determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

viernes, 31 de julio de 2015

Castigo a Marruecos

  Ante una guerra que se prolongaba en el tiempo, los generales alemanes presionaron a Hitler para que incorporase tropas auxiliares no alemanas en los cada vez más extendidos frentes de la II Guerra Mundial. Esto sucedió así en la realidad tanto como en la historia alternativa que se presenta en este espacio.

  En la realidad, las tropas magrebíes (marroquíes y argelinas) combatieron del lado de los aliados y lo hicieron con eficiencia. En esta historia alternativa, los marroquíes comienzan a luchar del lado del Eje en 1943, una vez Hitler decide declarar la independencia de Marruecos ante la posibilidad de un desembarco aliado desde las islas Canarias. Pero otras muchas tropas árabes serían movilizadas, especialmente los egipcios. Las circunstancias de la guerra convirtieron a Hitler en un potencial libertador de pueblos musulmanes sometidos por franceses, británicos o rusos.

  Desde el punto de vista de las doctrinas racistas del nazismo, este tipo de "amistades" habían de ser vistas como una táctica meramente coyuntural y, en general, una vinculación nada seria de los intereses germánicos con unos pueblos considerados brutales, miserables y, finalmente, infrahumanos (hasta cierto punto, una situación paralela a la de Japón).

  En la situación que se describe a partir del episodio de "La invasión de Inglaterra", tras una breve y feroz reanudación de las hostilidades por la cuestión de la amenaza atómica, se consolida el poder nazi sobre Europa y el área asignada al Reich en el reparto del mundo con Estados Unidos. En el verano de 1945, tras la demostración de fuerza que obliga a los británicos a desmilitarizarse, Hitler vuelve a sus ocupaciones de administrar su Imperio. Ante todo, hay que "engullir" las demás naciones europeas racialmente afines. Allí donde los nazis ya eran ocupantes por las circunstancias de la guerra (Holanda o Noruega) el asunto se va resolviendo fácilmente mediante la seducción, el soborno y la coacción simple: los niños aprenden alemán en los escuelas, reciben adoctrinamiento ideológico, son enviados a las Juventudes Hitlerianas y cuando cumplen la mayoría de edad, al servicio militar en el Reich (dos años). Con naciones aún independientes como Suiza, Finlandia y Suecia se va paso a paso: primero, forzar tratados de cooperación militar y económica, después fomentar movimientos pronazis nativos... Los desdichados gobernantes democráticos de estas naciones hacen lo posible por demorar lo inevitable.

    Pero entonces, a Hitler se le señalan algunas inquietudes inesperadas entre sus aliados más "miserables" de la periferia, musulmanes: el orgullo nacionalista ha prendido también en estos pueblos poco ilustrados que se sienten partícipes asimismo de la gran victoria militar del Eje. ¿Está naciendo un "Tercer Mundo"?

  Para Hitler, Marruecos, Egipto o la Confederación Musulmana del Cáucaso son territorios que abastecen de ciertas materias primas, ocupan posiciones geoestratégicas valiosas, disponen de mano de obra no cualificada y que incluso pueden aportar carne de cañón en conflictos bélicos por venir (¿una invasión de Norteamérica por Alaska?). Los alemanes, por su parte, han proporcionado asistencia militar y, sobre todo, han enriquecido a las nuevas élites locales. En lo demás, todo estará bien mientras cooperen y no den problemas. Pero es que ya están dando problemas.

  De entre las naciones que ocupan posiciones geoestratégicas relevantes, Marruecos concretamente salvaguarda la entrada occidental del Mediterráneo... y a no mucha distancia de la gran base norteamericana de Madeira. Egipto, por su parte, controla el canal de Suez (que, a diferencia de Gibraltar, genera ingresos financieros directos) y los turcomanos del Cáucaso tienen su nuevo país justamente donde los nazis disponen ahora de sus nuevas reservas de petróleo. Quieren, por ello, más dinero, más poder, más soberanía. Quieren ser aliados del Reich al nivel de Italia o Rumanía. El nazismo les ha dado un modelo de liderazgo totalitario, orgullo racial, unidad nacional a partir de una militarización agresiva y aspiraciones imperiales. En consecuencia, y puesto que consideran que ellos también han ganado la guerra de Hitler, la sumisión no entra en su actitud política.

  En Marruecos, el joven rey Mohamed V ha nombrado primer ministro a un también joven agitador nacionalista, Allal al-Fasi, el líder del partido Istiqlal. Ahora los marroquíes exigen compensaciones por sus servicios en la guerra. Por encima de todo, protestan porque los españoles ocupen territorios al sur que consideran propios (Ifni y el Sahara occidental), y, por supuesto, las ciudades de Ceuta y Melilla (al norte). También quieren armas más modernas para su ejército y se quejan del trato que se da a sus obreros en Europa. Españoles y alemanes reciben con desprecio semejantes reivindicaciones.

  Pero hacia noviembre de 1945 las cosas empiezan a complicarse: se han producido actos de guerrilla contra los territorios ocupados que los nacionalistas marroquíes reivindican. Grupos armados de "incontrolados" atraviesan la frontera sur y emboscan a soldados españoles. Han estallado bombas en Ceuta y en Melilla. Intereses españoles en el reino de Marruecos también han sido atacados (por supuesto, ningún alemán ha recibido daño alguno hasta el momento). La España de Franco protesta y amenaza. El gobierno marroquí niega responsabilidad alguna y atribuye los hechos a provocadores. Ante la queja de Franco, Hitler de momento no hace nada, tiene otras ocupaciones.

  Por su cuenta y riesgo, en enero de 1946 Franco ordena ataques de represalia contra Marruecos. La aviación española, que cuenta ya con buenos aparatos de fabricación alemana, ataca la naciente aviación marroquí, muy inferior. Ya se ha creado el conflicto.

  Naciones musulmanas como Egipto, Persia o Palestina se quejan a Hitler y amenazan con intervenir. Los turcos se mantienen más moderados... así como la naciente república de Argelia, que ha logrado su independencia expulsando a los franceses y tiene, por tanto, mucho que agradecer a Alemania.

  Hitler ahora se reúne con sus asesores. Al que más escucha es al mariscal Albert Kesselring, que durante la guerra llevó los asuntos del sector marroquí. Kesselring enlaza sus argumentos con los de Himmler o Rosenberg: por cuestión de seguridad, es imprescindible mantener Marruecos bajo control. Sus puertos atlánticos, el estrecho de Gibraltar, la proximidad de Madeira... todo ello exige firmeza. Además: los egipcios y sud-caucasianos también están resultando cada vez más fastidiosos exigiendo soberanía sobre, por ejemplo, el canal de Suez y los campos petrolíferos. Esa chusma semita -los árabes también son semitas- debe recibir un correctivo, deben aprender a obedecer, y puesto que hay que hacer un escarmiento, Franco va a estar de suerte.

  El Führer hace que Franco acuda a Berlín. Exige de él una solicitud de ayuda formal y después le dará incluso más de lo que pide...

  El intimidado Caudillo llega a la ciudad de Berlín, que está en plenas obras monumentales para convertirse en la formidable ciudad de Germania, futura capital de medio mundo, con gigantescos edificios. Allí Hitler lo trata bien puesto que ha venido a él con una actitud de vasallaje. Se informa al jefe de Estado español de que el Eje va a dar una buena lección a los arrogantes marroquíes que, al fin y al cabo, son poco más que animales. Y si es preciso se destruirá todo Marruecos. España, por su parte, recibirá una buena compensación por las molestias: abundantes tierras para la colonización en su entorno geográfico.

  Mientras los marroquíes se movilizan para la guerra y siguen infiltrando guerrilleros, Hitler envía un ultimátum que los marroquíes reciben consternados: Marruecos debe ceder a España todo el territorio al norte del río Sebou (el antiguo Protectorado español, unos cuarenta mil kilómetros cuadrados) de donde la población nativa será desplazada. Igualmente, toda la región costera atlántica debe quedar bajo ocupación directa del Eje. Marruecos ya no tendrá Marina, ni Aviación, ni armas pesadas en su ejército. Y, por supuesto, cualquier nuevo acto de violencia contra una potencia del Eje -es decir, contra España- conllevará la implacable destrucción y deportación de la totalidad de la nación marroquí restante. El 4 de febrero de 1946 se recibe este terrible mensaje.

  Los marroquíes creen que aún pueden negociar. Los agentes norteamericanos intervienen: no descartan que puedan enviarles ayuda por los puertos del Atlántico. Pero en Washington, el Presidente Joseph Kennedy no quiere ya más complicaciones: el proyecto atómico alemán está cada vez más avanzado, los nazis podrían tener también la bomba este año. No. A lo más, pueden acoger como refugiados en Madeira al rey y sus ministros.

  Kesselring está de nuevo en la zona del Estrecho. Con él están llegando miles de aviones de la Luftwaffe y algunas tropas de élite alemanas deseosas de entrar en acción. De momento, aviones españoles y alemanes atacan los aeródromos y puertos marroquíes. En Ceuta y Melilla se concentran soldados españoles con armas pesadas y con tanques.

  El 15 de febrero de 1946, Hitler autoriza la invasión de la zona asignada a España. Los españoles ya saben cómo obrar: lo han visto en Rusia. Las primeras localidades atacadas son las vecinas a Ceuta y Melilla. La resistencia es aniquilada con armas pesadas y bombardeos aéreos. La población es desplazada a la fuerza incluso de ciudades enteras como Tánger o Tetuán. Pronto los caminos se llenan de miles de civiles aterrorizados que huyen hacia el sur. Se dispara a matar a cualquier adulto que no marche. Los niños son apresados para enviarlos a orfanatos católicos donde se les convertirá en buenos españoles.

  A medida que los españoles avanzan, encuentran más resistencia. Los españoles no se exponen ya, sin embargo, a las angustias de las feroces guerrillas de la guerra del Rif (1921-1927) porque no queda población civil que pueda sostenerla y porque cada tanto el avance español se detiene un par de días para que la Luftwaffe arroje miles de toneladas de bombas ante cualquier obstáculo de importancia. Dos divisiones Waffen-SS participan en la metódica destrucción: una oportunidad de entrar en acción para jóvenes alemanes que no pudieron combatir en la guerra después de que Hitler descartara la sugerencia de utilizar brutales cosacos para castigar a los marroquíes -igual que los británicos utilizaban a los gurkas, y los franceses a los senegaleses-. Aldea por aldea, actúan los lanzallamas. Todo se destruye, ningún marroquí adulto queda con vida, luego no hay guerrilla posible.

  La Kriegsmarine aparece frente al puerto de Casablanca: infantes españoles, alemanes e italianos van a desembarcar y tomar el control de toda la costa marroquí atlántica. Cualquier resistencia llevará como consecuencia represalias terribles al nivel de lo que está sucediendo al norte del río Sebou.

  El 20 de marzo de 1946, los del Eje han terminado el castigo. Al norte del río Sebou ya no quedan marroquíes. Cualquiera que se haya escondido y sea descubierto será matado en el acto. En el territorio ahora desierto se asentarán colonos españoles y se dividirá en tres provincias: las provincias de Ceuta, Melilla y Fez. Casi un millón de desplazados crean una situación angustiosa de hambruna en una nación que ya es muy pobre de por sí. El rey Mohamed V ordena la disolución del partido Istiqlal y el fusilamiento de su primer ministro al-Fasi. Gobernará lo que le queda a la espera de tiempos mejores...

  En El Cairo y Bakú, las noticias que llegan de Marruecos son altamente traumáticas. En principio, la agitación nacionalista busca crear un frente común entre las naciones islámicas, pero el temor es muy grande y ninguna autoridad se atreve a posicionarse en contra de los nazis. No hay más remedio que la sumisión. No hay nada que negociar. No hay concesiones que esperar. El Führer solo ha de ser obedecido. Al fin y al cabo, ¿no los ha liberado él del poder colonial británico, francés o ruso? Se han equivocado si pensaban que haber apoyado la supremacía aria implicaba apoyar también la supremacía de cada una de sus miserables "patrias". La supremacía aria es solo para los arios.

   El colonialismo de ingleses y franceses solo buscaba la explotación comercial; el sistema nazi tiende a la autarquía y tampoco, en absoluto, les interesa expandir su ideología, como hacían los comunistas. Por tanto, para los nazis la existencia de estas naciones para ellos primitivas no tiene la menor importancia. Pueden mantenerlas o pueden destruirlas. En sus colonias africanas, los alemanes expulsan a las poblaciones nativas mediante el terror, interesándose solo por los recursos mineros, la riqueza cinegética y algunos cultivos muy localizados. En el Este de Europa proceden a la expansión del territorio alemán con una repoblación de tipo agropecuario, una especie de "Canadá" en la que no quedarán eslavos. Para las demás naciones no europeas... Alemania no tiene planes de ninguna clase. Pero una cosa es segura: no tolerarán la menor molestia. Lo de Marruecos es el aviso definitivo. Hitler protege a sus aliados europeos mejores siempre y cuando le sean fieles y cooperativos, como es el caso de España, Italia e incluso Turquía. Por otra parte, Hitler siempre vigilará a Francia, Inglaterra y Rusia... y Hitler será despiadado en lo que se refiere a mantener su control geoestratégico, sea en Persia, Egipto o Kazajstán. Recién ganada la guerra, debe quedar claro que el único criterio de política exterior válido es el uso de la fuerza por parte de quien la posee de forma incontestable.

miércoles, 1 de julio de 2015

44. La solución final





  Un Hitler muy ocupado en las semanas que van desde el armisticio de Dublin, el 11 de septiembre de 1944, a las elecciones presidenciales norteamericanas del 7 de noviembre, también tiene tiempo para hacer algunos apartes con sus colaboradores acerca del mundo venidero tras la inminente victoria.

   Con Heinrich Himmler, y bajo las habituales medidas de extrema discreción, discute acerca de la solución final al problema judío y la reorganización racial en el Reich y Europa. El Führer considera que el asunto de los judíos debe quedar liquidado antes de la firma del previsible Tratado de Paz con la otra superpotencia. Es verdad que quedará el tema de los judíos que sobreviven dentro de la Unión Soviética (aunque supone que Stalin, una vez convertido en su vasallo, lo resolverá sin problemas), pero necesita también que no quede ningún estado europeo con minorías judías.

  Himmler pone al día al Führer. Para empezar, los judíos polacos ya están liquidados (¡y eran tres millones!) lo que significa la resolución de la principal parte del problema en Europa. Aunque hubo que detener el vaciado de los ghettos en el verano de 1942 debido a la momentánea escasez de mano de obra por la liberación de los prisioneros de guerra franceses, la entrada masiva de trabajadores eslavos y mediterráneos permitió cumplir la liquidación final a lo largo de 1943, y una vez acabado esto, y a la vista de las grandes victorias militares del verano de 1943, pudo presionarse a los búlgaros, turcos y húngaros. Los húngaros fueron los que opusieron más resistencia, pero acabaron entregando más de cuatrocientos mil judíos. Si el regente húngaro Horthy hubiera seguido negándose, Hitler los hubiera aniquilado, entregando de nuevo la Transilvania a los rumanos, los cuales, desde luego, siempre fueron comprensivos con el punto de vista nazi sobre el problema judío.

   Se ha liquidado a todos los judíos alemanes y a los de las naciones ocupadas, como Holanda, Bélgica, Yugoslavia y Bohemia. Todo eso suma más de un millón de judíos, una obra de magnitud tal que no admite comparación. Y en la Rusia ocupada se ha eliminado a otro millón, especialmente en Ucrania.

  Quedan Francia e Italia, y éste es el auténtico problema. Se trata de países demasiado importantes como para presionarlos de la forma que se ha hecho con los húngaros y búlgaros (y lo de los húngaros, sobre todo, no resultó fácil). A lo largo de 1942 y 1943 los franceses e italianos han entregado a los judíos extranjeros, pero ahora Hitler quiere a los nacionales. Si se tratase solo de Francia, ésta podía ser presionada, como siempre, por la tenaza formada por Alemania, Italia y España, pero también está Italia. A pesar de que en un principio los judíos habían apoyado el fascismo y militado en el Partido, ahora Mussolini ha aprobado leyes raciales, excluyendo a los judíos de todo protagonismo social. Con todo, sigue negándose a entregar a los judíos a los campos de Polonia, donde la maquinaria de exterminio ha alcanzado ya una gran eficiencia.

  La sugerencia de Mussolini al respecto es crear un hogar judío provisional dentro de Europa. Córcega podía ser. De esa forma, en la práctica, los franceses se quedarían sin su soberanía, pues la isla puede convertirse en una zona de concentración de judíos a la espera de alguna solución posterior a la guerra, como su emigración a Estados Unidos, de lo que podría extraerse beneficio económico. Esta solución no satisface a Hitler en absoluto. Ya hay demasiados judíos en Estados Unidos. Por otra parte, Hitler sabe que los judíos norteamericanos van a votar a Wallace en las elecciones presidenciales, y no a Roosevelt ni a Mac Arthur. Si Wallace gana la presidencia, la guerra continuará y se ganará militarmente (el plan sería atacar América a través del estrecho de Bering en el verano de 1946, después de la conquista de Inglaterra), y si ganan los otros (lo más probable), entonces los judíos carecerán ya de poder para influir a los dirigentes estadounidenses.

  Quizá pueda conseguirse una solución de compromiso con franceses e italianos: exiliar a todos los judíos a un lugar más remoto que Córcega. Tal vez Chipre, la gran isla cedida a la república turca. Allí, más lejos, se les podría aniquilar de alguna forma. Quizá envenenándolos o desatando una epidemia. Himmler calcula que los judíos franceses e italianos suman unos cien mil o doscientos mil.

  Y todavía queda otra cuestión: los judíos suizos. Hitler considera que hay que integrar Suiza en el Reich una vez se firme la paz. En eso cuenta con el apoyo de Mussolini. El país se repartiría entre Alemania e Italia, y quedará una Suiza francófona residual. Si fuera necesaria una invasión, el pretexto será precisamente la influencia judía en el país. En el curso de una breve guerra y ocupación (una gran operación aerotransportada) sería fácil liquidarlos a todos.

   En suma, la solución al problema judío se alcanzará en una medida suficiente. Del cálculo, hecho en 1941, de once millones de judíos en Europa, Himmler concluye que no quedarán al final de la guerra ni medio millón. Además, se ha aniquilado a los judíos árabes y turcos, lo que se puede considerar una ganancia extra.

  Hitler también recuerda a Himmler que se debe preparar algún tipo de argumentación ante los norteamericanos cuando estos pregunten por el destino de los judíos desaparecidos, ya que muchos tenían parientes en Norteamérica. El mariscal de las SS sugiere que puede argumentarse que los judíos fueron evacuados a Rusia, y allí se les perdió la pista. De hecho, esto puede servir también para los italianos y franceses. Primero se les envía a Chipre, y luego, una vez vencida Rusia, se les evacua a Rusia, desapareciendo en el traslado, siempre siguiendo el esquema básico del exterminio armenio por los turcos en 1915: nada de ejecuciones masivas, solo se trata de una evacuación en condiciones de estado de guerra en el transcurso de la cual los evacuados "se pierden por el camino".

    Con Himmler, el Führer se explaya acerca de las doctrinas raciales. Pocos meses después de que se firme la paz, el III Reich contará con aproximadamente ciento veinte millones de habitantes, mientras que en 1937 solo eran setenta millones. Llevará tiempo, por supuesto, asimilar al Reich, en base a criterios raciales, a los suecos, holandeses, estonios y alemanes oriundos (por no hablar de los "germanizados" del Este), pero el esplendor de la victoria deslumbrará a la población de estas naciones lo suficiente como para que se sientan afortunados. Hitler teme, sin embargo, que suecos, holandeses o suizos se hayan ablandado en exceso por la forma de vida burguesa propia de sus democráticos estados. Eso exige prestar especial atención a la juventud. Los jóvenes de estos países deben ser llevados periódicamente a campamentos en Alemania donde se les forme como hombres del Reich, primero en las Juventudes Hitlerianas y después en las Fuerzas Armadas.

  En cuanto a Rusia, Hitler está dispuesto a firmar la paz con Stalin, pero no antes de destruir Moscú y alcanzar la línea Arkhangelsk-Astrakhan (lo cual supone una restricción con respecto a los planes iniciales de llegar hasta los Urales o incluso hasta el meridiano 70). La paz le impondrá a Rusia varias condiciones. Entre ellas, por supuesto, la repatriación de los alemanes oriundos (que se calcula en más de medio millón) y la utilización de los medios de transporte dentro del territorio ex-soviético para mantener el abastecimiento a Japón a fin de continuar la guerra en el Pacífico (o la amenaza de ésta, hasta que Estados Unidos presente una oferta de paz tolerable para Japón). Y también, por supuesto, se exigirá a los rusos la aniquilación de los judíos y la renuncia a la ideología comunista (que se considera una creación judía). En ese sentido, Hitler se complace al conocer que los comunistas chinos ya han dado ese paso motu proprio: Mao va a convertirse en el líder de un movimiento de ideología china, no vinculada formalmente con el marxismo.

   Al fin de la guerra se expulsará a checos y polacos más hacia el Este. Al cabo de una generación estos quedarán asimilados al resto de pueblos eslavos. Es decir, entrarán dentro del ámbito de la política del Plan General del Este. No se olvidarán los servicios prestados por los rusos, ucranianos y lituanos colaboracionistas. A estos se los privilegiará a costa de los perjuicios para los demás que irán siendo expulsados de forma gradual. Ha de cuidarse mucho la política racial. Los hombres alemanes han de mantenerse lejos de las mujeres eslavas. Por supuesto, los institutos raciales permitirán, en algunos casos, cierto proceso de asimilación cuando los antecedentes políticos y biológicos lo permitan. Diez millones de "germanizados" parece el máximo admisible considerando el territorio a poblar. Dentro del esquema de valoración racial de acuerdo con los antropólogos nazis se establecerán tres o cuatro categorías raciales entre los mismos alemanes, de modo que lleve tres o cuatro generaciones de mestizajes en el sentido ascendente el equiparar a los "germanizados" de origen eslavo a los arios nórdicos genuinos. 

  Deseando ilustrar al Führer, Himmler le muestra un expediente de germanización tomado al azar. El sujeto se llama Ivan Demianjuk, nacido en Ucrania en 1920. La fotografía muestra a un joven tosco pero que puede pasar aceptablemente por alemán nato. Campesino de origen, tractorista. Reclutado como soldado soviético, fue capturado por los alemanes a finales del verano de 1942, uno más de los cuatrocientos mil soldados soviéticos atrapados en Crimea por el desembarco de la flota italiana. Ya prisionero, se presentó voluntario para formarse en Trawniki como guarda de campos de concentración y se vio implicado en la liquidación de miles de judíos. En el verano de 1944 fue incorporado como soldado de infantería a la división de Bunyachenko dentro del "Ejército del Este" del general Vlasov en la ofensiva final contra los soviéticos. Himmler subraya las características que favorecen la germanización de Demianjuk: origen campesino, datos antropométricos suficientes, ha participado en la liquidación judía y ha sido un combatiente leal para el Reich a las órdenes de Vlasov. Germanizándolo -a él y a sus familiares directos- puede convertirse en un granjero "alemán" próspero y productivo de las tierras de Ucrania. Unos cinco millones de ucranianos de características equiparables podrían contribuir a la fortaleza del Reich sin menoscabo de que siempre se les considere en cierto grado limitados como arios de pura raza. Si Demianjuk contrae matrimonio con una mujer de nivel racial algo superior (no una nórdica, por supuesto, pero sí, por ejemplo, una estoniana o finlandesa) sus hijos podrían alcanzar un nivel intermedio y, dependiendo de sus correspondientes enlaces familiares y méritos cívicos, alcanzar sus nietos el nivel racial más alto. De ciento veinte millones de alemanes arios, apenas diez o veinte millones se verían en esas circunstancias (categorías inferiores... de la raza superior) y, mientras tanto, el beneficio para el Reich sería enorme... porque hay que colonizar decenas de millones de hectáreas al Este. Por supuesto, entre los colonos de la nueva Ucrania germanizada no todos han de ser como Demianjuk: también se entregarán sustanciosos lotes de tierras a granjeros alemanes nativos (de Prusia o Baviera), o a granjeros suecos emprendedores o a los nietos de los antiguos inmigrantes alemanes de Minnesota que quieran mejorar su fortuna en los nuevos territorios. Todos serán igualmente alemanes en tanto que servirán y prosperarán en el Reich. Sus hijos irán a las mismas escuelas, jurarán lealtad al Führer y cumplirán su servicio militar juntos. El Führer hace la observación de que el nombre podría germanizarse también; algo así como "Hans Demian" sería más aceptable. 

  Himmler también le comenta que la embajada alemana en Madrid ha descubierto recientemente la existencia de una notable descendencia alemana entre campesinos pobres del sur de España: un total de mil quinientas familias de origen germánico se asentaron a finales del siglo XVIII en tierras abandonadas o poco explotadas de la región. A pesar de ciertas fricciones con las autoridades españolas, se estaba haciendo ahora un esfuerzo para localizar a estos hombres con vistas a la colonización del Este. Por supuesto, se habían mezclado con los latinos y habían perdido su lengua e identidad cultural, pero... la sangre alemana persistía.

   Por otra parte, y siempre dentro de la política del Este, hay que considerar la necesidad de mantener trabajadores eslavos "no germanizados" durante algún tiempo. Con todo, en dos o tres años, aproximadamente treinta millones de eslavos deben ser arrojados al este del Volga, a la Gran Reserva eslava ("Federación rusa") gobernada por Stalin (y Vlasov: Hitler los quiere a ambos). Como concesión a los rusos, y teniendo en cuenta la inevitable hambruna que se desatará al este del Volga cuando comiencen a llegar los expulsados de los nuevos territorios del Reich, Hitler permitirá que la Rusia vencida reciba alimentos americanos durante el invierno. Uno o dos millones de toneladas anuales, lo que supondrían unos cien o doscientos buques "Liberty Ships" bien llenos. Claro que serán los americanos los que paguen, eso se negociará en las semanas que vienen. También podrían llevarse a América a algunos eslavos como inmigrantes. Lo importante es que, en poco tiempo, todos los territorios conquistados al oeste del Volga queden dispuestos para una gradual colonización con fines principalmente agrícolas. En las regiones de mayor valor estratégico -la frontera del Volga- los colonos arios en el Este podrían emplear, por motivos de seguridad, trabajadores agrícolas inmigrantes del área mediterránea: españoles, griegos o egipcios...

  Y finalmente, Inglaterra. Hitler sigue considerando a los ingleses un pueblo racial y culturalmente estimable. Y más todavía a los norteamericanos de buenos antecedentes, con su aristocracia holandesa colonial. Tras vencerse el comunismo, Hitler piensa que el capitalismo burgués es casi del mismo tipo de origen judío. Es preciso promover, siguiendo la estela de la victoria, formas políticas compatibles con el nazismo en el mundo anglosajón. Sería una vergüenza que el Reich tuviera mejores relaciones con los italianos del fascismo que con los pueblos anglosajones.

  En Gran Bretaña se dan diversas opciones. Por un lado, los fascistas británicos deberán recuperar su libertad, y sin duda la victoria nazi les hará ganar apoyos. Pero existe también la opción del separatismo escocés y galés. Estos pueblos célticos no le interesan mucho a Hitler, pero la amenaza de secesión puede ser utilizada para imponer una forma política inglesa más amistosa con el Reich.

  En esta materia, el interlocutor de Hitler no es el líder de las SS, sino el ministro de exteriores Ribbentrop, antiguo embajador en Londres. Para Ribbentrop, la clave está en la aristocracia británica, un grupo racialmente homogéneo -normandos- y que no ha terminado de asimilar el creciente poder del populacho debido a las actividades comerciales tan típicamente británicas. El Imperio Británico trajo gloria a Inglaterra, sí, pero también permitió que prosperase una pequeña burguesía ambiciosa de intereses mezquinos entre quienes destacó el judío Disraeli. Ahora el Imperio Británico ha desaparecido. El tiempo de los mercaderes habría pasado y la aristocracia inglesa puede volver a tomar el poder.

  Una alianza entre militares británicos, fascistas británicos y una vigorosa aristocracia es factible si el Reich la favorece. Para eso es preciso acabar con la peste laborista, con el exceso de extranjeros en Londres… y con el débil monarca Jorge VI. Ribbentrop cree que puede restaurarse a Eduardo VIII en el trono. En caso de que no fuese posible, se potenciaría el secesionismo celta para debilitar Gran Bretaña.

    En cuanto a Estados Unidos, a Hitler le empieza a seducir el general Mc Arthur. La vieja ideología del americanismo no había quedado olvidada. Los estados del sur de los Estados Unidos aún recordaban su vieja gloria. A Berlín llegaban noticias sobre cómo Roosevelt estaba buscando apoyos entre los miembros de su partido más opuestos a la integración racial que torpemente se había promovido durante algún tiempo cuando la guerra mundial llegó a África negra (¡con la ridícula idea de que se lograría hacer de los negros buenos soldados!). Ahora toda la política de integración racial se limita a los partidarios de Henry Wallace y su Partido Progresista, el partido de los judíos, los polacos y los negros.

  Douglas Mc Arthur es un buen americanista, cuenta con el apoyo del héroe Lindbergh (un amigo de Alemania) y está luchando contra los asiáticos en Filipinas.

  ¿Podían ser los japoneses los aliados de Alemania? En la medida en que puedan ser utilizados como amenaza contra americanos y rusos, por su situación geográfica, sí. Pero Hitler haría llegar a Mc Arthur el mensaje de que prefiere una alianza con una América blanca que con un Japón amarillo. A Hitler no le importaría traicionar a los japoneses y aniquilarlos, discrepa de las teorías "arianistas" sobre los pueblos de Extremo Oriente que defiende Himmler (esoterismos sobre el Tibet y esas cosas...). Pero solo traicionará a Japón al precio de una alianza con los anglosajones. Y una cosa tiene clara el Führer: no basta con que un pueblo racialmente superior demuestre su calidad de tal con su desarrollo económico, científico y artístico. No, la superioridad racial exige un posicionamiento político. Si los anglosajones son un pueblo superior, han de comportarse como tal. Han de rechazar la ideología burguesa judeocristiana, darse una forma política adecuada a sus cualidades de raza y aniquilar las minorías nocivas que amenazan su integridad racial.

  Estados Unidos está lleno de negros, judíos, indios y otras minorías despreciables. Mac Arthur o cualquier otro debería poner en marcha una revolución en este sentido. En Inglaterra ha de hacerse lo mismo.

  Hasta entonces, Hitler prevé que, tras la firma de la paz, seguirá un enfrentamiento larvado, lo que va a exigir continuar el rearme y poner mucha atención a los avances científicos e industriales en ese sentido. ¿Un explosivo atómico? Stalin ya ha adelantado alguna información secreta al respecto. Hitler ya sabe, por ejemplo, los nombres de los científicos más importantes del proyecto (¡la mayoría, judíos exiliados!) e incluso donde se encuentra el principal laboratorio (en Nuevo México). Pero desde luego Hitler no va a renunciar a la destrucción de Moscú solo por los siguientes informes sobre el armamento atómico americano que prometen, como moneda de cambio, los agentes rusos que negocian en Suecia a la desesperada.

  En realidad, la guerra no tendría por qué terminar. Sobre la mesa del Führer están los informes del OKW, el alto mando militar. Si Hitler lo desea, en 1946 o 1947 puede gobernar el planeta entero. Una vez aniquilado el Ejército Rojo soviético, el III Reich poseerá recursos suficientes para conquistar Gran Bretaña y el mismo continente americano. China sería aniquilada durante el invierno y Gran Bretaña podría ser invadida en la primavera de 1945, con la experiencia de la invasión aeronaval a las islas Canarias y contando ya por entonces con supremacía aérea. Llevaría unas pocas semanas. Con el verano, y partiendo de las bases en Siberia Oriental, puede dar comienzo la invasión de Norteamérica por Alaska, en el verano del mismo año 45 o, más probablemente, en el 46. El OKW ha calculado que para esa invasión de Norteamérica basta con que un tercio de las tropas sean alemanas (cincuenta divisiones de élite), otro tercio pueden ser vengativos japoneses y el tercio restante incluiría a mercenarios de todo tipo (árabes, rusos, italianos...). Para 1945 la Europa de Hitler dispondrá de materias primas inagotables, recursos humanos inagotables y un ejército enorme.

  Sin embargo, aparte de la amenaza de la bomba atómica, está el hecho de que la sociedad alemana está harta de victorias y que desea disfrutar de las riquezas prometidas. El mismo Hitler está aburrido de la guerra, aunque reconoce que, teniendo a su alcance la conquista total del mundo, tal vez fuese lamentable desperdiciar la ocasión...

  Hitler contaba a sus contertulios de sobremesa que pensaba retirarse una vez acabada la guerra. Pero en la realidad comprende ahora que no puede hacerlo porque él es insustituible. A los problemas de construcción nacional, política racial y política exterior se suman otros asuntos. Tras el Tratado de Paz tendrá que imponer a Suecia durante el invierno un tratado de confederación con el Reich que asegure una unión efectiva (integración del ejército sueco en el Heer, bases militares, enseñanza del alemán en las escuelas), y en la primavera tendrá que apoderarse de Suiza. Incluso puede que los finlandeses, tan celosos de su independencia, le supongan problemas.

   La aniquilación de la Iglesia Católica… y la neutralización de las tendencias tecnocráticas de los elementos moderados dentro de su propio régimen será otra cuestión vital. Albert Speer, a quien tanto estimaba, es casi un traidor, con su política favorecedora del industrialismo burgués en Francia: lo ha cesado y lo tiene bajo vigilancia. También bajo vigilancia está el aspirante al trono del Reich, Guillermo, el hijo del anterior Kaiser, ya fallecido. El mariscal Rommel, que, aunque le había decepcionado un tanto al final, no dejaba de ser uno de los grandes héroes del Ejército, se había posicionado en contra de ciertos asuntos referidos a la política racial (había protestado contra la aniquilación de los judíos por los árabes en el Mediterráneo oriental). Aunque Hitler no es, de entrada, partidario de los métodos de Stalin, en el fondo admira la energía con que éste se ha deshecho de sus enemigos internos. Quizá no debiera castigar a Rommel como Stalin hizo con Tukhachevsky (ni a Speer como a Bukharin), pero desde luego algo tiene que hacer al respecto.…

ooo

  Sabemos algunas cosas sobre los planes de Hitler para una Alemania victoriosa. Bien es cierto que cuando inicia la guerra en septiembre de 1939, sus planes no iban mucho más allá de aniquilar Polonia y mantener una buena relación comercial con los soviéticos: según los planes de agosto de 1939, la guerra contra Francia tardaría aún algún tiempo.

  Al complicarse la guerra, aumentó el riesgo de perderla a la vez que las expectativas de victoria se hicieron grandiosas y el límite para éstas iba cada vez resultando más difícil de precisar. En lo que respecta al Holocausto judío, la invasión de Rusia dio lugar a la idea de la “Solución Final”. Las extensiones de Rusia daban la oportunidad de hacer desaparecer a todos los judíos de Europa de una forma discreta y práctica mediante la deportación a territorios remotos e inhóspitos. Sin duda, el sistema de los campos de exterminio, con sus cámaras de gas y sus crematorios, no formó parte de la primera planificación. Habría sido mucho más simple enviar a los judíos al norte de la Rusia vencida y allí hacerlos morir por hambre y por frío durante el primer invierno (siguiendo como modelo los "traslados" forzosos llevados a cabo por los turcos con los armenios en 1915... y como acabó sucediendo con casi todos los prisioneros de guerra rusos capturados en 1941). La imposibilidad práctica de hacerlo así llevó a la utilización de las cámaras de gas que habían comenzado a utilizarse en 1939 para aniquilar a los enfermos mentales alemanes.

  No cabe duda de que el horrible destino de los judíos tenía que ser ocultado a la población alemana. Pero tampoco cabe duda de que un cierto nivel de embrutecimiento moral por parte de la población alemana era necesario para que las noticias no se concretaran ante las personas más sensibles. Hay testimonios abundantes de que muchos soldados y civiles alemanes se enteraron de lo que estaba pasando. Unos se horrorizaron y callaron, otros no se horrorizaron y callaron, algunos oyeron pero no preguntaron y nadie hizo averiguaciones acerca de algo de lo que no querían enterarse. Es seguro que nadie se dijo a sí mismo: "“¡Dios mío!, ¡esto es demasiado horrible como para que se sepa!, ¡guardemos el secreto!"”. Todo parece indicar que la discreción al respecto tenía más que ver con el hecho de que se trataba de un episodio de mal gusto, el tipo de cosas desagradables pero necesarias que no conviene comentar delante de las señoras.

  En cambio, otras naciones del entorno del Eje se resistieron a cooperar. Parece ser que, en la realidad, los franceses se negaron a seguir entregando los judíos a los campos polacos cuando se enteraron de lo que se hacía allí con ellos. Los búlgaros, un pueblo pobre y de poca influencia política, nunca cooperaron (mientras que los rumanos fueron entusiastas). Tampoco los italianos cooperaron, dado que su fascismo no enfatizaba las diferencias raciales.

  Pero en esta historia alternativa que aquí se presenta las dimensiones de la victoria nazi son tan grandiosas que la voluntad del Führer habría resultado irresistible, al menos para países pequeños y geográficamente atrapados en Centroeuropa como Hungría y Bulgaria. Es posible, sin embargo, que los judíos nacionales (no, desde luego, los extranjeros residentes o incluso nacionalizados) de Italia y Francia hubieran podido salvarse. Claro que, en esta matanza, ahora se habría incluido también a los judíos marroquíes, turcos, egipcios y, por supuesto, los palestinos….

  En cuanto al orden mundial, Hitler reconocía cierto valor racial a los anglosajones. Más quizá a los americanos, pues en ellos habría un componente germánico mayor que en Inglaterra. Hitler refirió en alguna ocasión que necesitaba al Imperio Británico para que ejerciera su influencia dominadora en territorios que estaban fuera del ámbito de interés alemán. En esta historia alternativa, sin embargo, tanto África como la India quedarían fuera del poder británico. África, porque sería necesaria para recompensar a las naciones mediterráneas del Eje, y la India porque quedaría dentro del ámbito del poder musulmán, que las circunstancias de la “guerra periférica” habrían convertido en un valioso aliado coyuntural del nazismo.

  Hitler puede tal vez elegir entre una alianza con unos Estados Unidos “americanistas” (¿la alternativa del caudillo militar Mac Arthur?) o con preservar cierta supervivencia del Imperio Japonés en Extremo Oriente. China, por ejemplo, no formaba parte de ningún imperio colonial, ya que nunca había sido colonizada. Pero podía convertirse en un satélite de alguna nación poderosa (Japón o Estados Unidos). 

  Hitler contaba con cierto grado de fantasía para sus especulaciones raciales e imperiales, pero su entorno político ni siquiera llegaba al Mediterráneo, de modo que es probable que dejara decidir esos asuntos a algunos "especialistas" de su confianza.

  La idea de un mundo dividido en dos grandes mitades geográficas, una dominada por los alemanes y la otra dominada por los anglosajones del Atlántico, no hubiera parecido disparatada. La supervivencia de Japón dependería exclusivamente de la viabilidad o no de llegar a un acuerdo sólido con Estados Unidos. Hitler puede pensar que no le debe nada a Japón: los japoneses no atacaron a los rusos cuando más lo habría necesitado, en diciembre de 1941. En esta historia alternativa, los japoneses atacan a Rusia solo cuando la derrota de los rusos es segura, en la esperanza de que a cambio Hitler les salve de su también segura derrota a manos de los americanos.

43. El armisticio

  Es al mediodía del día 11 de septiembre de 1944, en Dublin (propiamente en el "Dublin Castle"), cuando, apenas ante algunos diplomáticos y un pequeño número de periodistas escogidos, Hermann Goering, en representación de Hitler, y Joseph Kennedy, en representación del Presidente Roosevelt (pendiente de la ratificación del Congreso), firman la declaración de armisticio que pone temporalmente fin a las hostilidades entre los Estados Unidos y el Tercer Reich. Los puntos del armisticio recogen vagamente que ambas potencias se comprometen a que sus respectivos aliados no obstaculizarán la observancia del alto el fuego. Se determina que el armisticio se firma en espera de que se alcance un Tratado de Paz definitivo que afecte por igual a la seguridad de todo el planeta y que permita el progreso de los pueblos. Se excluye del armisticio el área del Pacífico y el Extremo Oriente de Asia. La Unión Soviética queda también excluida.

  Aunque él no firma en ningún documento de la declaración del armisticio, la presencia del muy satisfecho primer ministro irlandés Eamon De Valera es notoria en las fotografías históricas que se hacen del momento. Kennedy y Goering le han dado seguridades acerca de la inminente reunificación de Irlanda en el marco de una nueva Europa.

                                    El primer ministro irlandés Eamon de Valera

   Es mediodía en Dublin, pero en Chicago está amaneciendo, y allí tiene lugar la hasta entonces muy demorada convención del Partido Demócrata en la que se designará a los candidatos a las elecciones presidenciales de noviembre.

  Tras un cauteloso apretón de manos, Goering y Kennedy se separan. El mariscal del Reich permanecerá en Dublín un par de días más como invitado de las autoridades irlandesas a la espera de su regreso a Berlín, ya que es preciso poner de nuevo en marcha el gran dispositivo secreto de seguridad que le permitió aterrizar en Irlanda y esto requiere algún tiempo. Un error, una desobediencia, cualquier alteración que acabase con su vida en el difícil trayecto de Irlanda a Alemania (via Francia) podría ser catastrófico a nivel político. Kennedy, en cambio, tiene prisa por cruzar el Atlántico de nuevo y llegar a Chicago. El gran avión Liberator está listo para despegar y a las 13 horas lo hace. Kennedy podrá estar a media tarde del 12 de septiembre en la convención del Partido Demócrata de Chicago.

  Allí, Roosevelt, al levantarse de la cama, tiene a Cordell Hull y a Henry Stimson, secretarios de Estado y de Defensa, esperándole con la noticia recién llegada desde Dublín: hay armisticio y, muy probablemente, una paz definitiva. En América nadie lo sabe aún, pero solo cuentan con algunas horas hasta que se haga público. En cualquier caso, no se trata de un Tratado de Paz, y puede ser rechazado por el Congreso y el Senado.

  Hay poca actividad bélica en “la periferia del Mediterráneo” este día 11 de septiembre de 1944. La aviación aliada no hace incursiones en el continente europeo, tampoco la aviación del Eje vuela sobre Gran Bretaña. Donde sí se combate ferozmente es en la batalla de Moscú. El día anterior se ha completado el cerco a la ciudad y ahora los rusos luchan por romperlo. Dos ejércitos Panzer han hecho contacto al este de Moscú mientras un tercero, el de las Waffen-SS, está a cargo de la embestida principal desde el oeste. Pero las posiciones defensivas rusas son sólidas.

   El mariscal Manstein, cada vez más nervioso por el vigor de los defensores, ha ordenado que se desplieguen todas las fuerzas del Eje al sur de Moscú para alcanzar el Volga en todos los puntos, a fin de hacer realidad por fin la línea Arkanghelsk-Astrakhan, que supondrá el limes definitivo del avance del III Reich hasta el Este (al menos, para la presente generación de alemanes...). Manstein piensa que si ataca en todos los frentes al oeste del Volga, los defensores de Moscú no podrán reunir la fuerza suficiente para romper la tenaza que cierra la ciudad. Mueren cientos de hombres cada hora.

    Al mediodía del 11, Roosevelt está en la Convención (tiene lugar en el Chicago Stadium), rodeado de un impresionante dispositivo de seguridad. Va a hacer públicas dos cosas: el armisticio y su propuesta de candidato a la vicepresidencia, que no es ni Hull ni Truman, como muchos han especulado.

  Ya hay rumores cuando el Presidente toma la palabra ante la expectante multitud de delegados, invitados y periodistas. La radio va a emitir en directo su discurso.

   El Presidente habla primero de la brava lucha de los americanos por la victoria, y de lo inminente que es la derrota de los agresores japoneses, responsables de la implicación de América en la guerra. Habla después de la paz. De cómo se ha preservado el honor de América en su lucha por una paz justa en el mundo que castigue a los agresores y asegure la cooperación futura de los pueblos. Y finalmente dice:

  “Tengo que anunciar en esta ocasión, que desde hace nueve horas, rige un alto el fuego general en el mundo, con exclusión de la zona de guerra del Pacífico. Este alto el fuego, pactado entre los Estados Unidos de América y el Tercer Reich alemán, ha sido firmado en Dublín por el mariscal Goering en representación del jefe del estado alemán y, en mi nombre, por el secretario del Tesoro Joseph Kennedy.”

  Y aprovechando el asombro general de la multitud, añade al final de su discurso (tras precisar que el Congreso se reunirá urgentemente para dar su aprobación a la firma… y omitir que se ha traicionado a los rusos, dejándolos fuera del armisticio):

   “El secretario Kennedy está de camino a esta convención, tanto para dar cuenta ante mí y ante el pueblo americano de la valiosa gestión realizada, como para presentarse ante esta convención como mi candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos en las próximas elecciones de noviembre, si esta convención del Partido Demócrata me designa para tan alta misión”.

  En un segundo, se decide el futuro. Todo depende de cómo reaccione el asombrado millar de delegados. No hay entusiasmo inicial. Algunas voces protestan, pero entonces la mayoría acalla las protestas con aplausos y vítores. Poco a poco los aplausos se hacen abrumadores y entonces sí se percibe cierto entusiasmo porque la guerra casi está finalizada. Roosevelt respira.

  Mientras recibe las aclamaciones, el Presidente se da cuenta de que hay empujones y manotazos en algunos puntos de las tribunas. La mayoría de los enfrentamientos son a causa de los delegados judíos y antinazis, los últimos que quedan y que todavía no han engrosado las filas del Partido Progresista del exvicepresidente Wallace. Son pocos, pero su amargura es tanta que es imposible que no se haga notar.

  En las calles de América es como Pearl Harbour, casi tres años antes. La radio enloquece y los periódicos sacan ediciones extra durante toda la tarde. “¡Armisticio en Europa!” Sin embargo, el público no reacciona con ira y angustia, sino con alivio y hasta euforia: lo peor ha pasado.

  Las noticias llegan pronto a los soldados que luchan y seguirán luchando en el Pacífico, entre ellos los soldados de la 1 división de marines que se preparan para el desembarco en Peleliu (islas Palau) que tiene que llevarse a cabo el día 15.

  Al mediodía del día 12 tiene lugar la votación final de la convención. Kennedy acaba de llegar desde Irlanda y es ovacionado a rabiar por buena parte de los asistentes, aunque son muchos otros los que desconfían de él. Sin embargo, nadie niega que, al fin y al cabo, él acertó en 1940 al pedir que se buscase la paz con Alemania, y que sin duda sus orígenes irlandeses han pesado para la valiosa mediación del primer ministro De Valera. Cuenta, ahora más que nunca, con el apoyo de la importante minoría de origen irlandés en Estados Unidos.

   Este día 12, América está entusiasmada con la idea de la paz. Los soldados que están en el Golfo Pérsico no se lo pueden creer. Casi enseguida, el caballeroso mariscal Rommel ofrece a su oponente Eisenhower que lo visite en Bagdad para precisar todo lo relativo al armisticio en la zona del Golfo, donde hay ya más de cuatro millones de uniformados (alemanes, británicos, americanos, persas y árabes) agolpados entre dunas y peñascos arenosos.

   Y a la mañana del 12, el primer ministro británico Anthony Eden anuncia la adhesión del Imperio Británico al armisticio y pide al pueblo británico unidad ante los duros meses que vienen. Asegura que confía en la alianza anglosajona tanto para la guerra como para la paz. A diferencia de en Estados Unidos, nadie informa de que se de entusiasmo en las calles, pero sí se percibe un visible alivio. Los editoriales de los periódicos más serios subrayan que hay que reconstruir el país y afrontar los nuevos tiempos. Algunos piden elecciones generales en el Reino Unido antes de Navidad, una vez tengan lugar las elecciones presidenciales norteamericanas. A media tarde, habla el rey por la radio, y su voz, siempre deficiente, muestra más debilidad que nunca. No se felicita del armisticio y pide unidad ante las nuevas disyuntivas que se abren para el pueblo británico. No menciona al Imperio ni al aliado americano, ni mucho menos a los rusos. Da la impresión de que, con guerra o sin ella, están ahora tan solos como en el verano de 1940.

  En los países del Eje, el armisticio se celebra como una victoria. En Moscú tarda en conocerse la noticia. Se oculta, mientras sigue la batalla. Solo el día 15 de septiembre la radio soviética informa de forma maquillada de un cese temporal de los combates (aéreos) en Europa Occidental. El día anterior, el grupo de ejércitos motorizado del mariscal List ha conquistado Ferganá, apoderándose de la zona agrícola más rica del Asia Central soviética, pero esto ha sido poco cruento, mientras que en la zona de Moscú siguen produciéndose matanzas entre atacantes y defensores.

  En Extremo Oriente, el general Yamashita, incapaz de conquistar Khabarovsk a los rusos, ha recibido a finales de julio la orden de preparar una expedición motorizada hacia el Oeste, buscando ya establecer contacto en la ruta de la seda con la fuerza móvil alemana que se dirige a China y que se esperaba que se pusiera en marcha en el mes de agosto: el mariscal List necesitaría aún algunas semanas para recibir el material de transporte necesario y los rusos era previsible que presentaran dura resistencia en la frontera persa.

  Cuando List y sus aliados turcos comenzaron a adentrarse en el Asia Central soviética era ya el 25 de agosto. Yamashita, a diferencia de List, no tiene que emprender grandes batallas para cubrir los mas de dos mil kilómetros que separan Pekin de la frontera soviética en el oeste de las remotas y desérticas tierras nominalmente bajo dominio chino.

  Para cumplir el recorrido previsto, los japoneses han llegado a un acuerdo en el territorio bajo control del ejército comunista chino en Yan'an, en la región de Shaanxi, que se encuentra al sur del estado títere de Mengjiang (en teoría, territorio mongol, aunque la mayoría de la población es china han). El ferrocarril chino del Oeste llega hasta muy cerca de esta zona (provincia de Shaanxi). El acuerdo para el tránsito de la expedición japonesa ha sido posible porque Mao ya da por perdidos a los soviéticos y sabe -como saben los japoneses- que los norteamericanos van a seguir apoyando a los chinos del Kuomintang incluso aunque se pierda la India y su ruta de abastecimientos. En agosto, las islas Marianas en el Pacífico están ya bajo control americano y la flota japonesa ha sido derrotada una vez más en el Océano Índico. Es cuestión de tiempo que los americanos se apoderen de Formosa y que desde allí apoyen al Kuomintang. Por tanto, los intereses de japoneses y comunistas chinos ahora coinciden. Tanto más como que los agentes nazis han informado a los chinos de que la alianza alemana con Japón dependerá de cómo de conveniente esta sea para los intereses alemanes: China o Japón, a Alemania le da igual, de lo que se trata es de mantener totalmente rodeado el territorio ruso por el Este. Por lo tanto, caudillos audaces como Mao podrían resultar muy útiles para Alemania si Japón decide, por ejemplo, continuar la guerra por su cuenta en contra de los designios de Hitler.

  Los japoneses, por su parte, también tienen que aliarse con otros líderes locales: el señor de la guerra de la región de Xinjiang, Sheng Shicai, y el equivalente señor de la guerra de Quinghai, el musulmán Ma Bufang (hasta hace poco, un enemigo de Japón). Es importante su alianza porque tiene que ser en Xinjiang donde alemanes y japoneses se encuentren. Solo con el apoyo de Mao, de Ma Bufang y de Sheng Shicai es posible que el general Yamashita emprenda su expedición hacia el Oeste a finales de agosto de 1944. Apenas si tiene que temer algún ataque de los soviéticos desde sus posiciones en Mongolia, pero tales ataques no se producen debido a la alarmante situación en la que se encuentran los soviéticos en todos los frentes.

  También Stalin reanuda sus contactos con los alemanes. Mientras la batalla en el cerco a Moscú está en su apogeo, se hace el último intento de salvar la ciudad, incluso desmilitarizándola,… pero al mismo tiempo se prepara una alternativa en caso de que la futura Rusia quede comprendida entre el Volga y el Lena. Incluso en ese caso, una Rusia muy reducida podría sobrevivir como vasalla de los alemanes, y esto sería mejor que nada.

                         El río Lena, que delimita Siberia Oriental y Siberia Central

  Una de las pocas bazas con que cuenta Stalin para negociar con Hitler es su red de espionaje, que ha enviado ya datos bastante exactos acerca de los planes norteamericanos para la bomba atómica, un arma que puede todavía cambiar el curso de la guerra y cuyo costosísimo proceso de fabricación estaba ya muy avanzado cuando en mayo los rusos han comenzado a darlo a conocer al mundo entero. Para los rusos, este arma puede serles útil tanto en caso de que gracias a ella Wallace logre la victoria electoral de los antinazis, como si, en caso contrario, haya que negociar la paz con los alemanes. Además, no se trataría solo de lo que Hitler pudiera ofrecer a cambio de la información (Hitler puede después desdecirse de sus promesas, como ha hecho otras veces) sino de que los alemanes podrían atemorizarse y detener su imparable carrera de conquista. En teoría, Hitler no tiene por qué detenerse. Puede conquistar Rusia hasta el estrecho de Bering, salvar a los japoneses, aniquilar a los chinos (o someterlos) y luego pasar a América, hasta Alaska. Puede conquistar el mundo entero. Es solo cuestión de meses que cuente con suficientes aviones y tanques para ello... y puede utilizar cientos de miles de mercenarios árabes, turcos y hasta rusos como tropa de infantería... Solo la amenaza de la bomba atómica puede detenerle... Porque Stalin sabe que los científicos alemanes están, de momento, muy lejos de los avances realizados por los sabios norteamericanos (que son en su mayoría, por cierto, europeos exiliados).

    Queda la guerra del Pacífico. Las batallas en las islas Carolinas y Palau consolidan la plataforma de lanzamiento norteamericana contra Filipinas. Ahora hay que evacuar a los más de dos millones de soldados aliados que se concentran inútilmente en el Golfo Pérsico para utilizarlos contra Japón. Es entonces cuando se autoriza a Eisenhower para que negocie secretamente la retirada del Golfo. Será precisa una movilización enorme de recursos para sacar de allí a los hombres y la mayor parte del material. Rommel, desde luego, no aprovechará la retirada para atacarlos. Al contrario: Rommel quiere comprar vehículos americanos, pues muchos de los recursos de movilidad de su grupo de ejércitos (Panzerarmee Asien, 17 y 21 Armeen, ejército egipcio y ejército árabe asiático más las fuerzas persas) están siendo transferidos hacia Asia Central, a fin de acelerar el avance por la ruta de la seda que comanda el mariscal List.

  El 26 de septiembre, ya con el armisticio con los angloamericanos en vigor, List conquista Alma Atá, continuando el avance de las fuerzas alemanas en Asia hacia el Este. Mientras, los japoneses están en camino hacia Urumqi, ciudad china de la región de Xinjiang (o Uighuria), al oeste de Mongolia. El avance japonés hacia el Oeste comenzó desde la terminal ferroviaria occidental de Baoji, en la provincia de Shaanxi, muy cerca del territorio controlado por los comunistas de Mao. Tienen que recorrer más de mil quinientos kilómetros, por tierra y por aire, contando con el apoyo de los señores de la guerra que dominan los despoblados territorios intermedios. Desde el Oeste, la distancia de Urumqi a Alma Atá es solo de ochocientos kilómetros. De un momento a otro, en cuanto estén equipados los nuevos aeródromos, alemanes y japoneses podrán encontrarse, al menos, por vía aérea, de forma mucho más cómoda que por la geográficamente arriesgada ruta por el Tibet que inauguraron a primeros de junio.

  A la retirada americana del Golfo Pérsico se suma la retirada en África Occidental. Por lo tanto, el armisticio se hace irreversible, pues los aliados no mantienen sus posiciones y ya no podrán retomarlas. Aprovechando que tampoco hay ataques contra los buques de transporte, se envían cientos de barcos a los puertos para evacuar a las tropas.

  El 14 de septiembre, el secretario de Estado Cordell Hull vuela desde Chicago a Brasil. Solicita al presidente brasileño, Getulio Vargas, cuyo país está en guerra contra el Eje desde mediados de 1942, que permita el establecimiento de parte de las tropas estadounidenses evacuadas de África Occidental (propiamente, los hombres del 5 ejército americano) en las zonas de mayor valor estratégico de la costa brasileña, los puertos de Recife, Natal y Pernambuco, para caso de que, una vez instalados los alemanes en Liberia, la zona más próxima al continente americano, estos amenacen Sudamérica. Getulio Vargas quisiera evitar la instalación de los soldados norteamericanos, pero comprende que, si los del Eje se quedan con Europa, con África y con media Asia (por lo menos), los norteamericanos no van a tolerar intromisiones en Sudamérica. El mundo va a dividirse en dos enormes zonas de influencia, la alemana y la norteamericana, y cada zona quiere asegurarse el control del territorio que le pertenece.

  Vargas sabe que el régimen militar de Argentina simpatiza con el Eje, así que la presencia de tropas estadounidenses en Brasil servirá también para tenerlos advertidos de las consecuencias que podría tener para ellos dar un paso en falso.

  En total, se trata de evacuar sesenta divisiones norteamericanas. Una operación tan enorme que se tardará meses en completar. Algunas divisiones americanas acababan de llegar al Golfo y ahora ya van de vuelta (el caso de la 13 blindada o la 100 de infantería). Los veteranos, por su parte, están hartos y no les importa hacinarse mil o dos mil hombres durmiendo en las cubiertas de los buques de guerra. Se les deja en Socotora, en Ceilán, en Australia Occidental… Los más afortunados regresan a Estados Unidos directamente.

  Pero también hay que trasladar el armamento, los suministros, los vehículos… Todo lo que con tanto esfuerzo ha sido transportado allí sin que ahora parezca que ese esfuerzo haya servido para mucho. El general Eisenhower asiste desolado al trabajo frenético en los muelles que tan laboriosamente se construyeron en los pequeños puertos del Golfo. Desde el verano de 1942 los aliados (incluso antes, pues Basora fue conquistado por los británicos en mayo de 1941) han creado una extraordinaria infraestructura en aquellas tierras inhóspitas, y ahora todo ha terminado.

  Los nuevos planes militares aliados no son un secreto para nadie: los soldados americanos rumorean que cuando el general Mc Arthur gane las elecciones a ellos los llevarán a China, para echar de allí a los japoneses.

  El 12 de octubre de 1944, mientras sigue la batalla en torno a Moscú  –que parece interminablemente sangrienta y a la que se suman ahora las flotas aéreas de la Luftwaffe que antes combatían a los angloamericanos-, llega la noticia de que finalmente japoneses y alemanes han establecido contacto terrestre en una de las ciudades más remotas del planeta: Urumqi.



  Esta región había sido invadida por los soviéticos ya en 1934, por lo que contaba con algunas infraestructuras de comunicaciones que los del Eje pueden aprovechar. También en la región existía un fuerte sentimiento musulmán antisoviético y antichino, que beneficia a los invasores. Sheng Shicai, el señor de la guerra local, es reconocido a nivel diplomático por el Eje, tras lo cual pone sus tropas al servicio de Hitler y el Emperador del Japón. La avanzada japonesa ha llegado el día 5 de octubre, asegurando por el camino una ruta que pasa por Quinghai y Gansu. Al norte queda el territorio "mongol" (en realidad, chino) de Mengjiang, controlado por Japón, y más al norte Mongolia Exterior, todavía bajo control soviético (pero eso no durará mucho, dado el cariz que toman los acontecimientos).


               


                                                 Los generales List y Yamashita 

    Yamashita y List se dan la mano para los fotógrafos oficiales. Ahora el enorme territorio ruso está completamente rodeado por sus no menos enormes enemigos. En Japón se celebra como una victoria, y la noticia afecta al general Mc Arthur, que está en plenos preparativos del desembarco en Filipinas. Comprende que han llegado tarde: ahora Japón no podrá ser derrotado al haber conseguido abrir una ruta directa hasta el III Reich alemán. O si puede ser derrotado, será solo si Estados Unidos se enfrenta a Alemania en el Lejano Oriente. Esta zona queda excluida del armisticio. Se trata de una situación endiablada.

  Desde Urumqi hasta los puertos de Manchuria la distancia es aún muy grande. El ferrocarril chino llega desde Pekin hasta Baoji, en la provincia de Shaanxi, al Oeste, limitando con Mongolia. La gran ciudad sobre el río Amarillo, Lanzhou, está un poco más al oeste, pero desde Lanzhou hasta Urumqi hay más de mil quinientos kilómetros a través de zonas desérticas. Hasta que se pueda extender el ferrocarril por los desiertos, alemanes y japoneses tienen que organizar, pues, una ruta aérea complementada por otra terrestre por malas carreteras, donde han de preverse también las posibles incursiones de los soviéticos que mantienen posiciones en Mongolia, al norte. En cualquier caso, la Luftwafffe hace aterrizar sus aviones en Tokio en los días siguientes, tras volar desde Asia Central a Manchuria pasando por Xinjiang, una ruta más segura que la del Tibet, hasta el punto de que pronto algunos cazas alemanes podrán enfrentarse a los primeros bombarderos norteamericanos que, desde las islas Marianas, atacan Tokio y las demás ciudades japonesas.

  Otra mala noticia llega al general Mac Arthur a finales de octubre: el dirigente comunista chino Mao ha pactado públicamente con el Eje (en realidad, hace semanas que llegó a un acuerdo con ellos, pero solo ahora lo hace público). En el pacto, los japoneses y alemanes conceden a Mao y sus hombres una especie de feudo en el territorio de Yan'an, en el norte de Shaanxi, e incluso le ofrecen suministros… siempre a condición de que continúe su lucha contra el gobierno nacionalista chino de Chungking. A cambio, Mao ofrece su renuncia formal a la ideología comunista que es sustituida por otra ideología de justicia social y exaltación nacionalista. Algo por el estilo de los movimientos nacionalistas musulmanes que apoyan los nazis en Asia y el norte de África.

  De todas formas, el 20 de octubre de 1944 el general Mc Arthur en persona desembarca en la isla filipina de Leyte. En los días siguientes la flota norteamericana logrará una victoria definitiva contra la marina imperial japonesa (el principal enfrentamiento, victorioso para los americanos, se dará el día 26). El general Mc Arthur espera que estos logros le permitan ganar las elecciones del día 6 de noviembre.

   Sin embargo, la resistencia enemiga es muy fuerte. Se producen los ataques aéreos kamikaze y, en el sur de Filipinas, la república musulmana se juzga demasiado peligrosa como para que se intente allí un desembarco norteamericano.

  En teoría, Mac Arthur espera que podrá dominar Luzón, la isla principal del archipiélago, con su capital, Manila, para Navidad. Y en enero, contando ahora con las tropas de Eisenhower, podrá conquistar Formosa. Planes de la Marina para la conquista del islote fortificado de Iwo Jima e incluso el archipiélago al sur de Japón de Okinawa son descartados: primero Formosa, y entonces desembarcar cincuenta divisiones americanas en China para dominar todo el este de Asia en colaboración con el generalísimo Chiang. Si es preciso, se enfrentarán también a los alemanes allí. Al menos, los japoneses no han podido conquistar el territorio costero frente a Formosa (provincia china de Fujian). Debido a su lucha contra los rusos en Siberia Oriental carecen de recursos suficientes para ello, por lo que sus fuerzas en Indochina e Indonesia corren peligro de verse aisladas. El caso es que en Tokio todo el mundo sabe que están abocados a la derrota. La cuestión es favorecer a los alemanes lo suficiente como para que Hitler fuerce a los norteamericanos a imponer a Japón una derrota asumible.

  Mac Arthur, tras volver a poner pie en Filipinas ha recobrado el ánimo que perdió al enterarse del encuentro de Yamashita, el conquistador de Singapur, y el mariscal List, el conquistador de los Balcanes, el Cáucaso y Persia, en un paraje perdido de Asia Central. Cree ahora que, si es elegido Presidente, todavía podrá logar la derrota total de Japón.  Mac Arthur también cuenta con el proyecto de la bomba atómica. Tiene fe en que este arma tendrá éxito y que los alemanes no podrán igualar su poder destructivo. Por ello, la campaña del Partido Republicano insiste en la viabilidad de la derrota total de Japón. Éste es el mensaje que el senador Vanderberg, el candidato a la vicepresidencia del caudillo norteamericano del Pacífico, difunde durante la campaña electoral hasta el último minuto.

Ooo

  Un armisticio es lo que firmó el gobierno francés de Petain en junio de 1940. Supone un cese el fuego y las condiciones para éste, que en el caso francés supusieron la ocupación por el enemigo de la mayor parte del territorio y duras limitaciones al resto. Pero no era un tratado de paz. En la realidad, el gobierno francés presidido por el mariscal Petain nunca llegó a firmar el tratado de paz, motivo por el cual, entre otras cosas, casi un millón de soldados franceses hechos prisioneros por los alemanes en junio de 1940 no fueron liberados hasta el final de la guerra, y durante todo este tiempo se vieron forzados a trabajar en territorio alemán.

  En esta historia alternativa, el Tratado de Paz lo firma Francia finalmente en julio de 1942, resultando en una alianza política, económica y militar que casi equivale a que Francia se sume al Eje. 

  El armisticio que firman los norteamericanos con los nazis en esta historia tiene como objeto el que sirva para que Roosevelt pueda ganar las elecciones del 6 de noviembre de 1944. Puesto que hace ya casi un año que el pueblo norteamericano está convencido de que los generales alemanes son invencibles esta resolución será recibida con alivio por todos. Salvo, quizá, por los antinazis acérrimos, que en esta historia apoyan la candidatura presidencial del ex vicepresidente Henry Wallace.

  Está claro que Roosevelt, pendiente de la reelección, solo puede firmar un armisticio. Una vez que Estados Unidos cuente con un presidente electo (sea Roosevelt, Wallace o el general Mc Arthur), éste tendrá que firmar el Tratado de Paz definitivo… o romper el armisticio y continuar la guerra.

  Roosevelt intentaría hacer la paz irreversible. Y en este sentido, la retirada de los frentes periféricos da en la práctica la victoria al enemigo. Para este momento, los angloamericanos habrían llegado a movilizar ochenta divisiones (sesenta americanas) contra los alemanes y sus aliados. En esta historia las divisiones americanas se movilizan antes, debido a la urgencia de la situación, lo que las hace aún más ineficaces. Del lado alemán hay, enfrentándose a los angloamericanos, tres ejércitos Panzer y dos de infantería: por lo menos cuarenta divisiones alemanas (casi un millón de hombres, mientras que hay casi tres millones enfrentados a los soviéticos y un total de ocho millones de alemanes de uniforme). A ellas se suman, según una contabilidad bastante lógica y hasta conservadora, veinte divisiones italianas, veinte árabes, diez españolas y las diez divisiones francesas (otro millón de hombres, por lo menos). Y cada día que pase, el Eje recuperará posiciones en el frente aéreo, el único donde, de momento, los aliados cuentan con ventaja. La guerra nunca podría ganarse y la oposición de la sociedad civil americana a la guerra no puede contrarrestarse por la propaganda y la manipulación. No en una sociedad democrática como la norteamericana.

  Y los rusos. Siendo conservadores, los rusos mantendrán aún una mínima superioridad numérica, contarán aún con mucho y muy buen armamento, y sus oficiales habrán mejorado en su capacidad táctica. En cuanto a los soldados, lucharían por salvar Moscú y las últimas tierras rusas al oeste del Volga (cientos de miles de kilómetros cuadrados). De ahí que en esta historia abandonen Asia Central para concentrarse en la última batalla frente a Moscú, y que luchen con esperanzas de salvar su capital sagrada. El que el arrogante Manstein se lleve una sorpresa ante tan inesperada resistencia de un enemigo al que se tendría por agotado parece algo bastante lógico. Aparte de la movilización total -aún más total- y aparte de que se mantenga un número no muy grande de defensores del continente asiático, los rusos podrían haber acumulado más reservas gracias a no haber realizado contraofensivas en el invierno anterior. Aún habría doce millones de soviéticos de uniforme, aunque ya no les quedaran reservas y contaran con escasez de suministros. Algo menos de seis de ellos -los más capaces y mejor armados y abastecidos- defenderían Moscú y el Volga, otros dos millones de soldados defenderían Asia, dos más estarían en la aviación y Marina -poca Marina ya- y todos los demás serían los convalecientes, adolescentes, mujeres, ancianos, tropa en adiestramiento y las muy necesarias unidades del NKVD que han de imponer la draconiana política de "ni un paso atrás" en el momento más crítico.