El 10 de agosto de 1942 de madrugada, en el mayor secreto, el primer ministro británico sir Winston Churchill, de sesenta y siete años de edad, despega en un hidroavión desde las islas Shetland (norte de Escocia) en dirección a Rusia. Se trata de un vuelo de dieciséis horas que habrá de dejarle en un puerto soviético del Ártico después de evitar en lo posible las posiciones de la Luftwaffe en la costa noruega.
El 12 de agosto, cansado por el duro viaje, Churchill es recibido en Moscú por Stalin y Molotov. Al primer ministro británico le acompañan sus asesores militares, entre ellos el general Alan Brooke, y aunque hay algún banquete y alguna revista a las tropas, el tiempo apremia para que los aliados lleguen a un acuerdo concreto en este primer encuentro entre sus principales dirigentes que tiene lugar en circunstancias críticas del conflicto bélico. Por encima de todo, a los rusos les urge que los angloamericanos abran cuanto antes un “segundo frente”.
Aunque fingen estupor, los soviéticos no se sorprenden porque sea negativa la respuesta que les trae Churchill, que hace apenas un mes se ha reunido con Roosevelt en Washington: los angloamericanos solo podrán llevar a cabo un esfuerzo limitado contra los ejércitos terrestres alemanes en octubre. Por sus propias fuentes, los soviéticos saben que los norteamericanos, en el mes de julio, habían insistido en que, durante el otoño, se llevase a cabo un desembarco en el norte de Francia para establecer allí una cabeza de puente que pudiera ampliarse en la primavera de 1943; los americanos aducían que los alemanes estaban trasladando sus fuerzas a la península ibérica y que, por tanto, en Francia no podrían ofrecer una resistencia invencible; sin embargo, los británicos consideraban que el Tratado de Paz entre Alemania y Francia predecía que se iban a encontrar una fuerte resistencia no solo por parte de las tropas alemanas de ocupación, sino por el previsible rearme del ejército francés, cuyo principal objetivo habría de ser la defensa del propio territorio de invasiones extranjeras. La intervención personal de Roosevelt zanja la cuestión: a pesar de las ventajas logísticas, quedaba descartado un desembarco en Francia. Es preciso, por tanto, ayudar a los soviéticos con otros medios, y explicar esto es la misión de Churchill en Rusia.
El Mediterráneo está cerrado, sí, asegura el animoso primer ministro a sus anfitriones soviéticos, pero los Estados Unidos se han implicado ya en los preparativos que permitirán abrirlo de nuevo. Egipto está rodeado por dos ejércitos británicos que se están reforzando cada día que pasa, mientras que el famoso ejército de Rommel no ha recibido refuerzo alguno, ya que toda la atención de los alemanes está puesta en el Mar Negro y el resto del frente ruso, desequilibrio que permitirá una ofensiva aliada contra Egipto al fin del verano. La aviación británica tiene la supremacía aérea e incluso el puerto de Aquaba, en el Mar Rojo, muy fácil de bloquear, en teoría, por los alemanes desde Egipto, está plenamente operativo y recibiendo suministros constantemente (también hay supremacía sobre los cielos de Europa, y es un ejemplo de ello el bombardeo de Colonia y otras ciudades alemanas por enjambres de hasta mil bombarderos británicos... los alemanes nunca sumaron tantos en sus ataques contra Londres). Ha llegado ya a Próximo Oriente una división norteamericana totalmente nueva, con tanques muy potentes, y ésta se ha integrado en el reconstituido 8 ejército británico que cuenta con un nuevo comandante.
Bombardeo aéreo masivo sobre Colonia en junio de 1942, y los tanques americanos Sherman, ya disponibles para los aliados a finales del verano de 1942: razones para el optimismo aliado en la época de la visita de Churchill a Moscú, agosto de 1942.
También los ingenieros están haciendo grandes progresos en sus trabajos para desarrollar las capacidades tanto del gran puerto de Basora, como de los de Khorramshar y Bushir, todos en el Golfo Pérsico (de los que dependerá una importante vía de suministros a la URSS), más los de Port Sudan y Aquaba en el Mar Rojo. Hay además otra operación planeada para conquistar las islas Canarias, desde las cuales podrá ponerse en marcha el avance por Marruecos hasta el estrecho de Gibraltar. Churchill recuerda también a los rusos que más de diez mil uniformados británicos siguen resistiendo en el Peñón (a los rusos, que tienen casi cuatrocientos mil hombres atrapados en la península de Crimea, esto les impresiona poco). Y se ha logrado rechazar el ataque japonés a Ceilán, que hubiera podido bloquear la conexión con la URSS a través del Índico.
Por encima de todo, la inmensa potencia industrial de Estados Unidos producirá miles de barcos y aviones, y enviará a Rusia, por las tres vías posibles a través del océano (el Ártico, Persia y Siberia Oriental), todos los pertrechos necesarios para seguir combatiendo. Churchill confía en que los rusos no perderán el ánimo este verano pese a la ofensiva nazi. Durante el invierno los rusos podrán recuperar posiciones de nuevo, y al año siguiente, 1943, la situación habrá cambiado por completo. Los nuevos aliados de Hitler (países como España o Egipto) son débiles y volubles, y supondrán para los alemanes más una carga que una ventaja.
Entonces, después de que Stalin se desahogue un poco humillando a los británicos al acusarlos de cobardes por no abrir de una vez el segundo frente, le toca a los dirigentes bolcheviques asegurar a sus invitados extranjeros que por supuesto que el pueblo soviético no va a ser vencido este verano. En el momento en el que están hablando aún luchan unidades de la flota soviética en el Mar Negro y la infantería resiste en los pasos de la cordillera del Cáucaso.
Algunos de los generales de Stalin, eficientes y tenaces: Zhukov, Rokossovsky y Konev
Buena prueba de las opciones de los rusos en la zona es que los turcos no se atreven a declarar la guerra a Rusia, y que todos los avances que han llevado a cabo los alemanes y sus torpes aliados han sido contenidos. Mientras que Churchill ha expuesto sus modestos (pero no por eso menos arriesgados) proyectos ofensivos para el otoño, Stalin informa de que ha dado también las órdenes para ultimar los preparativos para que al fin del verano quede completado el reequipamiento de sus nuevos ejércitos y cuerpos mecanizados y de tanques. Al igual que durante el invierno anterior, aprovecharán las condiciones meteorológicas más rigurosas para hacer retroceder al enemigo.
El 17 de agosto, Churchill y sus consejeros abandonan Moscú en dirección al sur. El avión los lleva sobre el Mar Caspio hasta Persia. A la derecha en la dirección en que vuelan, en el Cáucaso y la costa del Mar Negro, los rusos siguen peleando para salvar sus pozos de petróleo y el ferrocarril que conecta a la URSS con el golfo Pérsico, por donde esperan la llegada de la ayuda norteamericana. Churchill sabe que por ahora no se puede enviar mucho por esa ruta: antes es preciso mejorar la capacidad del mismo ferrocarril de Persia, los puertos… y tiene prioridad aprovisionar a las fuerzas propias en Próximo Oriente. Tampoco hay todavía barcos suficientes para un movimiento logístico semejante que cubra todas las diferentes necesidades a la vez, ya que los ejércitos angloamericanos que se están reconstituyendo y formando se encuentran dispersos por todo el globo. Ciertamente, Estados Unidos posee una asombrosa capacidad industrial, pero el problema es saber si se movilizará a tiempo para salvar a los rusos… y si los alemanes, a su vez, no serán capaces de llevar a cabo una movilización semejante. Cuando dispongan del Cáucaso, el Mar Negro y todo el Mediterráneo, contarán con las materias primas necesarias, así como con la mano de obra y las vías de comunicación imprescindibles… se trata, pues, de una carrera contra el tiempo de la industria pesada de ambos bandos.
Churchill aterriza en Teherán, donde se encuentra con el general Quinan, comandante del décimo ejército británico, cuya misión consiste en defender precisamente Persia y los límites con el Cáucaso. Para enfrentar la doble amenaza que representan los turcos en la frontera (aún neutrales, pero nadie sabe hasta cuándo) y la terrible posibilidad de que los alemanes aparezcan también por allí tras arrollar a los rusos en el Cáucaso, Quinan no cuenta con mucho. Le están llegando ahora los ex prisioneros polacos que Stalin mantenía en Siberia. Aparte de que están hambrientos, también necesitan armas y organización, de modo que aún tardarán unos cuantos meses en suponer una fuerza efectiva de una o dos divisiones de infantería (Churchill se entrevista con el general polaco Anders, que le transmite tanto su ansia por luchar contra los nazis como su odio a los soviéticos). Lo demás, son solo dos divisiones indias, casi sin armamento pesado. Prácticamente nada. La única división británica con la que contaba Quinan (la número 5) ha tenido que enviarla al Sudán, al nuevo ejército que se está formando allí para contener la esperada ofensiva italiana Nilo arriba.
Churchill asegura a Quinan que ni los turcos ni los alemanes atacarán a través del Cáucaso durante el verano y que, durante el invierno, los rusos contraatacarán en todos los frentes y, en todo caso, la nieve bloqueará cualquier posible avance por las montañas. Ha de tener confianza. Lo principal es intensificar los trabajos de ingeniería: los ferrocarriles que convergen en Teherán y los puertos del Golfo. No solo Basora: los puertos persas también deben ser mejorados. Antes de marcharse de Teherán se entrevista con el joven monarca persa, Mohamed Rezah Pahlavi, de veintidós años, que subió al trono tras que la invasión anglosoviética del año anterior obligara a abdicar a su padre. Nadie espera lealtad de los persas a sus forzosos aliados.
Dos días más tarde, Churchill está en Jerusalén. No hay mucha oportunidad para dedicarse al turismo por los santos lugares. Lo primero que tiene que hacer es destituir a Auchinleck, el comandante en jefe de Próximo Oriente. Sabe que este general salvó mucho de lo que pudo ser perdido en Egipto pero, en cualquier caso, Egipto se perdió y el Mediterráneo se cerró, luego políticamente se exige una sustitución (el mismo Churchill ha tenido que superar una moción de confianza en el parlamento, en el curso de la cual 75 parlamentarios votaron en su contra). El nuevo comandante de Próximo Oriente será Alexander. Unos días antes ya ha llegado el nuevo comandante del octavo ejército, el general Montgomery.
En Jerusalén, Churchill se encuentra también con un enviado del gobierno turco. Éste le reitera la oferta de mediación del presidente Inonu para encontrar un fin negociado a la guerra. También le reitera que Turquía no desea entrar en guerra contra los angloamericanos y que están retrasando todo lo posible la declaración de guerra a los soviéticos con el pretexto de que el ejército turco no está preparado. Churchill evita pronunciarse sobre si los angloamericanos declararán la guerra a Turquía si los turcos declaran la guerra solo a los soviéticos (como ya han hecho los franceses), pero rechaza cualquier negociación con Hitler y señala al enviado turco que la movilización de tropas turcas en la frontera con la URSS puede interpretarse claramente como un acto hostil contra los aliados.
En las costas de Palestina y Siria, en Chipre y en la frontera turca, se mantiene el noveno ejército británico al mando del general Wilson. Apenas pueden abarcar tanto territorio con la división británica 56, que les acaba de llegar, la décima división india (en Chipre) y la división india número 6, más grupos dispersos de diversas nacionalidades. Pero la fuerza anfibia germano-italiana y la mayor parte de la flota italiana están todavía en el Mar Negro. Por lo tanto, mientras los turcos se mantengan neutrales no hay mucho que temer. El Mediterráneo está en manos enemigas, pero los británicos cuentan con suficiente información para saber que el peligro no es inminente, aunque Malta tuvo que rendirse el día 21 de junio a fin de que pudiera ser evacuado de la isla el mayor número posible de hombres cualificados, y aunque cada día que pasa se debilita la capacidad de los últimos restos de la Mediterranean Fleet que tienen como bases los puertos de Haifa y Beirut. Sin embargo, también se incrementa el poder aéreo y terrestre. En cualquier caso, es una situación nueva para los británicos, que normalmente siempre han contado con el dominio del mar.
Los árabes son hostiles, sí, y están atentos a las emisiones de la radio de El Cairo desde donde los provoca Amin el Husseini, el muftí de Jerusalén, líder de los árabes palestinos, que llama a la sublevación, a cuya voz se suma el líder irakí Rashid Ali al-Gaylani, pero, de momento, salvo algún caso de sabotaje, los árabes no representan un gran peligro. Churchill da su aprobación para que se arme cuanto antes a los colonos judíos y a los cristianos del Líbano, lo que podría aumentar los recursos del exiguo 9 ejército hasta una división de infantería adicional. Al fin y al cabo, lo que ha sucedido en Egipto puede servir para galvanizar a estas minorías en el apoyo a los británicos. Circulan rumores de que todos los judíos de Alejandría han sido sacados en barcos y ahogados en el mar. Los cristianos egipcios están atemorizados de que se les dé el mismo trato y se dejan saquear por los matones musulmanes pro-nazis. De los musulmanes, por lo tanto, los aliados no pueden esperar mucho. Ni siquiera pueden fiarse ya de la Legión Árabe de Sir John Glubb Pashá, a la que se despoja de su material pesado moderno.
A los consejeros de Churchill esto les preocupa: el ejército indio es en su mayoría musulmán, gurkha y sikh, no hindú. La India está casi en abierta rebelión y la mayoría de los prisioneros indios capturados por los japoneses han desertado y se han incorporado al ejército indio antibritánico liderado por Bose, que colabora con los japoneses. Por ello, el apoyo de los musulmanes es vital, cuando menos en la India. En las circunstancias actuales, perder al ejército indio supondría perderlo todo, porque los ejércitos británicos desplegados en Próximo Oriente y en Sudán dependen de los indios: hay dos divisiones indias en el noveno ejército (10 y 6), dos en el décimo (8 y 31 blindada) y dos en el de Sudán (4 y 5). Churchill, por su parte, considera que la mejor forma de asegurarse la lealtad de los mercenarios indios (musulmanes o no) es demostrar firmeza. Por eso no basta con una actitud defensiva, sino que hay que concentrarse en la ofensiva. Los turcos no entrarán en guerra, los alemanes no conquistarán el Cáucaso, los árabes no se sublevarán y la fuerza anfibia enemiga no atacará las costas del Mediterráneo Oriental. Además, está de camino a Próximo Oriente la primera división canadiense, y para fin de año habrá dos divisiones polacas en condiciones de luchar. En cuanto a los norteamericanos, no solo enviarán suministros, sino que también preparan más tropas para participar en todos los frentes en estrecha cooperación con sus "primos" británicos.
Antes de partir al Sinaí, donde se concentra el octavo ejército británico, Churchill se acerca a la base naval de Haifa. A la antes poderosa Mediterranean Fleet apenas le quedan algunos submarinos, destructores y cruceros ligeros, unas treinta unidades, no todas operativas. Las guerrillas balcánicas probritánicas (griegos y yugoslavos) han prácticamente cesado su lucha al haber perdido la esperanza de ser auxiliados por mar. Incluso los formidables partisanos comunistas de Tito están a la defensiva y se rumorea que las cuatro divisiones alemanas en los Balcanes que luchan contra ellos van a ser llevadas también a Rusia. Los italianos, por su parte, han desmovilizado veintiún divisiones de infantería encargadas antes de la defensa costera (siete de ellas están siendo enviadas a los Balcanes, que es lo que también hace pensar que las tropas alemanas que allí se encuentran pasarán a Rusia en cuanto más italianos los reemplacen), y los aviones del Eje que asediaban Malta se han establecido en España.
Es con el general Montgomery, nuevo comandante del octavo ejército, con el cual Churchill se aproxima al mismo canal de Suez. Al otro lado está el formidable enemigo alemán, y sus aliados italianos y egipcios. Los informes indican que el Panzer Armee Afrika se ha debilitado mucho desde sus días gloriosos de finales de junio. El puerto de Alejandría está en uso… pero no llega mucho por él. Rommel no ha recibido ni un tanque nuevo, y muy pocos soldados alemanes (lo justo para cubrir las bajas irrecuperables habidas durante la conquista de Egipto). Se sabe (porque la propaganda enemiga presume de ello) que ha reparado sus tanques averiados y se ha apoderado de cuatrocientos o quinientos tanques británicos para los cuales no podrá tener repuestos por mucho tiempo. El campo petrolífero de Hurghada no está aún en explotación. La RAF domina el aire. En cuanto a los soldados egipcios… valen menos que los italianos, se arman con fusiles británicos e italianos, y dependen por completo de instructores alemanes. No se les considera temibles. Y no mucho más temibles son los mismos italianos de siempre, cuyo nuevo ejército pretende remontar el Nilo hasta Etiopía (en solitario, sin alemanes), para recuperar el perdido imperio. De momento no han sido capaces siquiera de salir del territorio egipcio.
De hecho, Rommel está ausente, de vacaciones en Alemania, dando discursos, regodeándose en su vanidad de triunfador. Tal vez no vuelva a África.
El general Montgomery, que en agosto de 1942 tomó el mando del 8 ejército británico en Próximo Oriente.
Montgomery asegura que le bastarán dos meses para tener de nuevo a punto el octavo ejército, y no para defender, sino para atacar. En sustitución de las dos divisiones blindadas perdidas, cuenta ahora con la 8 blindada británica, recién llegada y muy bien armada, la reconstituida y reformada 10 división blindada británica (formada a partir de una fuerza de caballería en Palestina)… y la sorprendente 2 división blindada norteamericana, con sus flamantes tanques Sherman y sus modernos equipos, que ya en América se ha entrenado especialmente para luchar en el desierto y que están comenzando su despliegue. Otras dos divisiones británicas nuevas (de infantería) han llegado: la 44 y la 51, más los australianos y neozelandeses que ya estaban en Próximo Oriente pero que no tuvieron oportunidad de salvar Egipto en junio (temían un desembarco en Palestina). El octavo ejército solo ha tenido que renunciar a las tropas indias y sudafricanas, pero aún cuenta con la 50 división británica, superviviente de todos los desastres.
Churchill lamenta lo de los sudafricanos: perdidos en Tobruk los de la 2 división, los restos de la 1 se han retirado a Sudan y luego a Etiopía a reacondicionarse. Se sospecha que no volverán al frente. A Churchill no le gusta nada esto. Tiene una gran confianza en el general Smuts, primer ministro sudafricano, pero éste se ha visto sometido a muy duras presiones. Ya los sudafricanos intentaron mantenerse neutrales en el inicio de la guerra. Y nunca han sido muy combativos. Al menos, se ha podido resistir el intento australiano de también retirar la última división que mantenían en Próximo Oriente.
Churchill ve bien a Montgomery: duro, frío, implacable. Pese a que está recién llegado a Oriente, le ve capaz de cruzar el canal de Suez y expulsar a los alemanes de Egipto. El primer ministro piensa que, si se da la condición de que haya una superioridad aérea abrumadora, a finales de octubre podrían hacerlo. Cuando menos es posible capturar el puerto de Suez y mantenerlo. Dicen que hay hambre en Egipto, y que los alemanes se han ganado el apoyo de la élite política y militar musulmana ofreciéndoles los bienes de judíos, griegos y coptos para el saqueo. Partidarios de ese tipo no suelen ser muy valiosos.
El plan de Montgomery es fingir que cruzará el canal por Port Said, cuando en realidad va a hacerlo por el sur, por Suez. Apoderándose del puerto con apoyo de la flota del Índico podrá mantenerse en este enclave, donde enlazará con el ejército del Sudan. Podrá hacerlo si logra la sorpresa total, el apoyo de los cañones de la Royal Navy y la superioridad aérea. Convertirá Suez en una fortaleza y los tanques norteamericanos de las divisiones blindadas (dos británicas y otra norteamericana) asegurarán el perímetro. No descarta incluso cruzar los cien kilómetros de desierto que separan Suez de El Cairo y retomar la capital del Delta, aunque en realidad el objetivo principal de su objetivo es solo tomar Suez, o, en cualquier caso, forzar a los alemanes a detraer recursos del frente ruso para defender Egipto.
Del Sinaí, el inagotable Churchill viaja a África, hasta Khartum. Allí se encuentra con el general Godwin-Austin, que comanda el nuevo “Ejército del Sudán” desde que se formó el mes anterior. Está ahora recibiendo a la 3 división norteamericana de infantería. De momento, no les ha sido difícil contener a los italianos y a los egipcios en Asuán pese a que, en teoría, el ejército del Nilo enemigo triplica a sus fuerzas en número (diez divisiones italianas, más tropas egipcias). Los aliados se ven también capaces de contraatacar hasta el mismo Delta una vez reciban los equipos adecuados… y siempre que se mantenga una adecuada superioridad aérea. Godwin-Austin cuenta, aparte de con la recién llegada 3 división norteamericana, con la 5 división británica, la 4 división india (antes en el octavo ejército), la 5 división india y dos divisiones africanas que el año anterior ya tomaron parte en la conquista del África oriental italiana. De hecho, se trata de un ejército parecido al que en esa pasada campaña se usó para conquistar Etiopía. Cuando reciba más material podrá armar hasta tres divisiones etíopes adicionales. Todo depende del tiempo que se tarde en que lleguen los suministros norteamericanos.
El tremendo viaje del anciano primer ministro está lejos de terminar. Desde Khartum vuela al sur del Sahara, hasta Kano, en el norte de Nigeria. Los franceses han declarado la guerra a los soviéticos, pero aún no a los británicos, de modo que cree no estar corriendo mucho riesgo acercándose a las posesiones francesas. En pleno centro del continente negro no hay mucho que inspeccionar: apenas contingentes nativos y las bases aéreas intermedias que permiten transportar los aviones desembarcados en el puerto de Takoradi (Costa de Oro) hasta el mismo Golfo Pérsico. Es preocupante que los franceses estén construyendo un ferrocarril transahariano para enlazar sus colonias del Norte de África (especialmente Argelia) con las del África occidental subsahariana (Dakar), pero necesitarán por lo menos dos años para que este vínculo Mediterráneo-Atlántico suponga un elemento a tener en cuenta, suponiendo que puedan seguir asumiendo el coste de una obra así...
Desde Kano, el avión de Churchill vuela hasta Cabo Verde. Allí, al primer ministro se le informa de que, si no se actúa pronto, los alemanes pueden interferir gravemente el trafico aéreo en torno a estas estratégicas islas, incluso sin colaboración francesa: en el extremo de Cabo Blanco los españoles tienen la pequeña base aeronaval de La Güera. La Luftwaffe podría fácilmente alcanzar objetivos en Cabo Verde desde allí, aunque de momento el enemigo no ha realizado trabajos definitivos de ampliación de las instalaciones.
En Cabo Verde también se trabaja duramente mejorando puertos, aeródromos y fortificaciones, y recibiendo nuevas tropas, incluso voluntarios brasileños para la nueva división portuguesa que se está formando, sobre todo con tropas coloniales procedentes de Bissau, Angola y Mozambique (estos portugueses son, por tanto, mayoritariamente de piel oscura). Después Churchill y sus hombres aterrizan en Madeira, evitando las peligrosas islas Canarias. En Madeira se comienza a concentrar una inmensa fuerza aérea que permitirá la conquista de las Canarias y forzará a los alemanes a enviar tropas para defender Marruecos. Hay tropas norteamericanas y se está organizando una división de españoles antifranquistas, la mayoría de los cuales estaban anteriormente exiliados de México, ex combatientes de la guerra civil española de orientación socialista, aunque, según parece, no comunista. A ellos se sumarán algunos voluntarios hispanoamericanos antinazis.
La conquista de los archipiélagos atlánticos por los británicos al producirse la entrada en la guerra de España ya está teniendo buenas consecuencias para la lucha antisubmarina en el Atlántico. Las islas Azores, sobre todo, son de un enorme valor. Se espera que esta ventaja compense el desastre de que, pacificado para los nazis el Mediterráneo, ahora se vuelquen en el Atlántico todos los submarinos alemanes e italianos que antes combatían en el mar ahora cerrado. En las Azores también tendrán que hacer una escala los viajeros procedentes de Moscú, antes de emprender el trayecto final hasta Gran Bretaña.
A finales de agosto, Churchill, agotado, llega a Inglaterra tras haber rodeado todo el núcleo europeo-mediterráneo del que se ha apoderado Hitler tras el cierre del mar interior.
Las noticias que trae a Londres no parecen malas. Las que le dan, no tanto: los alemanes están avanzando por la costa oriental del Mar Negro y todo indica que sí lograrán cerrar el mar hasta la frontera turca (¡otro mar cerrado!), pero Churchill está seguro de que, incluso si consiguen esto, Turquía seguirá manteniéndose neutral. También le dan la noticia de que Rommel ha vuelto a Egipto, y eso no presagia nada bueno. Y la operación de asalto a Dieppe, en el norte de Francia, una mera prueba de fuerza, ha acabado en desastre: cuatro mil bajas irrecuperables, en su mayoría canadienses.
Los estrategas británicos, que han encajado con la típica impasibilidad el desastre de Egipto (que ha arrastrado las catástrofes de Gibraltar y Malta), no temen el desánimo generalizado. La moción de censura tras la pérdida de Egipto, al fin y al cabo, fue superada por Churchill por 425 votos contra 75.
Churchill ante el Parlamento
Se confía, sobre todo, en el apoyo de los Estados Unidos, tanto en capacidad industrial como en las nuevas tropas que irán gradualmente entrando en combate. Pero el auténtico problema es la opinión pública de este país. Aunque en su reciente viaje a Washington (inmediatamente anterior al viaje a Rusia) Churchill ha encontrado una muy buena disposición del presidente Roosevelt, no ha sido así entre los medios militares norteamericanos, donde ya hay quienes abiertamente dudan de que, con el Mediterráneo cerrado, los alemanes puedan alguna vez ser derrotados, y se habla de “empate”. Esto es peligrosísimo, sobre todo porque Churchill es consciente de que los norteamericanos aún no se han dado cuenta de que la misma derrota de Japón se pondría en peligro si Hitler logra derrotar a los rusos: ¿qué le impediría entonces a Hitler utilizar la red de ferrocarriles de los vencidos soviéticos para abastecer a los japoneses y hacer que se mantenga así una amenaza permanente contra los Estados Unidos?
La derrota de Japón (un archipiélago) es teóricamente inevitable a medio plazo puesto que depende por completo de la industria bélica aeronaval en la que la capacidad económica norteamericana es insuperable, pero una victoria alemana permitiría a los japoneses defenderse con éxito de una superioridad aeronaval norteamericana simplemente haciendo uso de la Luftwaffe desde bases en Extremo Oriente. Si los norteamericanos se dan cuenta de esto pueden suceder dos cosas: o bien que se esfuercen más en luchar también contra Alemania (y hacerlo con denuedo antes de que Hitler pueda explotar los recursos de materias primas que está a punto de conquistar en el Mar Negro)... o bien que pacten con los nazis la derrota de Japón. El riesgo es tan grande que Churchill ha preferido no plantearle el tema a Roosevelt. De momento, es suficiente el compromiso del Presidente –demostrado con hechos- de seguir el principio de “Alemania primero”.
Incluso a costa del abastecimiento de la población civil británica, Churchill ha ordenado poner a disposición de las fuerzas armadas el mayor número posible de buques de transporte: es preciso fortalecer los “ejércitos periféricos” británicos. Por eso ha tenido que enviar a la 56 división de infantería al noveno ejército en Próximo Oriente, y está a punto de enviar una división canadiense al mismo destino (la amenaza de la beligerancia de Turquía y una nueva acción anfibia, ahora en el Mediterráneo Oriental, aumenta a medida que en Rusia las cosas van a peor). Asimismo, los americanos han tenido que transportar a la 3 división de infantería a Sudan y la 2 blindada al Sinaí, y es preciso defender los valiosos archipiélagos atlánticos recién conquistados. Y, por supuesto, abastecer a los rusos. Y armar tres divisiones etíopes (las primeras que serán enviadas al frente del Sudán, pero han de equiparse muchas más) para que, al menos, sean capaces de enfrentarse a las divisiones italianas que remontan el Nilo.
Se necesita robustecer las fuerzas en Próximo Oriente cuanto antes, entre otras cosas, para dar imagen de fortaleza ante los indios. Hasta seis divisiones indias forman parte de estos ejércitos, pero los indios solo lucharán si son conscientes de que lo están haciendo en el bando ganador. Lo sucedido en la caída de Singapur, con la deserción del 60 % de los prisioneros indios para pasarse al bando de los japoneses, es un terrible aviso. La política promusulmana de Hitler supone un peligro no inferior, ya que, de momento, los británicos contaban con el apoyo más firme de los indios no hindúes.
Fuera de la estrategia militar, gran parte del trabajo de Churchill consiste en reunirse no con militares ni diplomáticos, sino con autoridades económicas, sindicatos incluidos. Ellos también están expectantes de lo que sucede en los campos de batalla. Churchill está de acuerdo en que deben explotar la superioridad aérea con la que cuentan de momento, y bombardear con la mayor contundencia las ciudades alemanas, pero también sabe que la guerra tiene que ganarse en operaciones ofensivas terrestres. Por eso hay que atacar Egipto y, en el otro extremo, al menos, las islas Canarias.
Los preparativos de “Torch” (operación anfibia de asalto a las islas Canarias) son, por lo tanto, vitales, y exigen más transportes. Probablemente todo el ahorro en pérdidas no habidas en el Atlántico (por la captura de las Azores y las ventajas para la seguridad de los convoyes que estas islas implican) y en el Ártico (porque los aviones torpederos alemanes han estado en el Mar Negro hasta hace poco) va a tener que gastarse en estas operaciones, al mismo tiempo que se llevan a cabo las otras gigantescas tareas de transporte de suministros a lo largo de los océanos del mundo entero.
Pero llegarán tiempos mejores. Para 1943, Churchill confía que la industria norteamericana habrá fabricado tan gran número de barcos y aviones de todo tipo (de guerra y de transporte) que para entonces serán capaces de revertir la situación. Siempre y cuando que para entonces los rusos no hayan ya sucumbido…
Ooo
Para que esta historia sea verosímil es preciso, -como se ha escrito en otros capítulos- ser conservadores: es decir, que a los alemanes no les sonría mucho la suerte y que los aliados tomen todas las decisiones adecuadas conforme a la información de la que disponen.
Nadie puede saber cómo hubiera repercutido la derrota en Egipto y el cierre del Mediterráneo (que incluiría otros dos desastres de las armas británicas, en Malta y en Gibraltar) en la opinión pública británica y norteamericana; ni cómo hubiera repercutido la pérdida del Mar Negro en Rusia (aunque allí no existiera propiamente una “opinión pública”). Pero para que la victoria alemana no sea fácil vamos a considerar que en ambos casos esto no hubiera implicado el temor generalizado a una derrota definitiva: los británicos confían en la ayuda americana y en su superioridad aérea, y los rusos mantienen el ánimo y tienen presente que los alemanes nunca van a ofrecer una paz mínimamente aceptable por lo que no hay alternativa posible a seguir luchando. Además, ni los turcos se pasan al Eje ni el ejército indio se rebela contra los británicos (como sucedió en 1857, lo cual sería el evidente temor británico). Tampoco los japoneses insisten en alcanzar la India para enlazar con los alemanes en Oriente Medio (lo que exigiría dedicar menos recursos a China y el Pacífico), ni declaran la guerra a Rusia, sino que centran su acción contra los norteamericanos en el Pacífico Occidental (Guadalcanal y Nueva Guinea), tal como sucedió en la realidad.
En estas circunstancias aún esperanzadoras para los aliados, es natural que Churchill pueda diseñar planes ofensivos, si bien lo principal es ayudar a los rusos a mantenerse firmes. Esto implicaría un esfuerzo logístico aliado aún mayor del que se efectuó en la realidad, ya que no solo tienen que enviar los mismos suministros que enviaron entonces a los soviéticos, sino que, además, tienen que movilizar tropas angloamericanas adicionales antes de lo que tuvieron que hacerlo en la realidad: necesitan armar un nuevo ejército en el Sudán y dotar de más medios a los ejércitos 9 y 10 de Próximo Oriente, que se encontrarían más amenazados de lo que lo estuvieron en la realidad en el periodo que va de junio a noviembre de 1942. Lo único positivo para los aliados es que disponen ahora (a partir de agosto o septiembre) de bases aeronavales en Azores, Madeira y Cabo Verde lo que supone una ventaja cuando menos para la lucha antisubmarina. También tienen la desventaja de que existe, constituyendo una constante amenaza, una flota de superficie alemana en la zona del Estrecho de Gibraltar y muchos más submarinos enemigos en el Atlántico (alemanes e italianos), debido a que apenas harán falta ya en el Mediterráneo.
En esta historia, los aliados envían a Oriente durante el verano del 42 una división británica que en la realidad llegó más tarde, la 56, una división canadiense (no hubo ninguna en Oriente) y, sobre todo, dos divisiones norteamericanas: la 3 de infantería para el ejército del Sudán y la 2 blindada, con sus magníficos tanques, para reforzar al 8 ejército de Montgomery (en la realidad, Montgomery nunca tuvo tropas norteamericanas bajo su mando en África). Además, tienen que equipar cuanto antes a las dos divisiones polacas (que en la realidad no comenzaron a ser equipadas hasta finales del 42), a tres divisiones etíopes, a las dos divisiones africanas usadas en Etiopía en 1941 (en la realidad, una fue disuelta al terminar la campaña, y la otra enviada a Birmania bastante después), a una división española antifranquista (formada en su mayoría por exiliados republicanos en México, más algunos voluntarios hispanoamericanos) y a una división portuguesa (formada por tropas coloniales portuguesas, por algunas tropas y reclutas hechos en las islas del Atlántico tomadas por los británicos y por voluntarios brasileños). Más todavía: tienen que equipar guarniciones en las islas de Azores, Madeira y Cabo Verde, capturadas fácilmente después de la pérdida de Gibraltar, pero que estarían amenazadas, y, aparte de las dos divisiones africanas que lucharon en Etiopía en 1941, también habrá que empezar a preparar otras divisiones africanas adicionales para los tiempos venideros, por si las campañas africanas continúan. No hay que olvidar que existe el riesgo de que los franceses pueden declarar la guerra en cualquier momento para recuperar su imperio africano.
Finalmente, hay que reforzar los puertos y ferrocarriles de Próximo Oriente.
Otra ventaja para los aliados a nivel logístico en esta historia sería que el KG 26 de la Luftwaffe (los aviones torpederos), al haber sido utilizados contra la flota soviética del Mar Negro habrían causado menos estragos en los convoyes británicos PQ hacia el Ártico soviético. Sin embargo, la expedición a la conquista de las islas del Atlántico en julio de 1942 habría implicado el suspender el convoy de ese mes a Rusia (por la necesidad de usar los buques de escolta de la flota... no se olvide que en esta historia hay una flota de la Marina nazi en la zona del Estrecho de Gibraltar).
El problema mayor para los aliados en esta historia es que la posesión del Mar Negro y el factor de que la logística alemana pudiera abandonar las largas rutas terrestres a través de Bielorrusia y Ucrania habría compensado con creces para los nazis el que se salvasen algunos fletes aliados destinados a los rusos y procedentes de Estados Unidos. Incluso si el “Frente de Crimea” ruso resiste hasta finales de septiembre de 1942 manteniendo cerrado el Mar de Azov, las semanas restantes hasta que este mar se hiele (a primeros de diciembre) ya hubieran supuesto una gran ventaja para el 6 Armee en su asalto a Stalingrado en cuanto a ahorrar miles de toneladas de combustible y mercancías (y también algunos hombres) al utilizarse las rutas marítimas. Incluso durante algunas semanas hubiera podido utilizarse la navegación por el río Don hasta muy cerca del mismo Stalingrado.
Los angloamericanos tienen que acelerar sus planes ofensivos contra los alemanes de cualquier forma posible porque no pueden dejar de ser conscientes de la gravedad de la situación de los soviéticos, ya que si se hunden éstos Hitler dispondrá de una enormidad de recursos militares para aplastar a los angloamericanos en otros frentes. Por tanto, no pueden limitarse a estar a la defensiva, tienen que hacer algo en lo ofensivo. Aparte del fiasco de Dieppe (que se supone que, a la larga, dio algún fruto en la realidad ya que supuso una valiosa experiencia para los mandos aliados), tienen que hacer la “operación Torch” y tienen que hacer la ofensiva “Lightfoot”: la ofensiva del 8 ejército contra Rommel (que, en la realidad, supuso la victoriosa batalla de El Alamein). Y estas operaciones angloamericanas estarían coordinadas con las dos gigantescas contraofensivas soviéticas planeadas para noviembre: la operación “Urano”, contra el 6 Armee alemán que está empantanado en la conquista de Stalingrado (que en esta historia habría comenzado más tarde, debido a la prioridad de la campaña del Mar Negro), y la operación “Marte”, contra el saliente de Rzhev (9 Armee) en el sector central, que debe inmovilizar el mayor número de fuerzas alemanas para impedir que se envíen tropas al sector de Stalingrado. Y, por supuesto, aunque se ha perdido el Mar Negro, las tropas soviéticas seguirán resistiendo en el interior del Cáucaso.
En esta situación, Churchill y Roosevelt no tendrían motivo para perder el ánimo, y la opinión pública de sus respectivas naciones contaría asimismo con suficientes motivos para un moderado optimismo de acabar ganando lo que ya estarían viendo que, desgraciadamente, iba a ser una guerra muy larga.
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