-SS recién creado (en la costa belga). También existe un “ejército de la reserva” de unidades en descanso, entrenamiento y formación que supone una vaga amenaza contra cualquier cambio de actitud francesa (aún más improbable que una invasión angloamericana a Europa).

  En total, los alemanes disponen de doscientas divisiones movilizadas, unos nueve millones de hombres si se les suma los contingentes de Marina y Aviación: casi un 20 % del total de la población alemana masculina. Los soviéticos tienen movilizados un número algo superior de hombres y mujeres, pero la diferencia estriba en lo que se refiere a la mano de obra. Los alemanes cuentan ya con cinco millones de esclavos y obreros extranjeros trabajando en sus campos, minas y fábricas, y reciben la asistencia de todos los pueblos sometidos y aliados (incluidos muchos de los ex ciudadanos soviéticos sometidos a ocupación). Los soviéticos solo disponen de los suministros que los norteamericanos logran hacerles llegar a través de la difícil ruta de Persia y toda su mano de obra es rusa… y menos productiva que la de los alemanes. Durante el invierno de 1943-44, lo que están recibiendo del exterior es menos de lo que recibían en el invierno de 1942-43, cuando todavía contaban con la ruta de Murmansk.

  Pero lo peor es que las bajas rusas son de cinco por cada baja alemana en enfrentamiento directo. Por eso, para ahorrar bajas, los soviéticos no han contraatacado en invierno, poniendo todo su esfuerzo en preparar las defensas para el verano siguiente.

  Eso sí, a los soviéticos no les faltan armas, pues sus fábricas siguen produciendo al máximo de su capacidad (a pesar de su relativamente baja productividad, de la pérdida del petróleo del Cáucaso y de que no cuentan con las formidables fábricas de Stalingrado que, a diferencia de las del también perdido Kharkov, no fueron evacuadas), asimismo, el Ejército Rojo ha consolidado su larga línea defensiva frente a Moscú y sus oficiales han aprendido mucho de táctica militar. Sin embargo, la moral ya no es buena, como demuestra el aumento de deserciones, de renegados y los problemas para reclutar partisanos. Disminuir las bajas durante el invierno contribuye tanto a preservar reservas para resistir la ofensiva del verano próximo como a restaurar la moral. Todavía mantienen una escasa superioridad numérica en el frente europeo oriental (5´5 millones contra 4´5) pero el bloqueo de los suministros americanos va a debilitarlos de forma decisiva en 1944.

  Los generales soviéticos se dan cuenta de que lo mejor para los rusos sería abandonar Asia Central y acortar así el frente, como ya hicieron durante la guerra civil, pero todavía llegan algunos valiosos suministros americanos hasta la Unión Soviética a través de las carreteras que confluyen en Teherán, más la cuestión de que en Asia Central hay minas y algunas fábricas. Y ha también de tenerse en cuenta que los nazis tardan, de promedio, poco más de seis meses en organizar militarmente a los reclutas antisoviéticos y antirrusos de los territorios musulmanes que "liberan".

  Está claro que para el verano de 1944 la guerra habrá terminado también para Rusia, de una forma u otra, es decir: se salve o no Moscú. Tras la caída de Leningrado y la derrota angloamericana en Bagdad, hasta el soldado ruso más sencillo sabe que están luchando solo por salvar Moscú y un millón más de kilómetros cuadrados al oeste del Volga. Saben que el siguiente golpe del verano será Moscú... pero Moscú es la Madre Rusia, su pérdida sería irreparable en lo económico y humano (aunque otros piensan que, si la cristiandad ortodoxa sobrevivió a la pérdida de Constantinopla, tal vez también Rusia pueda sobrevivir a la pérdida de Moscú).

  Informado de todo esto, Roosevelt, en los días finales de diciembre, aún sigue dudando si aceptar la arriesgada propuesta de unir físicamente sus fuerzas a las de la URSS en una gran guerra del Pacífico Norte. Comunica a los rusos que tendrá que tomar su decisión en base exclusivamente a razones estratégicas. Asegura a Stalin que ha desdeñado todas las objeciones políticas.

   En sostener esta opinión le ha ayudado la vehemente decisión de Churchill que vuelve a visitar Washington poco antes de la Navidad de 1943: los británicos ya habían propuesto una unión política a los franceses en las circunstancias casi desesperadas de junio de 1940; la propuesta de Stalin no es muy diferente. Cualquier cosa es mejor que dejar que Hitler gane y en esto la opinión de Churchill cuenta con el apoyo del Vicepresidente norteamericano Wallace y el resto de antinazis más destacados de Washington. Aunque Roosevelt sabe que también entre los dirigentes del Reino Unido hay desacuerdo en esto, él posee visión política suficiente para comprender que el Primer Ministro británico y su propio Vicepresidente tienen buena parte de razón y que es terrible la perspectiva de la inmensa Rusia, que llega hasta el estrecho de Bering, convertida en un estado vasallo de Hitler.

   Por lo tanto, la propuesta de Stalin pasa al Estado Mayor Conjunto angloamericano para su planificación, y oficiales soviéticos llegan a Washington para colaborar en ella: aportan a los oficiales norteamericanos detallados mapas de regiones remotas del mundo, enclaves de climatología infernal y de exóticos nombres. Pero nada de esto es objeto de ensoñación romántica. Fríamente, los técnicos militares norteamericanos comienzan a bosquejar posibles líneas logísticas: aeródromos, puertos, almacenes, acuartelamientos, carreteras… El precedente sería la ya finalizada campaña de las Aleutianas…

Ooo

  En la realidad, los planes alemanes para la ofensiva del verano de 1942 tenían como uno de los objetivos primordiales el privar a los rusos de las rutas de suministros aliadas. Por eso, aparte de por el petróleo, se pensaba conquistar el Cáucaso, por donde transcurría el ferrocarril que llegaba a Persia, el "corredor persa". No lograron cortar esa línea ferroviaria, como tampoco lo lograron con el ferrocarril procedente del puerto ártico de Murmansk, que pasaba muy cerca de Leningrado.

  Pero incluso si hubieran logrado conquistar el Cáucaso y Leningrado (como sí lo logran en esta historia entre agosto y octubre de 1943), aún quedarían dos rutas de suministro: una a través de la misma Persia (Teherán) y Asia Central (mucho más complicada que la del Cáucaso, entre otras cosas porque no había conexión ferroviaria entre Teherán y el Asia Central soviética), y la de Vladivostok, que dependía tanto de la estación (se bloqueaba unos tres meses al año por los hielos invernales) como de la tolerancia de los vecinos japoneses con los buques norteamericanos que lucían bandera soviética.

  Es un hecho histórico que los aliados estaban bien informados de lo que negociaban alemanes y japoneses gracias al descifrado de los códigos secretos del enemigo. Por lo tanto, Stalin hubiera necesariamente tenido tiempo para hacer la propuesta a los norteamericanos que se expone en este episodio.

  ¿Hubiera habido otra opción? Sin Vladivostok y sin Teherán, el inmenso territorio soviético habría quedado completamente aislado y los rusos hubieran sucumbido tras tres años de sufrir terribles pérdidas y privados del petróleo del Cáucaso. Tenemos el dato, de la realidad, de que, de 403.000 soldados rusos que completaron la formación como tanquistas, murieron 310.000. Esto refuerza la estimación de que, hasta 1943 por lo menos, los rusos perdían cinco tanques propios por cada tanque alemán que eliminaban.  Y aunque los oficiales rusos ganaron mucha eficiencia táctica en la guerra, los soldados seguían muriendo en proporción parecida a la de 1942. Al aumento de la amenaza de Japón se sumaría la necesidad de impermeabilizar la frontera de Asia Central, por donde escaparían los desertores musulmanes a miles… y eso si no organizaban ya guerrillas antisoviéticas (recordemos que antes de que los alemanes llegasen a Letonia y Estonia, muchos paisanos se echaron a los bosques para ayudarlos en la lucha contra los soviéticos; el fenómeno guerrillero en la segunda guerra mundial no siempre fue opuesto a los intereses nazis).

   La cuestión de las reservas humanas es más discutida, pero no se puede hablar en modo alguno de que "las reservas humanas soviéticas eran inagotables", como algunos han pretendido. En el momento de la invasión, la URSS tenía 190 millones de habitantes, de los cuales unos 32 eran varones aptos para el servicio militar (otros 13 millones quedaban exentos por salud o por ser extremadamente valiosos en su actividad no militar... o bien se encontraban "atrapados" en territorio ocupado por el enemigo). En el momento crítico de Stalingrado, esa población se había reducido a 130 millones, si acaso (contando los evacuados) y cada año, al ritmo de pérdidas de 1941 y 42, los soviéticos requerían 2.5 millones más de hombres de las reservas, pues la totalidad de los jóvenes reclutados (una cifra que ya no llegaba al millón y medio... de los dos millones potenciales con todo el territorio) eran sacrificados anualmente (hasta Stalingrado, las pérdidas de muertos y desaparecidos anuales eran de más de tres millones, pero aproximadamente otro millón quedaba tan malherido que no podía ser compensado por los heridos que se restablecían). Con el cierre de las vías de suministros americanos, más obreros, mineros y agricultores iban a ser necesarios para producir los bienes que ya no llegarían de ultramar. ¿Cuántos hombres quedan entonces para constituir las reservas, para suministrar los millones de hombres a perder durante 1943 y otros tantos en 1944? La historia muestra que, en la realidad, el Ejército Rojo victorioso de 1943 tenía que reclutar mujeres, hombres de los territorios liberados casi sin instrucción, adolescentes, ancianos, heridos apenas restablecidos... y cada vez más musulmanes asiáticos que, con el devenir de los hechos de armas, naturalmente, ya no se resistían tanto a luchar del lado de los que ahora aparecían como vencedores; por otra parte, los suministros americanos abundaban. Una estimación alemana de a primeros de 1943 (tras Stalingrado) cifraba las reservas soviéticas en 3.4 millones de hombres y las alemanas en 0.5 (en esta historia, con la victoria nazi en Stalingrado, las reservas soviéticas hubieran sido algo inferiores y las alemanas algo superiores). Considerando que cada año los soviéticos tenían que recurrir a 2.5 millones de hombres de sus reservas para reponer los 4 millones de bajas irrecuperables (suma de los muertos, desaparecidos y los heridos gravemente discapacitados) y considerando que los nuevos reclutas solo habrían supuesto, a lo más, 1.5 millones, más el "factor musulmán" de las tropas soviéticas (los musulmanes, poco fiables, siempre eran dejados como el último recurso para el reclutamiento), más las deserciones (en el peor momento de 1942, durante la ofensiva alemana de verano, llegaban a diez mil mensuales) y que los alemanes no habían tenido que hacer aún la movilización total (por eso sus reservas podían ampliarse mucho más), está claro que los soviéticos, de no enderezar su situación en Stalingrado, estaban abocados a quedarse sin reservas para 1944. 

  ¿Y si 1943 no hubiese sido un año de victoria y desquite, sino otro de derrotas como lo fue 1942? La conclusión es que, sin los errores estratégicos alemanes, los soviéticos no hubieran podido ganar la guerra y que, hasta Stalingrado, ya estaban perdiendo la guerra de desgaste. Este cálculo que refleja los hechos históricos puede sorprender a quienes tienen una visión superficial, ya que, en la realidad, a finales de 1943 la superioridad soviética en el frente del Este era abrumadora, pero basta ver las cifras de tropas alemanas desplazadas al Mediterráneo -abierto- por entonces y las que tenían que defender la costa atlántica de una probable amenaza de desembarco aliado, para darse cuenta de que estos y muchos otros recursos hubieran estado, de no darse tales amenazas, disponibles para consolidar la ventaja táctica alemana en Rusia. Así habría sido de acuerdo con las circunstancias estratégicas diferentes que se muestran en esta historia a partir del momento de la decisión de Hitler de unir los frentes ruso y mediterráneo.

  En cuanto a las posibles operaciones en el norte del Pacífico, las islas Kuriles, en las cuales se ocultó la flota japonesa que salió a atacar Pearl Harbour, están tan cerca de Hokkaido que su conquista habría equivalido a asaltar el propio territorio japonés. La aviación japonesa aún no se encontraba en la situación desesperada que los llevaría a los ataque kamikaze en la realidad, de modo que la victoria aliada (¡rusonorteamericana!) difícilmente se hubiera podido conseguir durante el verano de 1944. Llenar la península de Kamchatka, la isla Sakhalin y la zona de Vladivostok (Primorie) de bases aéreas y navales donde estuviese representado el gigantesco poder de la Marina y Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos en 1944 llevaba tiempo. Los costos humanos hubieran sido enormes y la victoria no habría estado garantizada.

  Pero, por otra parte, se trata de la única opción realista. Tomando los japoneses Vladivostok en la primavera de 1944, los alemanes tomarían Moscú en el verano y para el 7 de noviembre de 1944, fecha inamovible para las elecciones presidenciales norteamericanas, Hitler habría vencido a los rusos y así iba a ser viable lanzar media docena de ejércitos alemanes contra el reducto aliado -angloamericano- del Golfo Pérsico. Recordemos que, en la realidad, y en el momento culminante del fin de la guerra en Europa en abril de 1945, los aliados disponían solo de 60 divisiones norteamericanas y otras 20 (entre ellas, aparte de las del Imperio Británico, estaban las francesas... y una brasileña) de otras naciones para enfrentarse a los alemanes. De no haber destruido los soviéticos la mayor parte de las 200 divisiones alemanas en los meses y años previos, los aliados occidentales nunca hubieran podido ganar.

  El presidente Roosevelt se vería enfrentado a una opinión pública bastante bien informada de la realidad de los hechos debido a la prensa libre, apenas limitada por la censura militar, y su situación sería peor que la de Lincoln en las elecciones de 1864, cuando se debatía en la campaña presidencial acerca de si era conveniente o no una paz negociada con el enemigo.

    La suma de divisiones alemanas en Rusia durante el invierno la hemos limitado a ciento treinta. Es un poco más baja de la que se daba en la realidad, de un promedio de ciento cincuenta. Pero tiene su explicación por el aumento de tropas no alemanas (un ejército turco de diez divisiones, para empezar) y porque los rusos también tienen que defender Persia a fin de garantizar su última ruta de suministros durante el invierno. En realidad, el frente ruso se extendería a Persia, y los alemanes seguirían oponiendo al enemigo soviético las ciento cincuenta divisiones también en esta historia alternativa.

  Tenemos los datos reales de la situación del ejército alemán a finales de 1943 que aparecen en la ambiciosa obra histórica "Das Deustche Reich und der Zweiter Weltkrieg" ; según estos datos, los alemanes del ejército de tierra, en completa inferioridad numérica frente a más de seis millones y medio de soldados soviéticos, sumaban apenas dos millones y medio de hombres en el Este. Pero al mismo tiempo tenían casi cuatrocientos mil hombres defendiendo las costas de Dinamarca y Noruega, trescientos mil en Italia, seiscientos mil en los Balcanes y más de un millón en Europa Occidental (Francia, sobre todo), obviamente bajo la amenaza de un desembarco procedente de Inglaterra.

  Siguiendo la lógica de la historia planteada aquí, a esos 2.5 millones que quedaban en Rusia, se podrían sumar no solo los doscientos mil del desastre de la fase final de la derrota alemana en Stalingrado que ahora no se habría producido, sino también, por lo menos la mitad de los cuatrocientos mil en Dinamarca y Noruega, y otros cien mil de los que estaban en los Balcanes hasta completar 3 millones de hombres perfectamente entrenados, equipados, con moral alta y al mando de oficiales cada vez más expertos. Por otra parte, en la realidad, a finales de 1943 casi no quedaban tropas no alemanas combatiendo con los nazis en el Este; en esta historia, habría dos millones entre rumanos, italianos, finlandeses, turcos, búlgaros etc... más cada vez más renegados ex soviéticos (musulmanes o no). A los trescientos mil alemanes que en la realidad estaban en Italia a finales de 1943 ahora podríamos sumar los cien mil que no se habrían perdido en el desastre de Túnez, y con esa suma, en esta versión alternativa, tenemos veinte divisiones alemanas que, con la ayuda de un número doble de fuerzas no alemanas (italianos, españoles, marroquíes, egipcios...), serían más que suficientes para enfrentarse y vencer a lo que los aliados pudieran oponerles en la periferia del Mediterráneo en estas fechas (recordemos que, en la realidad, solo pudieron alinear veinte divisiones en el único frente existente, el de Italia). Aún sobraría un millón y medio de hombres disponibles en Alemania para reforzar las fuerzas aéreas y la industria, más el dato fundamental de que Alemania aún podía movilizar más reservas. El vuelco de la situación es total y por completo acorde con los datos que poseemos. La propuesta de Stalin de esta historia alternativa sería la única posibilidad de continuar la resistencia de los aliados.

lunes, 7 de julio de 2014

27. La decisión de Japón

   A finales de 1943, los máximos dirigentes de Japón, en su gran mayoría militares, saben que no pueden ganar la guerra a los Estados Unidos. Durante todo este año solo han sufrido derrotas. Y la producción industrial norteamericana es diez veces mayor que la de Japón. Siendo Japón un archipiélago y teniendo lugar la guerra en el Pacífico, ganará el que fabrique más barcos y aviones, de modo que Estados Unidos tiene asegurada la victoria haga lo que haga Japón. Desde mediados de año han entrado en acción los grandes y modernos portaaviones norteamericanos de la clase "Essex". De estos, están ya en el Pacífico el "Essex", el nuevo "Yorktown", el "Bunker Hill", y el nuevo "Lexington". Y los almirantes japoneses saben que eso solo es el principio, porque están en camino una docena más. Durante 1943 Japón no ha sido capaz de añadir a su flota ningún nuevo portaaviones que alcance las veinte mil toneladas de desplazamiento (los de la clase "Essex" desplazan nada menos que treinta mil).

      El imparable avance del poder aeronaval norteamericano hacia Japón por el Pacífico


   La única posibilidad para Japón, no ya de conservar parte de las ganancias de su política imperialista, sino incluso de sobrevivir como estado independiente, es lograr un buen tratado de paz. Y con la expectativa de una derrota militar segura, esto solo puede conseguirse con la intercesión de Rusia o de Alemania. Al declarar la guerra a los angloamericanos en diciembre de 1941, Japón muy prudentemente mantuvo una buena vecindad con el viejo enemigo ruso. Al fin y al cabo, seis meses después de la invasión de la Unión Soviética occidental, Hitler no había logrado derrotar al colosal enemigo y por lo tanto era incierto el resultado final de la guerra entre las dos potencias. Los estrategas japoneses también tenían en cuenta lo sucedido con Napoleón en 1812 y consideraban por tanto que no era seguro que Hitler triunfase donde el caudillo francés fracasó. Por encima de todo, Japón necesitaba tener las manos libres para luchar contra chinos, británicos y norteamericanos. Y creía contar con posibilidades de ganar.

   Siete meses después de comenzada la guerra del Pacífico, cuatro de los mejores portaaviones de la flota japonesa (más de la mitad de todos los que tenían...) eran hundidos por el enemigo en la batalla de Midway y ningún éxito parcial a lo largo de la segunda mitad de 1942 pudo compensar un desastre tan grande. En estas circunstancias, el mantenimiento de la paz con los rusos parecía más que nunca una necesidad incuestionable a fin de concentrar todos los recursos en la lucha contra los norteamericanos.

   Pero ya en noviembre de 1943, a la espera de la ofensiva de Rommel contra el bastión aliado del Golfo Pérsico, y siendo conscientes del extremo peligro en que se encuentra Japón, la posibilidad de alcanzar algún acuerdo de paz por la mediación de Rusia queda descartada. La derrota soviética parece inminente y la victoria alemana igualmente inevitable. Para el primer ministro Tojo y sus hombres, hasta entonces escépticos acerca de las posibilidades de una alianza efectiva con la lejana Alemania, está claro que la única opción es entrar en guerra contra los soviéticos a tiempo de que la intervención japonesa aún pueda ser útil para los nazis.

    Con las rutas soviéticas de aprovisionamiento de Murmansk y del Cáucaso ya cortadas por las ofensivas periféricas alemanas, los rusos necesitan más que nunca que Japón mantenga abierto el flujo de suministros que les llega por Extremo Oriente (Vladivostok). Por tanto, si Japón ataca a Rusia en Siberia Oriental, todavía será posible con ello prestar una valiosa ayuda a Alemania. A cambio, Hitler ganará la guerra mundial y puede exigir a los Estados Unidos una paz aceptable para Japón. Puede ser decisivo para esto el que Alemania necesite a Japón en la posguerra para cerrar la puerta trasera de Rusia, de modo que los americanos no puedan aprovisionar a los rusos en adelante, y también el que Alemania necesite a Japón para mantener una amenaza a los mismos Estados Unidos durante el periodo posbélico que llegue con la paz. Si los rusos son derrotados y sometidos a vasallaje, el ferrocarril transiberiano quedará a disposición de los nazis, que podrán así ayudar directamente a los japoneses a mantenerse... y a mantener una constante amenaza contra los Estados Unidos desde Siberia Oriental.

   En noviembre de 1943, los aliados siguen avanzando en el frente del Pacífico. Desembarcan en Bougainville, lo que estratégicamente concluye la campaña de las islas Solomon, siguen avanzando también en Nueva Guinea y otra gran operación rinde la isla fortificada de Tarawa, en el Pacífico Central. Con el tiempo, la situación solo puede empeorar para Japón.

   A gran costo, los marines y soldados norteamericanos conquistan la base japonesa de Tarawa, en el centro del Pacífico, el 23 de noviembre de 1943, dando muerte a más de cuatro mil soldados japoneses

  Los japoneses aún tienen una buena flota. La conservarán hasta que, inevitablemente, tenga que enfrentarse al grueso de la flota norteamericana, y muy pocos en el alto mando japonés creen que van a tener tanta buena suerte como para ganar una batalla decisiva (y aun en el caso de que la ganaran, los norteamericanos pueden enviarles otra flota equivalente al cabo de pocos meses). Por lo tanto, si hay que sacar partido de la fuerza naval japonesa, eso tiene que lograrse de otra forma que no sea un enfrentamiento abierto con la cada día más poderosa fuerza aeronaval norteamericana. O bien contra los rusos en Extremo Oriente, o bien contra los británicos en el Índico... pero siempre en función de los intereses estratégicos de Hitler...

   A primeros de diciembre, la información que llega a Tokio confirma que Rommel ha logrado en Oriente Próximo una gran victoria (la conquista de Bagdad, de los campos petrolíferos de Kirkuk y la rendición del 9 ejército británico)… pero que la guerra no ha terminado aún. Esto es bueno para Japón: si la guerra continúa, Alemania seguirá necesitando de su aliado oriental. Con la aprobación del Emperador, el embajador en Berlin, Oshima, comienza la negociación con Alemania para coordinar el ataque japonés a la Unión Soviética. Oshima no sabe, por cierto, que la inteligencia aliada está leyendo todos los mensajes que envía desde Berlín a Tokio...

                                Hitler, con el embajador japonés Oshima

   El trato que Japón ofrece a Hitler es el siguiente: en cuanto llegue el deshielo (abril o mayo de 1944), Japón declarará la guerra a la URSS, conquistando el gran puerto de Vladivostok y toda la costa de Siberia Oriental (la región de Primorie). Utilizará para ello buena parte de su aviación, su flota y medio millón de soldados de su ejército en China (sin contar los colaboracionistas de Manchuria y Mengjian). De esa forma, los rusos ya no dispondrán de vía marítima alguna para recibir suministros de sus aliados. El ataque beneficiará a los alemanes también al obligar a los rusos a enviar más fuerzas hacia Oriente. Consecuencia de ello también será que los Estados Unidos habrán de aceptar la paz a pesar de su poderío aeronaval. Vencida Rusia, Alemania puede enviar su Luftwaffe a Japón para defender las islas, y su ejército a Extremo Oriente para ayudar a Japón a rechazar cualquier ataque en el continente. Podrían hacerlo, una vez sometido Stalin, utilizando la red de transporte rusa en Siberia, que comenzó a crearse en tiempos de los zares.

  La oferta, por supuesto, interesa a Hitler, pero el problema para Japón es saber qué tipo de acuerdo de paz van a aceptar los norteamericanos.

   En términos generales, en estos días de mediados de diciembre de 1943, Hitler ya tiene claro cual será el mundo de la posguerra, y en él solo habrá dos potencias: el III Reich y los Estados Unidos. Hitler no tiene en mucho a los soldados norteamericanos, pero reconoce que el poder industrial de su enemigo al otro lado del Atlántico es tan inmenso que pueden retener indefinidamente el control de los océanos con sus barcos y aviones. Además, el hecho es que Rommel no ha conquistado el Golfo Pérsico, que la aviación y la artillería angloamericanas han resistido y eludido la derrota definitiva. Eso exige tomar precauciones. Y la guerra ya dura demasiado. Hace falta un plan de futuro.

  Por lo tanto, el mundo se dividirá en dos partes: el “Tri-continente” conformado por las grandes masas de tierras en torno al Mediterráneo (Europa, Asia y África) y todo lo demás, lo "oceánico".





   Hitler también considera que para administrar un conjunto de territorios donde habita la mayoría de la humanidad necesitará ayuda. Japón puede tener su parte en Extremo Oriente, siempre y cuando se atenga a las conveniencias de Alemania. Hitler sabe que los americanos no quieren abandonar China, y para convencerlos de lo contrario necesita a Japón, para el cual China es su área de expansión imperial "natural". De todas formas, Hitler no da mayor importancia a estos remotos territorios, pues el futuro Reich no va a basarse en el imperialismo comercial. Lo mismo en cuanto a la India: ésta se deshará en conflictos étnicos y religiosos, con los hindúes mayoritarios como parte más perjudicada (y todos los demás grupos étnicos o religiosos apoyados por el III Reich). Lo importante para la Alemania nazi es amenazar los intereses norteamericanos y guardar bazas políticas de peso para el futuro.

   Hitler ofrece a Japón que su independencia será preservada y garantizada por Alemania, y que Japón conservará Manchuria, Siberia Oriental (parte fundamental del “cordón sanitario” para la Rusia residual) y Corea. De todo lo demás nada puede precisarse aún. Después de que el mariscal Rommel haya fracasado en conseguir la victoria total en la batalla del Golfo Pérsico, Hitler supone que la guerra durará aún hasta poco antes de las elecciones presidenciales norteamericanas de 1944, en noviembre. Es de suponer que China quedará de alguna forma sometida a los intereses del Eje. Eso habría que negociarlo con Estados Unidos.

   Durante el verano de 1944, los alemanes tomarán Moscú y proseguirán las campañas periféricas contra los angloamericanos en Asia y África. Por terminar la guerra antes, Hitler está dispuesto a detener su avance hacia el Este en el Volga y no llegar a los Urales o Siberia, siempre y cuando se le someta lo que quede del estado ruso -obviamente, ya no "soviético"-. Por otra parte, ya se ha informado al Führer de que colonizar todas las tierras conquistadas será una tarea inmensa, que son tierras de sobra, y que ahorraría gastos y molestias dejar a generaciones futuras disponer de todo lo demás que hay al Este del Volga (el Volga, por otra parte, constituirá una "frontera natural" relativamente fácil de vigilar). Pero esa limitación de las conquistas solo es viable con dos condiciones añadidas que aseguren una inequívoca victoria: una es que la nueva Rusia al Este del Volga se constituya en condiciones de protectorado (una "reserva eslava") y la otra que se cree el "cordón sanitario" en torno a todo su territorio... y para eso se necesita a Japón. Para el otoño, pues, habrá terminado la guerra. Coincidirá también con las elecciones presidenciales norteamericanas (Roosevelt podrá presumir de haber puesto fin a una guerra inganable... que, en opinión de los nazis, creó absurdamente él mismo).

    Como muestra de confianza, informa Hitler a Oshima (sin darle detalles) de que dispone de armas secretas para los próximos meses. Oshima transmite las promesas de Hitler a Tokio.

  Siendo realistas, los generales y almirantes japoneses se muestran satisfechos con la oferta alemana, ya que las noticias que llegan del Pacífico son cada vez peores. Y ciertamente, no se puede concluir cómo quedarán al final territorios como Insulindia, Indochina, China y Filipinas. Quizá, si la guerra va a durar hasta noviembre de 1944, Japón podría aprovechar la nueva situación para mejorar sus posiciones. Puede descuidar un poco el ruinoso campo de batalla aeronaval del Pacífico y concentrarse en el continente asiático. El 6 de noviembre de 1943 ha tenido lugar en Tokio la llamada "Conferencia de la Gran Asia Oriental", en la cual se ha esbozado un plan de cooperación entre el Imperio japonés y las naciones asiáticas de su órbita. En ella han participado el presidente colaboracionista de Filipinas, Laurel, los de China y Manchuria (Wang Jingwei y Zhang Jinghui), y representantes de Thailandia y Birmania. También estaba Bose, el líder indio antibritánico. Pero Japón sabe que estos planes ahora van a depender de las conveniencias alemanas.

   A primeros de enero de 1944, el Emperador ha sancionado los nuevos planes japoneses en la guerra. Básicamente, la estrategia consiste en:

   -Evitar el desgaste de la flota japonesa, no exponerla a combate abierto contra los norteamericanos.
   -Preparar una fuerza de ataque para conquistar Siberia Oriental en cuanto el deshielo lo permita (probablemente a mediados de abril).
   -Preparar una ofensiva contra la India desde Birmania una vez los alemanes hayan tomado Persia.
   -Crear estados musulmanes en Indonesia, Malasia y sur de Filipinas.

   Sin embargo, hay algo que los japoneses no aceptarán, aunque finjan hacerlo: dar a China la opción de una paz honorable. El plan japonés para China implica la división del territorio, manteniéndose el gobierno de Nanking colaboracionista, al mando de Wang Jingwei. A lo más, el gobierno aliado de Chiang Kaishek en Chongking puede quedarse con media China, y sin salida al mar. Los japoneses saben que con esto la guerra puede continuar en China y que, por tanto, no se podría conquistar más territorio a los rusos en Siberia, pero China es más importante para Japón que Siberia.

   Con la conquista de la capital de Persia en febrero de 1944, el Eje alcanzará muy pronto la frontera occidental de la India, la región poblada por los musulmanes, a los que se piensa ofrecer su propio estado escindido (el “Pakistán”) en las más ventajosas condiciones. Con eso y con el ejército japonés en la frontera oriental (Birmania), la India se perderá automáticamente. China quedará sin suministros y también tendrá que aceptar la paz. Para Japón debe ser una prioridad el logro de la paz con China. Además, Japón debe conceder a los musulmanes de Extremo Oriente un trato semejante al que el Eje está dando a los pueblos musulmanes de Asia Central y Occidental. A Hitler le parece una buena idea el factor musulmán que a él en particular le ha dado hasta el momento óptimos resultados. Personalmente, le atrae el salvajismo de los guerreros musulmanes. En las Filipinas, debe concederse la independencia a los musulmanes del sur y, por supuesto, lo mismo cuenta para los musulmanes de Malasia e Insulindia.

  La conquista de Teherán también ofrecerá a Japón una gran ventaja para coordinarse de forma efectiva con los nazis: una de las primeras tareas del mariscal List en Teherán será poner en marcha una comunicación aérea directa con Tokio. No es fácil, desde luego, pero es mucho más prometedor que los dificilísimos viajes en submarino del Pacífico al Atlántico. Y es también mejor que los azarosos viajes en aviones de largo alcance que se han hecho hasta el momento. El primero de todos fue el de ida y vuelta realizado por los italianos en julio de 1942 desde Ucrania oriental hasta Mongolia (y de allí a Tokio). Los alemanes logran repetir el éxito a medida que van contando con aeródromos más al este, y en enero de 1944 por fin consiguen resultados prácticos con el viaje del comandante japonés Fuchida -el responsable del ataque aéreo a Pearl Harbour- y otros especialistas por el Ártico y Siberia, como parte de la mayor colaboración práctica entre la Europa del Eje y Japón en el desarrollo del arma aeronaval. Pero todavía no se trata de una ruta segura.

   En marzo, algunos aviones alemanes ya aterrizarán de forma regular en Kabul, la capital de Afganistán (1600 kilómetros desde Teherán). Es arriesgado porque tanto los cazas soviéticos como los británicos pueden interceptar los aviones de transporte, pero, a un duro coste, los alemanes van abriendo la ruta que permita un intercambio mayor entre Alemania y Japón. A finales de marzo, el mariscal List ha de conquistar Mashad, la capital del este de Persia, próxima a la difusa frontera con Afganistán, estableciéndose una línea de aeródromos más práctica. Después quedará lo peor de todo desde el punto de vista aeronáutico: de Kabul a Lhasa, la capital del Tibet (aliado del Eje) y de Lhasa a Beijing. Pero en Lhasa no hay aeródromo y son los agentes nazis en el recóndito país los que tienen que presionar para que se construya uno lo suficientemente apto para el aterrizaje de grandes aviones de transporte. A mediados de abril, Lhasa podrá ya contar con su primer aeródromo, a 3500 metros de altura. La distancia de Kabul a Lhasa, en todo caso, es de 2200 kilómetros. Solo los aviones más potentes pueden alcanzar ese objetivo y no sin riesgo, ya que el techo máximo son seis mil metros, y en el camino hay montañas más altas... por no hablar de que ha de sobrevolarse el norte de la India, desde donde es posible que ataquen cazas británicos. Con todo, es factible que a finales de abril o primeros de mayo, los primeros aviones alemanes Ju-290 aterricen en Beijing, bajo ocupación japonesa, tras recorrer otros 2.500 kilómetros desde la capital del Tibet. Se trata de distancias mucho menores que los seis mil kilómetros que tuvo que recorrer el SM-75 italiano en julio de 1942 en su gran viaje desde Ucrania a Mongolia, y eso permite transportar mayor cargamento.


  En morado, el territorio bajo control del gobierno chino colaboracionista con los japoneses (bajo el liderazgo de Wang Jingwei)

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   Durante la segunda guerra mundial, nunca se consideró seriamente que las fuerzas militares del Eje japonesas y alemanas pudieran establecer contacto directo. Sin embargo, en esta historia el giro estratégico de Hitler permitiría que esto fuese así tanto en la India como en Asia Central. Para Japón, ciertamente, no habría habido muchas opciones. El mismo ataque a Pearl Harbour puede ser considerado un disparate desde la perspectiva de hoy, pero los japoneses en verdad pensaban que Estados Unidos podía ser derrotado si recibía una serie de golpes iniciales abrumadores. Esto, sin duda, era infravalorar el orgullo nacional de los norteamericanos y mucha mejor opción hubiera sido atacar solo a británicos y holandeses, pues eran sus posesiones en el Sudeste asiático las que hubieran satisfecho los problemas de materias primas que Japón tenía a raíz del embargo angloamericano de mediados de 1941. En cuanto a Rusia, sabemos que durante toda la guerra los rusos mantuvieron en torno a setecientos mil hombres defendiendo Siberia Oriental, aunque es de suponer que se trataría de fuerzas mediocres (normalmente, se enviaba allí a tropas agotadas por los combates en Occidente, y se las trasladaba una vez se habían repuesto). Todo el ejército japonés en China sumaba un millón de hombres, de modo que un ataque japonés contra Rusia, si bien efectivo contra los rusos, hubiera podido implicar también una grave situación de debilidad frente al enemigo chino. Y el principal objetivo de Japón en la guerra, aparte de abastecerse de las materias primas a las que no tenían acceso (especialmente, el petróleo), era derrotar a China. El gobierno chino de Chiang Kai-shek, por otra parte, subsistía gracias a los suministros aliados que les llegaban desde la India. De este modo, las suertes de la India, China, Japón y Rusia estaban interconectadas. 

  Para Alemania, por otra parte, el único interés por Japón tendría que ver con la formación de un “cordón sanitario” en torno a la Rusia que quedase una vez las tropas alemanas alcanzasen la línea “Arkangelsk-Astrakhan” (ribera occidental del Volga). Hitler no querría que a los rusos les quedasen puertos en el Pacífico disponibles por los que pudieran recibir suministros norteamericanos.

  Es curioso que en la novela ucrónica de Robert Harris, “Patria”, se imagine una Alemania victoriosa que consiente la derrota total de Japón por los Estados Unidos… quedando con eso abierta una ruta de suministro a las guerrillas rusas antinazis. Esto no parece muy creíble. Japón no solo debía sobrevivir en buenas condiciones para mantener Rusia totalmente rodeada, sino que, además, debía ser útil para seguir representando una amenaza contra los Estados Unidos (también Harris se equivoca al suponer que Estados Unidos seguiría en la guerra más allá de las elecciones de noviembre de 1944 a pesar de que todo indicase por entonces que el conflicto iba a hacerse interminable). 

   Un Japón derrotado, en cualquier caso, no significaría un Japón aplastado y ocupado como sucedió en la realidad. Hitler podía calcular, a lo peor, una derrota de Japón por el estilo de la sufrida por Alemania en 1918. Suficiente para esperanzar a los japoneses con una revancha en el futuro próximo. Máxime si Alemania puede acudir en su ayuda en cualquier momento utilizando los ferrocarriles rusos. El problema sería calcular qué paz con Japón iba a ser aceptable para los norteamericanos. Sin duda, el pueblo de los Estados Unidos exigía a sus políticos la victoria sobre Japón, mucho más que la victoria sobre Alemania, tal como muestran los sondeos de opinión de la época. Pero ¿qué victoria sobre Japón? Por supuesto, expulsar a los japoneses de Filipinas y el Pacífico Central, pero ¿qué iba a suceder con China? Fue la política imperialista de Japón contra China la que acabó llevando a los norteamericanos a declarar el embargo de materias primas a Japón. Sería difícil que Estados Unidos consintiese que Japón se mantuviera en China.