Un Hitler muy ocupado en las semanas que van desde el armisticio de Dublin, el 11 de septiembre de 1944, a las elecciones presidenciales norteamericanas del 7 de noviembre, también tiene tiempo para hacer algunos apartes con sus colaboradores acerca del mundo venidero tras la inminente victoria.
Con Heinrich Himmler, y bajo las habituales medidas de extrema discreción, discute acerca de la solución final al problema judío y la reorganización racial en el Reich y Europa. El Führer considera que el asunto de los judíos debe quedar liquidado antes de la firma del previsible Tratado de Paz con la otra superpotencia. Es verdad que quedará el tema de los judíos que sobreviven dentro de la Unión Soviética (aunque supone que Stalin, una vez convertido en su vasallo, lo resolverá sin problemas), pero necesita también que no quede ningún estado europeo con minorías judías.
Himmler pone al día al Führer. Para empezar, los judíos polacos ya están liquidados (¡y eran tres millones!) lo que significa la resolución de la principal parte del problema en Europa. Aunque hubo que detener el vaciado de los ghettos en el verano de 1942 debido a la momentánea escasez de mano de obra por la liberación de los prisioneros de guerra franceses, la entrada masiva de trabajadores eslavos y mediterráneos permitió cumplir la liquidación final a lo largo de 1943, y una vez acabado esto, y a la vista de las grandes victorias militares del verano de 1943, pudo presionarse a los búlgaros, turcos y húngaros. Los húngaros fueron los que opusieron más resistencia, pero acabaron entregando más de cuatrocientos mil judíos. Si el regente húngaro Horthy hubiera seguido negándose, Hitler los hubiera aniquilado, entregando de nuevo la Transilvania a los rumanos, los cuales, desde luego, siempre fueron comprensivos con el punto de vista nazi sobre el problema judío.
Se ha liquidado a todos los judíos alemanes y a los de las naciones ocupadas, como Holanda, Bélgica, Yugoslavia y Bohemia. Todo eso suma más de un millón de judíos, una obra de magnitud tal que no admite comparación. Y en la Rusia ocupada se ha eliminado a otro millón, especialmente en Ucrania.
Quedan Francia e Italia, y éste es el auténtico problema. Se trata de países demasiado importantes como para presionarlos de la forma que se ha hecho con los húngaros y búlgaros (y lo de los húngaros, sobre todo, no resultó fácil). A lo largo de 1942 y 1943 los franceses e italianos han entregado a los judíos extranjeros, pero ahora Hitler quiere a los nacionales. Si se tratase solo de Francia, ésta podía ser presionada, como siempre, por la tenaza formada por Alemania, Italia y España, pero también está Italia. A pesar de que en un principio los judíos habían apoyado el fascismo y militado en el Partido, ahora Mussolini ha aprobado leyes raciales, excluyendo a los judíos de todo protagonismo social. Con todo, sigue negándose a entregar a los judíos a los campos de Polonia, donde la maquinaria de exterminio ha alcanzado ya una gran eficiencia.
La sugerencia de Mussolini al respecto es crear un hogar judío provisional dentro de Europa. Córcega podía ser. De esa forma, en la práctica, los franceses se quedarían sin su soberanía, pues la isla puede convertirse en una zona de concentración de judíos a la espera de alguna solución posterior a la guerra, como su emigración a Estados Unidos, de lo que podría extraerse beneficio económico. Esta solución no satisface a Hitler en absoluto. Ya hay demasiados judíos en Estados Unidos. Por otra parte, Hitler sabe que los judíos norteamericanos van a votar a Wallace en las elecciones presidenciales, y no a Roosevelt ni a Mac Arthur. Si Wallace gana la presidencia, la guerra continuará y se ganará militarmente (el plan sería atacar América a través del estrecho de Bering en el verano de 1946, después de la conquista de Inglaterra), y si ganan los otros (lo más probable), entonces los judíos carecerán ya de poder para influir a los dirigentes estadounidenses.
Quizá pueda conseguirse una solución de compromiso con franceses e italianos: exiliar a todos los judíos a un lugar más remoto que Córcega. Tal vez Chipre, la gran isla cedida a la república turca. Allí, más lejos, se les podría aniquilar de alguna forma. Quizá envenenándolos o desatando una epidemia. Himmler calcula que los judíos franceses e italianos suman unos cien mil o doscientos mil.
Y todavía queda otra cuestión: los judíos suizos. Hitler considera que hay que integrar Suiza en el Reich una vez se firme la paz. En eso cuenta con el apoyo de Mussolini. El país se repartiría entre Alemania e Italia, y quedará una Suiza francófona residual. Si fuera necesaria una invasión, el pretexto será precisamente la influencia judía en el país. En el curso de una breve guerra y ocupación (una gran operación aerotransportada) sería fácil liquidarlos a todos.
En suma, la solución al problema judío se alcanzará en una medida suficiente. Del cálculo, hecho en 1941, de once millones de judíos en Europa, Himmler concluye que no quedarán al final de la guerra ni medio millón. Además, se ha aniquilado a los judíos árabes y turcos, lo que se puede considerar una ganancia extra.
Hitler también recuerda a Himmler que se debe preparar algún tipo de argumentación ante los norteamericanos cuando estos pregunten por el destino de los judíos desaparecidos, ya que muchos tenían parientes en Norteamérica. El mariscal de las SS sugiere que puede argumentarse que los judíos fueron evacuados a Rusia, y allí se les perdió la pista. De hecho, esto puede servir también para los italianos y franceses. Primero se les envía a Chipre, y luego, una vez vencida Rusia, se les evacua a Rusia, desapareciendo en el traslado, siempre siguiendo el esquema básico del exterminio armenio por los turcos en 1915: nada de ejecuciones masivas, solo se trata de una evacuación en condiciones de estado de guerra en el transcurso de la cual los evacuados "se pierden por el camino".
Con Himmler, el Führer se explaya acerca de las doctrinas raciales. Pocos meses después de que se firme la paz, el III Reich contará con aproximadamente ciento veinte millones de habitantes, mientras que en 1937 solo eran setenta millones. Llevará tiempo, por supuesto, asimilar al Reich, en base a criterios raciales, a los suecos, holandeses, estonios y alemanes oriundos (por no hablar de los "germanizados" del Este), pero el esplendor de la victoria deslumbrará a la población de estas naciones lo suficiente como para que se sientan afortunados. Hitler teme, sin embargo, que suecos, holandeses o suizos se hayan ablandado en exceso por la forma de vida burguesa propia de sus democráticos estados. Eso exige prestar especial atención a la juventud. Los jóvenes de estos países deben ser llevados periódicamente a campamentos en Alemania donde se les forme como hombres del Reich, primero en las Juventudes Hitlerianas y después en las Fuerzas Armadas.
En cuanto a Rusia, Hitler está dispuesto a firmar la paz con Stalin, pero no antes de destruir Moscú y alcanzar la línea Arkhangelsk-Astrakhan (lo cual supone una restricción con respecto a los planes iniciales de llegar hasta los Urales o incluso hasta el meridiano 70). La paz le impondrá a Rusia varias condiciones. Entre ellas, por supuesto, la repatriación de los alemanes oriundos (que se calcula en más de medio millón) y la utilización de los medios de transporte dentro del territorio ex-soviético para mantener el abastecimiento a Japón a fin de continuar la guerra en el Pacífico (o la amenaza de ésta, hasta que Estados Unidos presente una oferta de paz tolerable para Japón). Y también, por supuesto, se exigirá a los rusos la aniquilación de los judíos y la renuncia a la ideología comunista (que se considera una creación judía). En ese sentido, Hitler se complace al conocer que los comunistas chinos ya han dado ese paso motu proprio: Mao va a convertirse en el líder de un movimiento de ideología china, no vinculada formalmente con el marxismo.
Al fin de la guerra se expulsará a checos y polacos más hacia el Este. Al cabo de una generación estos quedarán asimilados al resto de pueblos eslavos. Es decir, entrarán dentro del ámbito de la política del Plan General del Este. No se olvidarán los servicios prestados por los rusos, ucranianos y lituanos colaboracionistas. A estos se los privilegiará a costa de los perjuicios para los demás que irán siendo expulsados de forma gradual. Ha de cuidarse mucho la política racial. Los hombres alemanes han de mantenerse lejos de las mujeres eslavas. Por supuesto, los institutos raciales permitirán, en algunos casos, cierto proceso de asimilación cuando los antecedentes políticos y biológicos lo permitan. Diez millones de "germanizados" parece el máximo admisible considerando el territorio a poblar. Dentro del esquema de valoración racial de acuerdo con los antropólogos nazis se establecerán tres o cuatro categorías raciales entre los mismos alemanes, de modo que lleve tres o cuatro generaciones de mestizajes en el sentido ascendente el equiparar a los "germanizados" de origen eslavo a los arios nórdicos genuinos.
Deseando ilustrar al Führer, Himmler le muestra un expediente de germanización tomado al azar. El sujeto se llama Ivan Demianjuk, nacido en Ucrania en 1920. La fotografía muestra a un joven tosco pero que puede pasar aceptablemente por alemán nato. Campesino de origen, tractorista. Reclutado como soldado soviético, fue capturado por los alemanes a finales del verano de 1942, uno más de los cuatrocientos mil soldados soviéticos atrapados en Crimea por el desembarco de la flota italiana. Ya prisionero, se presentó voluntario para formarse en Trawniki como guarda de campos de concentración y se vio implicado en la liquidación de miles de judíos. En el verano de 1944 fue incorporado como soldado de infantería a la división de Bunyachenko dentro del "Ejército del Este" del general Vlasov en la ofensiva final contra los soviéticos. Himmler subraya las características que favorecen la germanización de Demianjuk: origen campesino, datos antropométricos suficientes, ha participado en la liquidación judía y ha sido un combatiente leal para el Reich a las órdenes de Vlasov. Germanizándolo -a él y a sus familiares directos- puede convertirse en un granjero "alemán" próspero y productivo de las tierras de Ucrania. Unos cinco millones de ucranianos de características equiparables podrían contribuir a la fortaleza del Reich sin menoscabo de que siempre se les considere en cierto grado limitados como arios de pura raza. Si Demianjuk contrae matrimonio con una mujer de nivel racial algo superior (no una nórdica, por supuesto, pero sí, por ejemplo, una estoniana o finlandesa) sus hijos podrían alcanzar un nivel intermedio y, dependiendo de sus correspondientes enlaces familiares y méritos cívicos, alcanzar sus nietos el nivel racial más alto. De ciento veinte millones de alemanes arios, apenas diez o veinte millones se verían en esas circunstancias (categorías inferiores... de la raza superior) y, mientras tanto, el beneficio para el Reich sería enorme... porque hay que colonizar decenas de millones de hectáreas al Este. Por supuesto, entre los colonos de la nueva Ucrania germanizada no todos han de ser como Demianjuk: también se entregarán sustanciosos lotes de tierras a granjeros alemanes nativos (de Prusia o Baviera), o a granjeros suecos emprendedores o a los nietos de los antiguos inmigrantes alemanes de Minnesota que quieran mejorar su fortuna en los nuevos territorios. Todos serán igualmente alemanes en tanto que servirán y prosperarán en el Reich. Sus hijos irán a las mismas escuelas, jurarán lealtad al Führer y cumplirán su servicio militar juntos. El Führer hace la observación de que el nombre podría germanizarse también; algo así como "Hans Demian" sería más aceptable.
Himmler también le comenta que la embajada alemana en Madrid ha descubierto recientemente la existencia de una notable descendencia alemana entre campesinos pobres del sur de España: un total de mil quinientas familias de origen germánico se asentaron a finales del siglo XVIII en tierras abandonadas o poco explotadas de la región. A pesar de ciertas fricciones con las autoridades españolas, se estaba haciendo ahora un esfuerzo para localizar a estos hombres con vistas a la colonización del Este. Por supuesto, se habían mezclado con los latinos y habían perdido su lengua e identidad cultural, pero... la sangre alemana persistía.
Y finalmente, Inglaterra. Hitler sigue considerando a los ingleses un pueblo racial y culturalmente estimable. Y más todavía a los norteamericanos de buenos antecedentes, con su aristocracia holandesa colonial. Tras vencerse el comunismo, Hitler piensa que el capitalismo burgués es casi del mismo tipo de origen judío. Es preciso promover, siguiendo la estela de la victoria, formas políticas compatibles con el nazismo en el mundo anglosajón. Sería una vergüenza que el Reich tuviera mejores relaciones con los italianos del fascismo que con los pueblos anglosajones.
En Gran Bretaña se dan diversas opciones. Por un lado, los fascistas británicos deberán recuperar su libertad, y sin duda la victoria nazi les hará ganar apoyos. Pero existe también la opción del separatismo escocés y galés. Estos pueblos célticos no le interesan mucho a Hitler, pero la amenaza de secesión puede ser utilizada para imponer una forma política inglesa más amistosa con el Reich.
En esta materia, el interlocutor de Hitler no es el líder de las SS, sino el ministro de exteriores Ribbentrop, antiguo embajador en Londres. Para Ribbentrop, la clave está en la aristocracia británica, un grupo racialmente homogéneo -normandos- y que no ha terminado de asimilar el creciente poder del populacho debido a las actividades comerciales tan típicamente británicas. El Imperio Británico trajo gloria a Inglaterra, sí, pero también permitió que prosperase una pequeña burguesía ambiciosa de intereses mezquinos entre quienes destacó el judío Disraeli. Ahora el Imperio Británico ha desaparecido. El tiempo de los mercaderes habría pasado y la aristocracia inglesa puede volver a tomar el poder.
Una alianza entre militares británicos, fascistas británicos y una vigorosa aristocracia es factible si el Reich la favorece. Para eso es preciso acabar con la peste laborista, con el exceso de extranjeros en Londres y con el débil monarca Jorge VI. Ribbentrop cree que puede restaurarse a Eduardo VIII en el trono. En caso de que no fuese posible, se potenciaría el secesionismo celta para debilitar Gran Bretaña.
En cuanto a Estados Unidos, a Hitler le empieza a seducir el general Mc Arthur. La vieja ideología del americanismo no había quedado olvidada. Los estados del sur de los Estados Unidos aún recordaban su vieja gloria. A Berlín llegaban noticias sobre cómo Roosevelt estaba buscando apoyos entre los miembros de su partido más opuestos a la integración racial que torpemente se había promovido durante algún tiempo cuando la guerra mundial llegó a África negra (¡con la ridícula idea de que se lograría hacer de los negros buenos soldados!). Ahora toda la política de integración racial se limita a los partidarios de Henry Wallace y su Partido Progresista, el partido de los judíos, los polacos y los negros.
Douglas Mc Arthur es un buen americanista, cuenta con el apoyo del héroe Lindbergh (un amigo de Alemania) y está luchando contra los asiáticos en Filipinas.
¿Podían ser los japoneses los aliados de Alemania? En la medida en que puedan ser utilizados como amenaza contra americanos y rusos, por su situación geográfica, sí. Pero Hitler haría llegar a Mc Arthur el mensaje de que prefiere una alianza con una América blanca que con un Japón amarillo. A Hitler no le importaría traicionar a los japoneses y aniquilarlos, discrepa de las teorías "arianistas" sobre los pueblos de Extremo Oriente que defiende Himmler (esoterismos sobre el Tibet y esas cosas...). Pero solo traicionará a Japón al precio de una alianza con los anglosajones. Y una cosa tiene clara el Führer: no basta con que un pueblo racialmente superior demuestre su calidad de tal con su desarrollo económico, científico y artístico. No, la superioridad racial exige un posicionamiento político. Si los anglosajones son un pueblo superior, han de comportarse como tal. Han de rechazar la ideología burguesa judeocristiana, darse una forma política adecuada a sus cualidades de raza y aniquilar las minorías nocivas que amenazan su integridad racial.
Estados Unidos está lleno de negros, judíos, indios y otras minorías despreciables. Mac Arthur o cualquier otro debería poner en marcha una revolución en este sentido. En Inglaterra ha de hacerse lo mismo.
Hasta entonces, Hitler prevé que, tras la firma de la paz, seguirá un enfrentamiento larvado, lo que va a exigir continuar el rearme y poner mucha atención a los avances científicos e industriales en ese sentido. ¿Un explosivo atómico? Stalin ya ha adelantado alguna información secreta al respecto. Hitler ya sabe, por ejemplo, los nombres de los científicos más importantes del proyecto (¡la mayoría, judíos exiliados!) e incluso donde se encuentra el principal laboratorio (en Nuevo México). Pero desde luego Hitler no va a renunciar a la destrucción de Moscú solo por los siguientes informes sobre el armamento atómico americano que prometen, como moneda de cambio, los agentes rusos que negocian en Suecia a la desesperada.
En realidad, la guerra no tendría por qué terminar. Sobre la mesa del Führer están los informes del OKW, el alto mando militar. Si Hitler lo desea, en 1946 o 1947 puede gobernar el planeta entero. Una vez aniquilado el Ejército Rojo soviético, el III Reich poseerá recursos suficientes para conquistar Gran Bretaña y el mismo continente americano. China sería aniquilada durante el invierno y Gran Bretaña podría ser invadida en la primavera de 1945, con la experiencia de la invasión aeronaval a las islas Canarias y contando ya por entonces con supremacía aérea. Llevaría unas pocas semanas. Con el verano, y partiendo de las bases en Siberia Oriental, puede dar comienzo la invasión de Norteamérica por Alaska, en el verano del mismo año 45 o, más probablemente, en el 46. El OKW ha calculado que para esa invasión de Norteamérica basta con que un tercio de las tropas sean alemanas (cincuenta divisiones de élite), otro tercio pueden ser vengativos japoneses y el tercio restante incluiría a mercenarios de todo tipo (árabes, rusos, italianos...). Para 1945 la Europa de Hitler dispondrá de materias primas inagotables, recursos humanos inagotables y un ejército enorme.
Sin embargo, aparte de la amenaza de la bomba atómica, está el hecho de que la sociedad alemana está harta de victorias y que desea disfrutar de las riquezas prometidas. El mismo Hitler está aburrido de la guerra, aunque reconoce que, teniendo a su alcance la conquista total del mundo, tal vez fuese lamentable desperdiciar la ocasión...
Hitler contaba a sus contertulios de sobremesa que pensaba retirarse una vez acabada la guerra. Pero en la realidad comprende ahora que no puede hacerlo porque él es insustituible. A los problemas de construcción nacional, política racial y política exterior se suman otros asuntos. Tras el Tratado de Paz tendrá que imponer a Suecia durante el invierno un tratado de confederación con el Reich que asegure una unión efectiva (integración del ejército sueco en el Heer, bases militares, enseñanza del alemán en las escuelas), y en la primavera tendrá que apoderarse de Suiza. Incluso puede que los finlandeses, tan celosos de su independencia, le supongan problemas.
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Sabemos algunas cosas sobre los planes de Hitler para una Alemania victoriosa. Bien es cierto que cuando inicia la guerra en septiembre de 1939, sus planes no iban mucho más allá de aniquilar Polonia y mantener una buena relación comercial con los soviéticos: según los planes de agosto de 1939, la guerra contra Francia tardaría aún algún tiempo.
Al complicarse la guerra, aumentó el riesgo de perderla a la vez que las expectativas de victoria se hicieron grandiosas y el límite para éstas iba cada vez resultando más difícil de precisar. En lo que respecta al Holocausto judío, la invasión de Rusia dio lugar a la idea de la Solución Final. Las extensiones de Rusia daban la oportunidad de hacer desaparecer a todos los judíos de Europa de una forma discreta y práctica mediante la deportación a territorios remotos e inhóspitos. Sin duda, el sistema de los campos de exterminio, con sus cámaras de gas y sus crematorios, no formó parte de la primera planificación. Habría sido mucho más simple enviar a los judíos al norte de la Rusia vencida y allí hacerlos morir por hambre y por frío durante el primer invierno (siguiendo como modelo los "traslados" forzosos llevados a cabo por los turcos con los armenios en 1915... y como acabó sucediendo con casi todos los prisioneros de guerra rusos capturados en 1941). La imposibilidad práctica de hacerlo así llevó a la utilización de las cámaras de gas que habían comenzado a utilizarse en 1939 para aniquilar a los enfermos mentales alemanes.
No cabe duda de que el horrible destino de los judíos tenía que ser ocultado a la población alemana. Pero tampoco cabe duda de que un cierto nivel de embrutecimiento moral por parte de la población alemana era necesario para que las noticias no se concretaran ante las personas más sensibles. Hay testimonios abundantes de que muchos soldados y civiles alemanes se enteraron de lo que estaba pasando. Unos se horrorizaron y callaron, otros no se horrorizaron y callaron, algunos oyeron pero no preguntaron y nadie hizo averiguaciones acerca de algo de lo que no querían enterarse. Es seguro que nadie se dijo a sí mismo: "¡Dios mío!, ¡esto es demasiado horrible como para que se sepa!, ¡guardemos el secreto!". Todo parece indicar que la discreción al respecto tenía más que ver con el hecho de que se trataba de un episodio de mal gusto, el tipo de cosas desagradables pero necesarias que no conviene comentar delante de las señoras.
En cambio, otras naciones del entorno del Eje se resistieron a cooperar. Parece ser que, en la realidad, los franceses se negaron a seguir entregando los judíos a los campos polacos cuando se enteraron de lo que se hacía allí con ellos. Los búlgaros, un pueblo pobre y de poca influencia política, nunca cooperaron (mientras que los rumanos fueron entusiastas). Tampoco los italianos cooperaron, dado que su fascismo no enfatizaba las diferencias raciales.
Pero en esta historia alternativa que aquí se presenta las dimensiones de la victoria nazi son tan grandiosas que la voluntad del Führer habría resultado irresistible, al menos para países pequeños y geográficamente atrapados en Centroeuropa como Hungría y Bulgaria. Es posible, sin embargo, que los judíos nacionales (no, desde luego, los extranjeros residentes o incluso nacionalizados) de Italia y Francia hubieran podido salvarse. Claro que, en esta matanza, ahora se habría incluido también a los judíos marroquíes, turcos, egipcios y, por supuesto, los palestinos .
En cuanto al orden mundial, Hitler reconocía cierto valor racial a los anglosajones. Más quizá a los americanos, pues en ellos habría un componente germánico mayor que en Inglaterra. Hitler refirió en alguna ocasión que necesitaba al Imperio Británico para que ejerciera su influencia dominadora en territorios que estaban fuera del ámbito de interés alemán. En esta historia alternativa, sin embargo, tanto África como la India quedarían fuera del poder británico. África, porque sería necesaria para recompensar a las naciones mediterráneas del Eje, y la India porque quedaría dentro del ámbito del poder musulmán, que las circunstancias de la guerra periférica habrían convertido en un valioso aliado coyuntural del nazismo.
Hitler puede tal vez elegir entre una alianza con unos Estados Unidos americanistas (¿la alternativa del caudillo militar Mac Arthur?) o con preservar cierta supervivencia del Imperio Japonés en Extremo Oriente. China, por ejemplo, no formaba parte de ningún imperio colonial, ya que nunca había sido colonizada. Pero podía convertirse en un satélite de alguna nación poderosa (Japón o Estados Unidos).
Hitler contaba con cierto grado de fantasía para sus especulaciones raciales e imperiales, pero su entorno político ni siquiera llegaba al Mediterráneo, de modo que es probable que dejara decidir esos asuntos a algunos "especialistas" de su confianza.
La idea de un mundo dividido en dos grandes mitades geográficas, una dominada por los alemanes y la otra dominada por los anglosajones del Atlántico, no hubiera parecido disparatada. La supervivencia de Japón dependería exclusivamente de la viabilidad o no de llegar a un acuerdo sólido con Estados Unidos. Hitler puede pensar que no le debe nada a Japón: los japoneses no atacaron a los rusos cuando más lo habría necesitado, en diciembre de 1941. En esta historia alternativa, los japoneses atacan a Rusia solo cuando la derrota de los rusos es segura, en la esperanza de que a cambio Hitler les salve de su también segura derrota a manos de los americanos.
Por otra parte, y siempre dentro de la política del Este, hay que considerar la necesidad de mantener trabajadores eslavos "no germanizados" durante algún tiempo. Con todo, en dos o tres años, aproximadamente treinta millones de eslavos deben ser arrojados al este del Volga, a la Gran Reserva eslava ("Federación rusa") gobernada por Stalin (y Vlasov: Hitler los quiere a ambos). Como concesión a los rusos, y teniendo en cuenta la inevitable hambruna que se desatará al este del Volga cuando comiencen a llegar los expulsados de los nuevos territorios del Reich, Hitler permitirá que la Rusia vencida reciba alimentos americanos durante el invierno. Uno o dos millones de toneladas anuales, lo que supondrían unos cien o doscientos buques "Liberty Ships" bien llenos. Claro que serán los americanos los que paguen, eso se negociará en las semanas que vienen. También podrían llevarse a América a algunos eslavos como inmigrantes. Lo importante es que, en poco tiempo, todos los territorios conquistados al oeste del Volga queden dispuestos para una gradual colonización con fines principalmente agrícolas. En las regiones de mayor valor estratégico -la frontera del Volga- los colonos arios en el Este podrían emplear, por motivos de seguridad, trabajadores agrícolas inmigrantes del área mediterránea: españoles, griegos o egipcios...
Y finalmente, Inglaterra. Hitler sigue considerando a los ingleses un pueblo racial y culturalmente estimable. Y más todavía a los norteamericanos de buenos antecedentes, con su aristocracia holandesa colonial. Tras vencerse el comunismo, Hitler piensa que el capitalismo burgués es casi del mismo tipo de origen judío. Es preciso promover, siguiendo la estela de la victoria, formas políticas compatibles con el nazismo en el mundo anglosajón. Sería una vergüenza que el Reich tuviera mejores relaciones con los italianos del fascismo que con los pueblos anglosajones.
En Gran Bretaña se dan diversas opciones. Por un lado, los fascistas británicos deberán recuperar su libertad, y sin duda la victoria nazi les hará ganar apoyos. Pero existe también la opción del separatismo escocés y galés. Estos pueblos célticos no le interesan mucho a Hitler, pero la amenaza de secesión puede ser utilizada para imponer una forma política inglesa más amistosa con el Reich.
En esta materia, el interlocutor de Hitler no es el líder de las SS, sino el ministro de exteriores Ribbentrop, antiguo embajador en Londres. Para Ribbentrop, la clave está en la aristocracia británica, un grupo racialmente homogéneo -normandos- y que no ha terminado de asimilar el creciente poder del populacho debido a las actividades comerciales tan típicamente británicas. El Imperio Británico trajo gloria a Inglaterra, sí, pero también permitió que prosperase una pequeña burguesía ambiciosa de intereses mezquinos entre quienes destacó el judío Disraeli. Ahora el Imperio Británico ha desaparecido. El tiempo de los mercaderes habría pasado y la aristocracia inglesa puede volver a tomar el poder.
Una alianza entre militares británicos, fascistas británicos y una vigorosa aristocracia es factible si el Reich la favorece. Para eso es preciso acabar con la peste laborista, con el exceso de extranjeros en Londres y con el débil monarca Jorge VI. Ribbentrop cree que puede restaurarse a Eduardo VIII en el trono. En caso de que no fuese posible, se potenciaría el secesionismo celta para debilitar Gran Bretaña.
En cuanto a Estados Unidos, a Hitler le empieza a seducir el general Mc Arthur. La vieja ideología del americanismo no había quedado olvidada. Los estados del sur de los Estados Unidos aún recordaban su vieja gloria. A Berlín llegaban noticias sobre cómo Roosevelt estaba buscando apoyos entre los miembros de su partido más opuestos a la integración racial que torpemente se había promovido durante algún tiempo cuando la guerra mundial llegó a África negra (¡con la ridícula idea de que se lograría hacer de los negros buenos soldados!). Ahora toda la política de integración racial se limita a los partidarios de Henry Wallace y su Partido Progresista, el partido de los judíos, los polacos y los negros.
Douglas Mc Arthur es un buen americanista, cuenta con el apoyo del héroe Lindbergh (un amigo de Alemania) y está luchando contra los asiáticos en Filipinas.
¿Podían ser los japoneses los aliados de Alemania? En la medida en que puedan ser utilizados como amenaza contra americanos y rusos, por su situación geográfica, sí. Pero Hitler haría llegar a Mc Arthur el mensaje de que prefiere una alianza con una América blanca que con un Japón amarillo. A Hitler no le importaría traicionar a los japoneses y aniquilarlos, discrepa de las teorías "arianistas" sobre los pueblos de Extremo Oriente que defiende Himmler (esoterismos sobre el Tibet y esas cosas...). Pero solo traicionará a Japón al precio de una alianza con los anglosajones. Y una cosa tiene clara el Führer: no basta con que un pueblo racialmente superior demuestre su calidad de tal con su desarrollo económico, científico y artístico. No, la superioridad racial exige un posicionamiento político. Si los anglosajones son un pueblo superior, han de comportarse como tal. Han de rechazar la ideología burguesa judeocristiana, darse una forma política adecuada a sus cualidades de raza y aniquilar las minorías nocivas que amenazan su integridad racial.
Estados Unidos está lleno de negros, judíos, indios y otras minorías despreciables. Mac Arthur o cualquier otro debería poner en marcha una revolución en este sentido. En Inglaterra ha de hacerse lo mismo.
Hasta entonces, Hitler prevé que, tras la firma de la paz, seguirá un enfrentamiento larvado, lo que va a exigir continuar el rearme y poner mucha atención a los avances científicos e industriales en ese sentido. ¿Un explosivo atómico? Stalin ya ha adelantado alguna información secreta al respecto. Hitler ya sabe, por ejemplo, los nombres de los científicos más importantes del proyecto (¡la mayoría, judíos exiliados!) e incluso donde se encuentra el principal laboratorio (en Nuevo México). Pero desde luego Hitler no va a renunciar a la destrucción de Moscú solo por los siguientes informes sobre el armamento atómico americano que prometen, como moneda de cambio, los agentes rusos que negocian en Suecia a la desesperada.
En realidad, la guerra no tendría por qué terminar. Sobre la mesa del Führer están los informes del OKW, el alto mando militar. Si Hitler lo desea, en 1946 o 1947 puede gobernar el planeta entero. Una vez aniquilado el Ejército Rojo soviético, el III Reich poseerá recursos suficientes para conquistar Gran Bretaña y el mismo continente americano. China sería aniquilada durante el invierno y Gran Bretaña podría ser invadida en la primavera de 1945, con la experiencia de la invasión aeronaval a las islas Canarias y contando ya por entonces con supremacía aérea. Llevaría unas pocas semanas. Con el verano, y partiendo de las bases en Siberia Oriental, puede dar comienzo la invasión de Norteamérica por Alaska, en el verano del mismo año 45 o, más probablemente, en el 46. El OKW ha calculado que para esa invasión de Norteamérica basta con que un tercio de las tropas sean alemanas (cincuenta divisiones de élite), otro tercio pueden ser vengativos japoneses y el tercio restante incluiría a mercenarios de todo tipo (árabes, rusos, italianos...). Para 1945 la Europa de Hitler dispondrá de materias primas inagotables, recursos humanos inagotables y un ejército enorme.
Sin embargo, aparte de la amenaza de la bomba atómica, está el hecho de que la sociedad alemana está harta de victorias y que desea disfrutar de las riquezas prometidas. El mismo Hitler está aburrido de la guerra, aunque reconoce que, teniendo a su alcance la conquista total del mundo, tal vez fuese lamentable desperdiciar la ocasión...
Hitler contaba a sus contertulios de sobremesa que pensaba retirarse una vez acabada la guerra. Pero en la realidad comprende ahora que no puede hacerlo porque él es insustituible. A los problemas de construcción nacional, política racial y política exterior se suman otros asuntos. Tras el Tratado de Paz tendrá que imponer a Suecia durante el invierno un tratado de confederación con el Reich que asegure una unión efectiva (integración del ejército sueco en el Heer, bases militares, enseñanza del alemán en las escuelas), y en la primavera tendrá que apoderarse de Suiza. Incluso puede que los finlandeses, tan celosos de su independencia, le supongan problemas.
La aniquilación de la Iglesia Católica
y la neutralización de las tendencias tecnocráticas de los elementos moderados dentro de su propio régimen será otra cuestión vital. Albert Speer, a quien tanto estimaba, es casi un traidor, con su política favorecedora del industrialismo burgués en Francia: lo ha cesado y lo tiene bajo vigilancia. También bajo vigilancia está el aspirante al trono del Reich, Guillermo, el hijo del anterior Kaiser, ya fallecido. El mariscal Rommel, que, aunque le había decepcionado un tanto al final, no dejaba de ser uno de los grandes héroes del Ejército, se había posicionado en contra de ciertos asuntos referidos a la política racial (había protestado contra la aniquilación de los judíos por los árabes en el Mediterráneo oriental). Aunque Hitler no es, de entrada, partidario de los métodos de Stalin, en el fondo admira la energía con que éste se ha deshecho de sus enemigos internos. Quizá no debiera castigar a Rommel como Stalin hizo con Tukhachevsky (ni a Speer como a Bukharin), pero desde luego algo tiene que hacer al respecto.
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Sabemos algunas cosas sobre los planes de Hitler para una Alemania victoriosa. Bien es cierto que cuando inicia la guerra en septiembre de 1939, sus planes no iban mucho más allá de aniquilar Polonia y mantener una buena relación comercial con los soviéticos: según los planes de agosto de 1939, la guerra contra Francia tardaría aún algún tiempo.
Al complicarse la guerra, aumentó el riesgo de perderla a la vez que las expectativas de victoria se hicieron grandiosas y el límite para éstas iba cada vez resultando más difícil de precisar. En lo que respecta al Holocausto judío, la invasión de Rusia dio lugar a la idea de la Solución Final. Las extensiones de Rusia daban la oportunidad de hacer desaparecer a todos los judíos de Europa de una forma discreta y práctica mediante la deportación a territorios remotos e inhóspitos. Sin duda, el sistema de los campos de exterminio, con sus cámaras de gas y sus crematorios, no formó parte de la primera planificación. Habría sido mucho más simple enviar a los judíos al norte de la Rusia vencida y allí hacerlos morir por hambre y por frío durante el primer invierno (siguiendo como modelo los "traslados" forzosos llevados a cabo por los turcos con los armenios en 1915... y como acabó sucediendo con casi todos los prisioneros de guerra rusos capturados en 1941). La imposibilidad práctica de hacerlo así llevó a la utilización de las cámaras de gas que habían comenzado a utilizarse en 1939 para aniquilar a los enfermos mentales alemanes.
No cabe duda de que el horrible destino de los judíos tenía que ser ocultado a la población alemana. Pero tampoco cabe duda de que un cierto nivel de embrutecimiento moral por parte de la población alemana era necesario para que las noticias no se concretaran ante las personas más sensibles. Hay testimonios abundantes de que muchos soldados y civiles alemanes se enteraron de lo que estaba pasando. Unos se horrorizaron y callaron, otros no se horrorizaron y callaron, algunos oyeron pero no preguntaron y nadie hizo averiguaciones acerca de algo de lo que no querían enterarse. Es seguro que nadie se dijo a sí mismo: "¡Dios mío!, ¡esto es demasiado horrible como para que se sepa!, ¡guardemos el secreto!". Todo parece indicar que la discreción al respecto tenía más que ver con el hecho de que se trataba de un episodio de mal gusto, el tipo de cosas desagradables pero necesarias que no conviene comentar delante de las señoras.
En cambio, otras naciones del entorno del Eje se resistieron a cooperar. Parece ser que, en la realidad, los franceses se negaron a seguir entregando los judíos a los campos polacos cuando se enteraron de lo que se hacía allí con ellos. Los búlgaros, un pueblo pobre y de poca influencia política, nunca cooperaron (mientras que los rumanos fueron entusiastas). Tampoco los italianos cooperaron, dado que su fascismo no enfatizaba las diferencias raciales.
Pero en esta historia alternativa que aquí se presenta las dimensiones de la victoria nazi son tan grandiosas que la voluntad del Führer habría resultado irresistible, al menos para países pequeños y geográficamente atrapados en Centroeuropa como Hungría y Bulgaria. Es posible, sin embargo, que los judíos nacionales (no, desde luego, los extranjeros residentes o incluso nacionalizados) de Italia y Francia hubieran podido salvarse. Claro que, en esta matanza, ahora se habría incluido también a los judíos marroquíes, turcos, egipcios y, por supuesto, los palestinos .
En cuanto al orden mundial, Hitler reconocía cierto valor racial a los anglosajones. Más quizá a los americanos, pues en ellos habría un componente germánico mayor que en Inglaterra. Hitler refirió en alguna ocasión que necesitaba al Imperio Británico para que ejerciera su influencia dominadora en territorios que estaban fuera del ámbito de interés alemán. En esta historia alternativa, sin embargo, tanto África como la India quedarían fuera del poder británico. África, porque sería necesaria para recompensar a las naciones mediterráneas del Eje, y la India porque quedaría dentro del ámbito del poder musulmán, que las circunstancias de la guerra periférica habrían convertido en un valioso aliado coyuntural del nazismo.
Hitler puede tal vez elegir entre una alianza con unos Estados Unidos americanistas (¿la alternativa del caudillo militar Mac Arthur?) o con preservar cierta supervivencia del Imperio Japonés en Extremo Oriente. China, por ejemplo, no formaba parte de ningún imperio colonial, ya que nunca había sido colonizada. Pero podía convertirse en un satélite de alguna nación poderosa (Japón o Estados Unidos).
Hitler contaba con cierto grado de fantasía para sus especulaciones raciales e imperiales, pero su entorno político ni siquiera llegaba al Mediterráneo, de modo que es probable que dejara decidir esos asuntos a algunos "especialistas" de su confianza.
La idea de un mundo dividido en dos grandes mitades geográficas, una dominada por los alemanes y la otra dominada por los anglosajones del Atlántico, no hubiera parecido disparatada. La supervivencia de Japón dependería exclusivamente de la viabilidad o no de llegar a un acuerdo sólido con Estados Unidos. Hitler puede pensar que no le debe nada a Japón: los japoneses no atacaron a los rusos cuando más lo habría necesitado, en diciembre de 1941. En esta historia alternativa, los japoneses atacan a Rusia solo cuando la derrota de los rusos es segura, en la esperanza de que a cambio Hitler les salve de su también segura derrota a manos de los americanos.
Muy bueno. Parece tal cual una charla de sobremesa de Hitler a su círculo íntimo por la noche
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