El 13 de junio de 1944 caen por primera vez las bombas V-1 sobre Londres. Se trata de artefactos a reacción teledirigidos, cada uno de los cuales transporta unos ochocientos kilos de explosivo. La primera bomba mata a ocho personas. En las semanas y meses que siguen impactarán un promedio de cinco o seis diarias, produciendo entre quince y veinte muertes también diarias. Comparadas con los bombardeos aéreos aliados que siguen teniendo lugar sobre las ciudades alemanas, las armas de represalia V-1 no causan muchas víctimas. Pero el impacto psicológico es devastador: los alemanes no sufren pérdida de pilotos y, dado el gradual incremento de la industria militar nazi que está produciéndose como consecuencia de la conquista de territorios ricos en materias primas y los millones de esclavos y peones paupérrimos que son reclutados, pueden continuar e incrementar el castigo indefinidamente…
Los británicos, que desde 1940 iban encajando reveses (Dunkerque, Noruega, Grecia, Creta, Singapur, Egipto…), habían recobrado el ánimo a medida que se había ido haciendo visible el extraordinario poder económico de sus aliados norteamericanos, y ni siquiera la retirada de Jerusalén, en julio de 1943, hundió la moral de los súbditos del Rey Emperador, pues se producía al mismo tiempo que se daban ciertos éxitos aliados, como el desembarco en Marruecos y la destrucción de Hamburgo por la RAF, pero el desastre del 9 ejército británico en Mosul, poco antes de la Navidad de 1943, siempre ante el invencible Rommel, sí afecta de lleno a la opinión pública en Inglaterra. Ahora sí que parece haberse alcanzado un punto sin retorno, y ni siquiera la oratoria de Churchill va a cambiar eso.
Era cierto que, de las siete divisiones perdidas en Mosul, solo una era británica por completo (la 1 de infantería), pero se trataba de la pérdida de todo un ejército, exactamente lo que se había evitado en Dunkerque. Más de treinta mil británicos han caído prisioneros… y en el desastre también Canadá desaparece del escenario bélico. Ya antes desaparecieron los sudafricanos, y los australianos se retiraron de Próximo Oriente con el pretexto de concentrarse en la lucha contra los japoneses. Incluso el nacionalismo escocés, aunque minoritario y clandestino (su líder, Young, está encarcelado), comienza a extender la queja de por qué los escoceses son forzados a ir a luchar en defensa del Imperio inglés.
Churchill visita Norteamérica con regularidad, pero cada vez vuelve con el ánimo más sombrío. En marzo de 1944 ya no tiene ninguna duda de que Roosevelt aboga por una paz negociada y que la actitud de Joseph Kennedy, al que odia, forma parte de un reparto de papeles coordinado con el mismo Presidente. El discurso de éste en abril, por tanto, no le pilla por sorpresa ya que las derrotas "periféricas" continúan: Teherán y el cierre del Mar Rojo. Y además se cierne el desastre sobre la India, ahora un estado independiente que se ve asediado por alemanes y japoneses, y al borde de la guerra civil abierta que estallará finalmente en mayo.
Incluso en el frente aéreo las noticias son cada vez peores. El último gran bombardeo aéreo sobre Berlín tiene lugar en enero de 1944. Para entonces ya se han perdido más de cinco mil aviadores británicos en acciones sobre la ciudad y los resultados de este sacrificio no están a la altura. Durante los siguientes meses, solo la llegada de los cazas americanos “Mustang” (aviones de diseño americano con motor británico) impide una pérdida clara de la supremacía aérea aliada. Pero los datos estadísticos muestran una tendencia evidente: a medida que la aviación angloamericana tiene que repartirse por los lejanos frentes periféricos en África, Asia y el Pacífico, y a medida que van apareciendo más y más cazas franceses e italianos en ayuda de la Luftwaffe sobre el cielo del noroeste europeo, los logros de los bombardeos aéreos aliados se hacen menores. Todo indica que para el verano de 1944 la Luftwaffe va a poner en el aire una cantidad sustancial de nuevos cazas y pilotos. La inteligencia británica sabe lo de las nuevas fábricas de aviones y las escuelas de pilotaje puestas en marcha por los alemanes en el Mediterráneo español.
De vez en cuando deserta algún avión francés a Gran Bretaña. El piloto francés, habitualmente, aterriza en algún campo del sur de Inglaterra pero una vez hecho prisionero suele negarse a hablar con los británicos para ofrecerse, en lugar de eso, a colaborar con los norteamericanos. De ordinario se trata de un joven que no ha combatido a los alemanes en 1940 y que comenzó a formarse como piloto a finales de 1942, cuando la Francia de Petain ya ha firmado su tratado de alianza militar con Hitler. Por motivos personales, por ideología, detesta a los nazis (o a los alemanes en general) y aprovecha la oportunidad para aterrizar con su caza Dewoitine en territorio enemigo y unirse a las fuerzas de De Gaulle. Informa de que ha recibido un entrenamiento de entre doce y quince meses, habitualmente en el Mediterráneo y a veces con asesoramiento de técnicos alemanes. También informa de que los nuevos cazas franceses e italianos son cada vez mejores, que la población francesa, en general, considera que Petain consiguió un buen trato con los odiados boches y que la restauración de la monarquía es vista como un cambio prometedor hacia la normalización de la vida política. Los franceses detestan a los ingleses casi tanto como a los alemanes, pero todos desean que la guerra acabe cuanto antes y hacer la paz con el viejo amigo norteamericano. De los bombardeos aéreos sobre objetivos civiles se acusa sobre todo a los británicos.
El caza francés Dewoitine
Los ingenieros británicos sí pueden examinar los cazas franceses, aunque no puedan interrogar a los pilotos que solo hablan con los americanos. Los nuevos cazas Dewoitine (modelos D-520 y el más avanzado 551), que están siendo producidos en masa a partir de primeros de 1944, no son todavía tan buenos como el Spitfire británico, pero bien pilotados pueden hacer mucho daño a las formaciones de bombarderos aliados. Incluso los cazas Macchi italianos de último modelo resultan eficaces (si bien la mayoría de la Regia Aeronautica se concentra en el frente de África oriental). La industria aeronáutica del Eje sigue mejorando, también en naciones de segunda fila como España o Hungría. Nadie puede hacerse ilusiones sobre que una gran ventaja tecnológica permita a los aliados establecer una ventaja estratégica insalvable.
Además, los pilotos franceses que desertan han oído rumores. Se habla de aviones alemanes (¡y franceses!) a reacción, de nuevas armas alemanas. Todos coinciden en algo: hay que apresurarse a hacer la paz mientras todavía los aliados conserven algunas ventajas. ¿Qué pasará cuando se hundan los rusos y queden libres tres o cuatro flotas aéreas de la Luftwaffe para combatir en otros frentes?
Ocasionalmente, también se da el caso de algún piloto británico desertor. Entre ellos algunos escoceses y galeses nacionalistas a raíz de que comience a tener éxito la propaganda clandestina separatista contra una guerra que aseguran que solo obedece a los intereses del imperialismo inglés. El fenómeno ha comenzado a hacerse más notable después del desastre de Mosul. Son aún muy pocos los desertores… pero en 1940 y 1941 no se había dado ningún caso.
A partir del mes de abril de 1944, la prensa británica ya no oculta lo que piensan muchas altas autoridades: si se ha perdido la India, se ha perdido el Imperio. ¿Por qué seguir luchando? Entre quienes piensan así abundan los parlamentarios conservadores, los aristócratas. Incluso los fascistas británicos que durante cinco años se han mantenido muy discretos. Se rumorea que el antiguo rey Eduardo VIII pretende recuperar el trono.
Eduardo VIII, rey de Inglaterra en 1936, partidario de un entendimiento con la Alemania de Hitler
Numerosos dirigentes hablan ya de sustituir a Churchill, si bien todos entienden que relevar al primer ministro sería como reconocer públicamente la rendición ante los alemanes. En cualquier caso, el recambio está ya elegido: es Anthony Eden, pero ¿el viejo cederá?
Para mantenerse en el poder, Churchill, tal como hizo cuando Dunkerque, se apoya ahora en los laboristas. La solidaridad de estos con los rusos es fuerte. Consideran que la lucha no está perdida al igual que lo piensa el primer ministro conservador, lo que acaba poniendo en marcha una conspiración antinazi desde América hasta Moscú y hasta Nueva Delhi, pasando por Londres. Por encima de todo, los antinazis británicos consideran que rendirse tan pronto supondría un trauma nacional para Gran Bretaña. Al menos, debe producirse o bien una victoria que permita una paz honrosa en buenas condiciones, o bien un desastre que no deje lugar a dudas…
La opción favorita de Churchill es seguir luchando. Prácticamente de forma indefinida. La antigua Inglaterra luchó durante décadas contra españoles o franceses manteniendo el dominio del mar. Si Estados Unidos y Gran Bretaña mantienen su alianza, con su poder aeronaval pueden sostener el estado de guerra a un coste aceptable. Más tarde o más temprano el III Reich caerá por su propia inconsistencia política. Y es previsible que los miembros del Eje luchen entre sí. Los mismos árabes, ¿cuánto tardarán en darse cuenta de que Hitler es peor que los colonialistas franceses y británicos?, ¿o a comenzar a luchar entre sí para rectificar más ventajosamente las fronteras de sus nuevos estados?
Las negociaciones de los americanos en Dublin con los nazis son descubiertas pronto, incluida la participación en ellas de los jóvenes Kennedy (los hijos de Joseph). A finales de abril, cuando ha quedado claro para casi todos los jefes militares que la alternativa de la “conexión ártica” (Norteamérica-Siberia Oriental) ha dejado de ser considerada (justo cuando los japoneses están invadiendo Siberia), Churchill comprende que tiene que jugarse el todo por el todo. Es entonces cuando entra en contacto discretamente con el círculo del Vicepresidente norteamericano Henry Wallace, y aunque no llega a entrevistarse personalmente con él, sí establece un entendimiento a través de intermediarios. De forma paralela a como Roosevelt, Kennedy y De Valera han formado un entramado que llevaría a una paz negociada, Churchill, Wallace, los laboristas británicos y los rusos crean su propia red.
Los elementos a poner en juego son los siguientes:
-Aún no es tarde para emprender la conexión ártica. La red tiene que convencer a las autoridades militares norteamericanas de la guerra del Pacífico (King, Mc Arthur y Nimitz, principalmente) de que la victoria contra Japón puede escaparse si los rusos sucumben en el verano de 1944. En cambio, si se concentran cuanto antes todos los recursos en el norte de Japón y se logra la conexión directa del territorio de los Estados Unidos con el territorio soviético, los rusos seguirán luchando… incluso si Hitler se apodera de Moscú. También los chinos seguirán luchando (sobre todo si se conquista Formosa y desde allí se realiza el abastecimiento al ejército chino). Lo vital es utilizar el poder aeronaval para mantener el aprovisionamiento desde la superpotencia industrial norteamericana hasta británicos, rusos, chinos y los aliados de la India.
-Hay armas secretas: Wallace y Churchill conocen el “proyecto Manhattan”. En la primavera o el verano de 1945 dispondrían de una bomba atómica, un arma de un poder destructivo tal que podrá aniquilar una ciudad de un solo golpe. Sorprendentemente, resulta que los rusos, gracias a su espionaje, también conocen el proyecto. Eso lo descubren Wallace y Churchill en el mes de mayo: hasta tal punto llega la desesperación de los soviéticos que han apelado a este conocimiento para forzar a los conspiradores occidentales a hacerlo público (los rusos van a soltar la noticia, y los angloamericanos se verán forzados a confirmarla). Si se resiste hasta que la superarma esté lista, Rusia podrá sobrevivir y Japón será completamente derrotado. De modo que la radio y prensa soviéticas mencionan la existencia de tales armas aliadas (sin especificar qué nación en concreto está dedicada a su construcción) el 16 de mayo de 1944. Con eso permitirán que Wallace lo haga público remitiéndose a fuentes soviéticas sin ser acusado de traición.
-Holocausto judío. Las noticias que llegan de Polonia son horribles más allá de cualquier estimación previa. Desde el verano de 1942 había intensos rumores. Ahora hay una absoluta seguridad de que los alemanes, desde entonces, han establecido auténticos mataderos industriales de seres humanos. A primeros de 1944 los búlgaros se han visto forzados a meter en trenes a sus nacionales de origen judío y gitano. Al gobierno búlgaro se le ha dicho que en Polonia se les pondrá a trabajar, pero las autoridades búlgaras saben que el campo de trabajo de Auschwitz tiene una sección donde se asesina a la gente por centenares y miles dentro de cámaras de gas. En mayo ha comenzado la misma maniobra política para forzar a los húngaros a entregar medio millón de judíos más a sus verdugos. En realidad, el III Reich ya no necesita mano de obra judía, puesto que dispone de recursos inagotables de trabajadores tanto en el Este como en la zona del Mediterráneo. Los aliados deben hacer pública esta monstruosa realidad sin temor a que alguien piense que la guerra se hace por solidaridad con los judíos. Al fin y al cabo, en los campos nazis no solo se asesina a judíos.
-Es viable prolongar la lucha indefinidamente gracias al poder aeronaval, aunque se trate de una lucha de baja intensidad, sin grandes batallas terrestres. Pueden retirarse todas las tropas de África y Asia, pero debe mantenerse el control aeronaval. Es cierto que el “tricontinente” que forman Europa, Asia y África contiene todos los recursos económicos que Hitler necesita, pero el constante asedio y los bombardeos aéreos desgastarán su poder. Y tarde o temprano surgirá el conflicto entre los aliados del Eje. Con árabes, turcos, franceses o italianos...
-Los alemanes comienzan a estar escasos de hombres. En el otoño de 1943 han movilizado a muchos varones antes exentos -sobre todo obreros industriales- porque han agotado las reservas que tenían. Los antinazis estiman -un tanto optimistas- que el número de hombres exentos de incorporarse a las fuerzas armadas ha descendido de 40% a 35% (los rusos están con un 26% desde el verano de 1941) y eso les permitirá contar con reservas solo durante 1944. Si la guerra continúa, los alemanes tendrán que seguir movilizando más hombres, con lo cual se debilitará su tejido industrial. Además, el depender de las tropas auxiliares no alemanas rebajará la autoridad de Alemania sobre sus aliados. En cambio, Estados Unidos aumenta constantemente el número de sus divisiones en condiciones de combatir y todavía cuenta con más de cincuenta divisiones a la espera de incorporarse a distintos frentes, algo que les llevará hasta finales de 1945. Si los rusos aguantan hasta entonces, hay posibilidades de victoria. O, cuando menos, de que sean los alemanes quienes soliciten la paz, con condiciones aceptables para los aliados.
Churchill no quiere precipitarse. Henry Wallace, que sigue siendo un político muy popular en su país, debe organizar primero su partido antinazi antes de dejar el cargo de Vicepresidente. De hecho, debe permanecer en éste todo el tiempo que le sea posible. Durante el mes de mayo deberá reunir a los partidarios norteamericanos de mantener la alianza estrecha con los soviéticos y contra los nazis: periodistas, líderes sindicales, políticos regionales y municipales, celebridades. La campaña debe desencadenarse de forma organizada, y solo entonces Wallace se pronunciará abiertamente. La movilización será simultánea tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Se buscarán fórmulas y eslóganes, se promoverá la discusión pública, siempre cuidando en lo posible de que no se rompa la unidad nacional. Para los norteamericanos existe el precedente del debate durante las elecciones presidenciales de la guerra civil en 1864, acerca de si la guerra debía continuar hasta la rendición incondicional de los confederados esclavistas del Sur o llegarse a un acuerdo negociado con ellos.
Poster de las elecciones presidenciales norteamericanas de 1864; los oponentes al candidato demócrata, general George M´Clellan, le reprochaban sus planes para un armisticio con los confederados.
Churchill, sin embargo, no quiere ni hablar de convocar elecciones en plena guerra. Las últimas elecciones parlamentarias británicas fueron en 1935. Aunque hay quien exige abiertamente que se convoquen otras elecciones de una vez antes de la Navidad de 1944, él va a resistir las presiones hasta las elecciones norteamericanas. El riesgo de que surjan candidaturas partidarias de un fin negociado de la guerra es muy alto.
El 20 de mayo de 1944, Henry Wallace pronuncia el discurso esperado. Lo hace en Nueva York, ante representantes sindicales y de organizaciones ciudadanas patrióticas que representan las diversas etnias de la ciudad. Aparte de algunos asistentes de origen italiano e irlandés, Wallace sabe que la inmensa mayoría son furibundos antinazis, y el más importante de todos es La Guardia, el alcalde, que permanece al lado del Vicepresidente mientras este habla, dándole su respaldo. Muy calculadamente, el discurso empieza con dos frases que buscan hacerse célebres:
Fiorello La Guardia, alcalde de Nueva York en 1944, popular político antinazi con ascendencia judía
“Estamos en guerra. Pero no contra meros enemigos, sino contra criminales enloquecidos.”
En el discurso va todo: las armas de destrucción masiva que convertirán a los aliados en invencibles, la ofensiva contra Japón que enlazará con los rusos, el abrumador poder aeronaval angloamericano… y las fábricas de la muerte en Polonia.
Tras media hora de tensa denuncia de la sistemática criminalidad nazi, el vicepresidente remata de nuevo con la frase: “son criminales, son asesinos, con ellos no hay paz ni acuerdo posible”. Y apenas ha mencionado a Japón en su discurso. Japón sería solo un caso exótico de agresión. El peligro son los alemanes, porque los alemanes son europeos, como europea es, en el fondo, la ciudadanía mestiza de Nueva York.
Roosevelt queda gravemente irritado por la iniciativa de Wallace. Al día siguiente, el 21 de mayo, hay una reunión de urgencia del gabinete en Washington a la que se incorpora Wallace que ha venido en tren rápido desde Nueva York. El Presidente sugiere que quizá sería posible llegar a algún acuerdo e insinúa que Wallace ha violado un secreto de estado al mencionar un arma de destrucción masiva invencible. Un arma que, por cierto, aún no ha sido construida. Wallace recuerda entonces que los soviéticos ya lo han hecho público, y aprovecha para mencionar que los rusos se han informado porque cuentan con fuentes propias de inteligencia y que el origen de ésta no puede encontrarse sino en que muchos antifascistas (podría tratarse de los mismos científicos judíos exiliados) ya no confían tanto en los norteamericanos como en los soviéticos, puesto que estos siguen luchando y aceptando sacrificios sin límite.
En la reunión, la mayoría de los asistentes no sabe nada de este arma, pero Roosevelt confirma que se trata de un proyecto ultrasecreto. Un proyecto cuyo éxito en buena parte depende de que el enemigo no se aperciba de los trabajos que se están realizando, debido a que hacerlo así podría conllevar que se les adelanten. Porque los científicos exiliados que trabajan en América advierten de que en Alemania se dispone de los conocimientos necesarios para desarrollar la misma tecnología. Se supone que no están tan avanzados como los aliados, pero ¿quién puede asegurarlo? Dado el constante incremento del poder económico nazi, todo es posible.
Sin embargo, para Wallace vale la pena correr el riesgo. Solo este arma puede asegurar la victoria. De hecho, haciéndolo público se le dará mayor impulso a su construcción. Para Roosevelt, el riesgo es que ese impulso se le dé a la industria militar del enemigo. Si se sienten amenazados serán capaces de desarrollar algún terrible proyecto de respuesta. Una escalada que podría destruir la humanidad entera.
Además, airear la posibilidad de la nueva arma entraña otro peligro: los soviéticos quieren desviar la atención de los alemanes de Moscú. Cuando la bomba esté construida ¿desde dónde se lanzará si el objetivo es Alemania?; no podrá ser desde Rusia, dado su aislamiento, solo puede ser desde Inglaterra, de modo que la prioridad ofensiva alemana para el verano de 1944 debería ser el territorio británico y no Moscú...
Wallace insiste en que la civilización no puede sobrevivir tampoco a un triunfo de Hitler. Que todo está en juego. Roosevelt responde que lo que más le importa es el pueblo de los Estados Unidos, y no tanto “la civilización”. Es el punto de vista opuesto al de Churchill, que ya en 1940 declaró a los miembros de su gabinete que prefería la destrucción del Reino Unido en una lucha por la civilización a garantizar la supervivencia del Imperio Británico llegando a un arreglo con Hitler.
Roosevelt es pragmático y realista, y no un visionario atiborrado de literatura como Churchill. Argumenta que los sondeos de opinión informan de que el pueblo norteamericano (y probablemente también el británico) quiere la paz. Una paz justa que implique, al menos, la derrota total de Japón. Entonces Wallace contraargumenta con que la misma derrota total de Japón se ha hecho ya imposible. Los japoneses están cooperando activamente con los alemanes: han atacado Rusia, han pasado a apoyar a los musulmanes en la India y hasta en Filipinas… Hitler necesita a los japoneses para completar un cordón sanitario en torno a Rusia y para mantener la amenaza a Norteamérica. Pero aún se puede hacer la conexión ártica e impedirlo. El general Mc Arthur y los almirantes Nimitz y King apoyan esta posición.
El secretario de guerra, Stimson, está a punto de intervenir (los grandes jefes militares del Pacífico aún no se han posicionado sobre el asunto) pero Roosevelt le hace callar con un gesto. La reunión se disuelve sin llegar a un acuerdo.
Al menos, Roosevelt ya tiene claro quienes le apoyan y quienes no dentro del Gabinete. Del lado de Wallace están el secretario del Interior, Harold Ickes, el judío Morgenthau, secretario del Tesoro, por supuesto, y también el fiscal general Biddle y la secretaria de Trabajo, Perkins.
Tendrá que deshacerse de ellos y reemplazarlos. No será fácil, pues se trata del núcleo liberal de su gobierno, los que impulsaron las políticas sociales del New Deal. Tendrá que buscar nuevos apoyos, tanto en las dos cámaras como en el resto de sectores de opinión. Tendrá que cambiar su política interior. Tendrá que aliarse con los militares y con muchos republicanos… Tendrá tanto que hacer que se pregunta si su salud se lo permitirá…
La caída de las bombas volantes sobre Londres será para el partido antinazi un mazazo adicional: precisamente en el momento en el que el pueblo norteamericano y británico comenzaba a valorar la posibilidad de que la guerra pudiera ganarse con menor esfuerzo gracias a la invención de armas revolucionarias, resulta que es el otro bando el que comienza a bombardear Londres con unas bombas que para impactar sobre territorio enemigo no exigen el sacrificio de piloto alguno…
ooo
El gran novelista Philip Roth ya especuló en su novela "La conjura contra América" con que hubiera podido producirse una división social en los Estados Unidos en torno a la cuestión de intervenir o no en la guerra contra Hitler (en esta historia la intervención ya se ha producido, pero ahora se debatiría el llegar o no a una paz negociada). El escenario alternativo de la novela de Roth parte de que el célebre Charles Lindbergh, piloto civil y héroe nacional, es elegido Presidente como candidato por el Partido Republicano en noviembre de 1940 con un programa radicalmente aislacionista, partidario de firmar un tratado de paz mundial con Hitler para evitar la guerra.
En la novela se dan algunas incoherencias. La mayor de todas es suponer que Lindbergh, proclamado Presidente el 20 de enero de 1941, firma casi inmediatamente un Tratado de Paz y Amistad con los nazis… y que los británicos siguen luchando solos a pesar de eso. Tampoco es muy creíble que en el verano de 1940, cuando Lindbergh es elegido candidato a la presidencia en la Convención del Partido Republicano (que es cierto que fue muy disputada), el pueblo norteamericano se halle aterrorizado por el avance nazi. La mayor parte de los testimonios (incluidas las encuestas de opinión que ya se hacían) parece indicar que, si bien casi nadie quería ir a la guerra, en general se apoyaba a Gran Bretaña y se detestaba a todos los regímenes totalitarios europeos (a Hitler, a Mussolini y a Stalin por igual). En consecuencia, el posicionamiento de Roosevelt de ayudar a los británicos -sin entrar en la guerra- fue bien recibido.
En la novela de Roth aparecen numerosos personajes que se destacaron por sus pronunciamientos a favor o en contra del tradicional aislacionismo norteamericano. Sorprende que no se mencione en toda la novela a Joseph Kennedy, que, en la realidad, cuando aún era embajador de Estados Unidos en Londres, abogó por un tratado de paz mundial entre Estados Unidos y el III Reich muy parecido al que en “La conjura contra América” acaba firmando el Presidente Lindbergh.
Robert Harris, el autor de la también novela ucrónica "Patria", desde luego no se olvida de Joe Kennedy al que convierte inevitablemente en Presidente de los Estados Unidos una vez que queda claro que la guerra no puede ganarse. Es dudoso que otra personalidad política popular, aparte de Kennedy, hubiera podido alardear, en semejante circunstancia, de que él ya había advertido de que apoyar a los británicos en su declaración de guerra a Alemania sería un desastre y que entonces nadie le hizo caso. Joseph Kennedy tenía también la ventaja de que era el líder de los norteamericanos de origen irlandés, en su gran mayoría muy antibritánicos. Su única desventaja era que nunca había sido elegido para ningún cargo público por voto popular, puesto que los que había detentado le fueron confiados por designación del Ejecutivo. Sin embargo, nada de eso impidió que en 1938 se barajara su nombre como candidato a la vicepresidencia de Roosevelt con vistas a las elecciones presidenciales de 1940. En cualquier caso, ya para el verano de 1940 (momento de la designación de candidatos en la Convención del Partido Demócrata) su carrera política había quedado aniquilada por su fracaso en Londres, donde los británicos lo detestaban por su aislacionismo. En la historia que se presenta aquí, la constatación para muchos de que habría tenido razón en instar a un Tratado de Paz con Hitler supone su retorno de las cenizas.
En cuanto a la bomba atómica, para el verano de 1944 se había avanzado mucho en el proyecto de la bomba de uranio. Pero de ahí a poder contar con esta superarma quedaba todavía mucho trabajo experimental y de ingeniería. En agosto de 1944 se informó a Roosevelt de que existía la probabilidad de que el arma estuviera lista para la primavera de 1945, un poco antes de como en verdad fue. Los soviéticos estaban bastante bien informados del curso de las investigaciones gracias a sus espías dentro del “proyecto Manhattan”. En cambio, muy pocos políticos norteamericanos sabían de este plan secreto. Y uno de ellos era el Vicepresidente Henry Wallace.
Los historiadores suelen considerar que las "armas milagrosas" nazis (bombas volantes incluidas) no valieron el coste económico de la inversión industrial que supusieron. Pero en esta historia, hacia 1944 Alemania dispone de recursos económicos muy superiores a los que tuvo en la realidad por esas fechas: materias primas ya abundantes, mano de obra ilimitada, la cooperación forzada o voluntaria de toda la industria europea y un abastecimiento de alimentos cuando menos suficiente. La conmoción del desastre de Hamburgo, en agosto de 1943, habría impulsado igualmente el esfuerzo en nuevas armas aéreas, como los cazas a reacción, los cohetes de represalia y probablemente los cohetes antiaéreos. Si consideramos todo lo que fueron capaces de hacer a nivel de esfuerzo industrial en la situación tan difícil del 1944 real, podemos imaginar lo que hubieran sido capaces de hacer en una situación alternativa mucho más favorable.
Wallace insiste en que la civilización no puede sobrevivir tampoco a un triunfo de Hitler. Que todo está en juego. Roosevelt responde que lo que más le importa es el pueblo de los Estados Unidos, y no tanto “la civilización”. Es el punto de vista opuesto al de Churchill, que ya en 1940 declaró a los miembros de su gabinete que prefería la destrucción del Reino Unido en una lucha por la civilización a garantizar la supervivencia del Imperio Británico llegando a un arreglo con Hitler.
Roosevelt es pragmático y realista, y no un visionario atiborrado de literatura como Churchill. Argumenta que los sondeos de opinión informan de que el pueblo norteamericano (y probablemente también el británico) quiere la paz. Una paz justa que implique, al menos, la derrota total de Japón. Entonces Wallace contraargumenta con que la misma derrota total de Japón se ha hecho ya imposible. Los japoneses están cooperando activamente con los alemanes: han atacado Rusia, han pasado a apoyar a los musulmanes en la India y hasta en Filipinas… Hitler necesita a los japoneses para completar un cordón sanitario en torno a Rusia y para mantener la amenaza a Norteamérica. Pero aún se puede hacer la conexión ártica e impedirlo. El general Mc Arthur y los almirantes Nimitz y King apoyan esta posición.
El secretario de guerra, Stimson, está a punto de intervenir (los grandes jefes militares del Pacífico aún no se han posicionado sobre el asunto) pero Roosevelt le hace callar con un gesto. La reunión se disuelve sin llegar a un acuerdo.
Al menos, Roosevelt ya tiene claro quienes le apoyan y quienes no dentro del Gabinete. Del lado de Wallace están el secretario del Interior, Harold Ickes, el judío Morgenthau, secretario del Tesoro, por supuesto, y también el fiscal general Biddle y la secretaria de Trabajo, Perkins.
Tendrá que deshacerse de ellos y reemplazarlos. No será fácil, pues se trata del núcleo liberal de su gobierno, los que impulsaron las políticas sociales del New Deal. Tendrá que buscar nuevos apoyos, tanto en las dos cámaras como en el resto de sectores de opinión. Tendrá que cambiar su política interior. Tendrá que aliarse con los militares y con muchos republicanos… Tendrá tanto que hacer que se pregunta si su salud se lo permitirá…
La caída de las bombas volantes sobre Londres será para el partido antinazi un mazazo adicional: precisamente en el momento en el que el pueblo norteamericano y británico comenzaba a valorar la posibilidad de que la guerra pudiera ganarse con menor esfuerzo gracias a la invención de armas revolucionarias, resulta que es el otro bando el que comienza a bombardear Londres con unas bombas que para impactar sobre territorio enemigo no exigen el sacrificio de piloto alguno…
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El gran novelista Philip Roth ya especuló en su novela "La conjura contra América" con que hubiera podido producirse una división social en los Estados Unidos en torno a la cuestión de intervenir o no en la guerra contra Hitler (en esta historia la intervención ya se ha producido, pero ahora se debatiría el llegar o no a una paz negociada). El escenario alternativo de la novela de Roth parte de que el célebre Charles Lindbergh, piloto civil y héroe nacional, es elegido Presidente como candidato por el Partido Republicano en noviembre de 1940 con un programa radicalmente aislacionista, partidario de firmar un tratado de paz mundial con Hitler para evitar la guerra.
En la novela se dan algunas incoherencias. La mayor de todas es suponer que Lindbergh, proclamado Presidente el 20 de enero de 1941, firma casi inmediatamente un Tratado de Paz y Amistad con los nazis… y que los británicos siguen luchando solos a pesar de eso. Tampoco es muy creíble que en el verano de 1940, cuando Lindbergh es elegido candidato a la presidencia en la Convención del Partido Republicano (que es cierto que fue muy disputada), el pueblo norteamericano se halle aterrorizado por el avance nazi. La mayor parte de los testimonios (incluidas las encuestas de opinión que ya se hacían) parece indicar que, si bien casi nadie quería ir a la guerra, en general se apoyaba a Gran Bretaña y se detestaba a todos los regímenes totalitarios europeos (a Hitler, a Mussolini y a Stalin por igual). En consecuencia, el posicionamiento de Roosevelt de ayudar a los británicos -sin entrar en la guerra- fue bien recibido.
En la novela de Roth aparecen numerosos personajes que se destacaron por sus pronunciamientos a favor o en contra del tradicional aislacionismo norteamericano. Sorprende que no se mencione en toda la novela a Joseph Kennedy, que, en la realidad, cuando aún era embajador de Estados Unidos en Londres, abogó por un tratado de paz mundial entre Estados Unidos y el III Reich muy parecido al que en “La conjura contra América” acaba firmando el Presidente Lindbergh.
Robert Harris, el autor de la también novela ucrónica "Patria", desde luego no se olvida de Joe Kennedy al que convierte inevitablemente en Presidente de los Estados Unidos una vez que queda claro que la guerra no puede ganarse. Es dudoso que otra personalidad política popular, aparte de Kennedy, hubiera podido alardear, en semejante circunstancia, de que él ya había advertido de que apoyar a los británicos en su declaración de guerra a Alemania sería un desastre y que entonces nadie le hizo caso. Joseph Kennedy tenía también la ventaja de que era el líder de los norteamericanos de origen irlandés, en su gran mayoría muy antibritánicos. Su única desventaja era que nunca había sido elegido para ningún cargo público por voto popular, puesto que los que había detentado le fueron confiados por designación del Ejecutivo. Sin embargo, nada de eso impidió que en 1938 se barajara su nombre como candidato a la vicepresidencia de Roosevelt con vistas a las elecciones presidenciales de 1940. En cualquier caso, ya para el verano de 1940 (momento de la designación de candidatos en la Convención del Partido Demócrata) su carrera política había quedado aniquilada por su fracaso en Londres, donde los británicos lo detestaban por su aislacionismo. En la historia que se presenta aquí, la constatación para muchos de que habría tenido razón en instar a un Tratado de Paz con Hitler supone su retorno de las cenizas.
En cuanto a la bomba atómica, para el verano de 1944 se había avanzado mucho en el proyecto de la bomba de uranio. Pero de ahí a poder contar con esta superarma quedaba todavía mucho trabajo experimental y de ingeniería. En agosto de 1944 se informó a Roosevelt de que existía la probabilidad de que el arma estuviera lista para la primavera de 1945, un poco antes de como en verdad fue. Los soviéticos estaban bastante bien informados del curso de las investigaciones gracias a sus espías dentro del “proyecto Manhattan”. En cambio, muy pocos políticos norteamericanos sabían de este plan secreto. Y uno de ellos era el Vicepresidente Henry Wallace.
Los historiadores suelen considerar que las "armas milagrosas" nazis (bombas volantes incluidas) no valieron el coste económico de la inversión industrial que supusieron. Pero en esta historia, hacia 1944 Alemania dispone de recursos económicos muy superiores a los que tuvo en la realidad por esas fechas: materias primas ya abundantes, mano de obra ilimitada, la cooperación forzada o voluntaria de toda la industria europea y un abastecimiento de alimentos cuando menos suficiente. La conmoción del desastre de Hamburgo, en agosto de 1943, habría impulsado igualmente el esfuerzo en nuevas armas aéreas, como los cazas a reacción, los cohetes de represalia y probablemente los cohetes antiaéreos. Si consideramos todo lo que fueron capaces de hacer a nivel de esfuerzo industrial en la situación tan difícil del 1944 real, podemos imaginar lo que hubieran sido capaces de hacer en una situación alternativa mucho más favorable.
Excelente la inclusión de ese movimiento político antinazi en la ucronía y muy realista. Solo que creo que el mismo FDR lo capitanearía, como ya hizo subrepticiamente maquinando a favor de la guerra, e incluso provocándola con Japón, mientras públicamente se pronunciaba por el aislacionismo.
ResponderEliminarAhora, supongamos que es correcta tu apreciación de que su olfato político superdesarrollado para aferrarse al poder, detectara que era mejor pactar la paz.
Se lo iba a permitir la banca judía, los Roschild, Rockefeller o Lehmab, dueños de la FED y que le habían financiado sus compras de acciones en las empresas de armamento cuando él, haciendo lo contrario, pregonaba el aislacionismo?
Saludos
Carezco de datos sobre el poder judío en los Estados Unidos de aquellos tiempos. Sí recuerdo haber leído que Joseph Kennedy fue a Hollywood (donde había tenido ciertos intereses económicos y sexuales) de parte de Roosevelt para presionar a los magnates del cine (todos judíos salvo Walt Disney) para que no perjudicaran con sus producciones las relaciones diplomáticas con Alemania antes de la guerra. Y tragaron.
ResponderEliminarEs seguro que FDR estaba dispuesto a ir a la guerra contra Japón y hasta cierto punto contra Alemania para apoyar a los británicos. El gobierno tenía datos que confirmaban la agresividad de los imperialistas alemanes y japoneses, pero al mismo tiempo tenía que ganar las elecciones de noviembre de 1940. Y la opinión pública tenía su peso, y dictaba aislacionismo por entonces. En mi opinión, los norteamericanos contaban con una prensa bastante libre y una libertad de expresión que se tomaban bastante en serio. Con la situación que describo en mi historia y basándome en otras experiencias históricas estadounidenses (de la guerra civil a la de Vietnam) me parece inevitable que FDR no estaría en el bando antinazi a toda costa. Como cuento en esta historia, ya existían sondeos de opinión (Gallup y demás) y no era difícil anticipar la reacción de la mayoría del pueblo.
Como verás, y lo reconozco, tengo enfilado a FDR.
EliminarMe explico:
Las guerras son brutales porque son guerras. Pero hay algunas que por sus protagonistas o su ideología son, a mi juicio, peores o especialmente odiosas: me vienen a la cabeza rápido la matanza de Beziers en la cruzada albigense o la rebelión TaiPing... o el genocidio alemán contra judíos, gitanos y, previsiblemente, eslavos si hubieran ganado
Incluso Tamerlán, que mató se calcula al 5% de la población mundial, era brutal pero no específico: no atacaba razas o creencias o etnias determinadas
Japón, aunque brutal, no realizaba un genocidio sistemático contra otras razas de Asia. La catoliquísima Bélgica impuso una explotación brutal muchísimo peor sobre el Congo, p.ej., y ni se habla de ella en la I y IIGM
Los norteamericanos se igualaron a los nazis desde finales de 1944 con los bombardeos enfocados en las catedrales y hospitales, diseñados para exterminar a los civiles en los refugios por las altas temperaturas de las tormentas de fuego o por la absorción del oxígeno, con bombardeos especialmente diseñados para ello.
La campaña de Japón de Lee May fue un genocidio perfectamente planificado: en vez de cargar a la gente en trenes y matarla, se les quemaba vivos desde el aire, ciudad por ciudad. Y la bomba nuclear fue el exterminio perfecto del enemigo: no quedaba nada. Y no se tiró una, sino 2.
Se puede discutir si la campaña de bombardeos estratégicos británica iniciada en 1942 era coherente o no con las reglas de la guerra (donde no hay reglas: "cruzado" en árabe viene a ser sinónimo de caníbal, porque lo fueron para inspirar terror como arma de guerra). Pero desde 1944 y, más aún, sobre Japón, que hubiera bastado el bloqueo naval al que estaba sometido para simplemente dejarlos morir de hambre hasta la rendición, fue cruzar la línea. Después de eso, los americanos para mi son tan malos como los discípulos de Himmler.
Al menos los nazis encontraron su Némesis. FDR encima nos lo venden como un héroe. Como a Mac Arthur o Lee May, con su plan de lanzar 52 bombas nucleares sobre China en la guerra de Corea
Por algo USA no reconoce el Tribunal de La Haya
Saludos
En fin, yo tengo que defender las democracias... Las democracias tal como son, con sus Hiroshimas (Obama no pidió perdón...) y sus Guantánamos. El idealismo es imprescindible, pero cuando se llega a la "guerra total" no solo hay que llevar a cabo estrategias crueles, sino que el llevarlas a cabo implica un embrutecimiento sistémico.
ResponderEliminarHubo héroes que incluso en el Parlamento británico alzaron su voz contra los bombardeos de objetivos civiles (igual que hacia 1840 también se alzaron voces en el Parlamento contra la guerra del Opio). La moralidad es un proceso evolutivo. Según el autor Azar Gat http://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2016/12/la-guerra-en-la-civilizacion-humana.html el liberalismo político, con sus metas humanitarias fue abriéndose paso muy lentamente en la toma de decisiones políticas. No es realista considerar que una potencia mundial va a pasar de repente, de ser un gran imperio financiado con la esclavitud de los braceros del azúcar, a una especie de sherif internacional que siempre juega limpio.
Los bombardeos aéreos brutales no los inventaron los de la RAF, ya la Luftwaffe arrasó Varsovia en 1939 cuando tenían la guerra ganada simplemente para acelerar la campaña. La intuición de Churchill era que se hacía necesaria la brutalidad como muestra de determinación a ojos del mundo.
Se aplica esto sobre todo a la cruel acción de Mers-el-Kebir (julio 1940) como a los bombardeos de zona. ¿Error o acierto? Eso es lo de menos. Lo determinante es que tales acciones no socavaban la democracia de los aliados. Que incluso se puede ser "bueno" si se hacen cosas "malas". Que cualquiera puede cometer un crimen. No es lo mismo que lo de los nazis. Para ellos, la brutalidad formaba parte de su estilo de vida, tanto en la guerra como en la paz, tanto con el enemigo como entre los suyos. Churchill acabó arrepintiéndose de los bombardeos, no era un cínico... pero quería ganar la guerra y se dejó llevar por la angustia ante la inminencia de la derrota y por el embrutecimiento de una guerra que se prolongaba cada vez más.
Hasta Robert Mc Namara, joven "cerebrito" al servicio del agresivo Curtis LeMay, reconoce que el general le comentó que si perdían la guerra a ellos los juzgarían como criminales.
Un poco lo que quiero demostrar con mi historia, precisamente, es demostrar que la segunda guerra mundial no fue un western de buenos y malos. Pero eso no quiere decir que no debamos hacer juicios morales, y el marcador moral yo lo pongo así: EEUU- 6; GB- 5; URSS 3, nazis- 1. Yo a los aliados los apruebo. Cada cual que juzgue por su cuenta. El mero hecho de plantearse el juicio moral, de reflexionar sobre ello considerando los factores argumentativos y los datos históricos es un paso correcto. Hitler nunca se planteaba moral alguna, en "Mein Kampf" ya lo dejaba claro: al vencedor nadie lo juzga.
Mi aplauso. Gracias por tu respuesta
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