determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 11 de noviembre de 2014

45. Roosevelt, cuarto mandato



  El 7 de noviembre de 1944, tras la campaña electoral más tensa de la historia de los Estados Unidos, el presidente Roosevelt es reelegido para un cuarto mandato, hecho inaudito en la institución presidencial. Y aunque poca gente lo sabe, el Presidente está exhausto y con la salud muy dañada.

  El general Mac Arthur sigue la recta final de la campaña electoral desde la pequeña ciudad de Tacloban, próxima al campo de batalla de la isla de Leyte, en Filipinas. La Marina ha derrotado el día 26 de octubre, por fin definitivamente, a los restos de la flota imperial japonesa y su triunfo solo se verá ensombrecido en los días siguientes por el fanatismo letal de los pilotos kamikaze.

   En tierra, en Leyte, la resistencia de las tropas enemigas entorpece el avance del 6 ejército americano del general Krueger, a las órdenes de Mac Arthur. El 14 ejército japonés del mariscal Terauchi ha recibido la orden de resistir todo lo posible a la espera de que los alemanes sometan a los rusos y con ello la alianza del Eje pueda fructificar en la defensa efectiva de Japón en Extremo Oriente. Los japoneses saben que Leyte es solo la plataforma para el asalto a la gran isla de Luzón y su ciudad principal, Manila, capital de las Filipinas, y consideran que mientras más resistan en Leyte, más tardarán los americanos en estar en condiciones para ese supuesto asalto final.
                           
  Con el candidato del Partido Republicano a la presidencia en plena guerra en Filipinas, su número dos, el senador Vanderberg, candidato a la vicepresidencia, ha llevado a cabo una intensa campaña centrada exclusivamente en las victorias del ejército norteamericano en Asia y el Pacífico. Lo han apostado todo a la gloria de las armas contra el odiado enemigo de raza inferior y piensan que la forzada ausencia del candidato republicano a la presidencia les favorecerá precisamente por eso. Pero al final los votantes han preferido a Roosevelt.

  Éste, después de todo, es quien les ha traído la paz con el armisticio del 11 de septiembre contra el enemigo invencible (los alemanes), y parece ser que es la paz lo que los norteamericanos desean por encima de una victoria total que, incluso aunque fuese posible, siempre resultaría insoportablemente costosa.

  Aunque Roosevelt solo ha pactado el armisticio con los alemanes, y no con los japoneses, su oferta electoral parece que acepta el hecho de que Japón, al fin y al cabo, será derrotado, pero no aniquilado, en contra de lo que promete el belicoso Mac Arthur. Los norteamericanos se van volviendo cada vez más escépticos y pocos creen que Hitler traicione a Japón, sobre todo porque necesita a los japoneses para completar su proyectado "cordón sanitario" en torno a Rusia. El público norteamericano está informado de estas cuestiones por la prensa y durante toda la campaña electoral se debaten temas estratégicos junto con otros referidos a la repercusión social que tendrán en Estados Unidos los cambios que acontecen en Europa. Temas como la raza, la justicia social y la participación democrática.

  Tras la reelección del Presidente, el candidato Mac Arthur admite la derrota electoral mientras que no puede siquiera disfrutar de la victoria militar en la isla de Leyte, adonde los japoneses siguen enviando refuerzos por mar desde Luzón.




    Y si no conquista la isla de Luzón, con su gran capital, Manila, no se puede ni soñar que Mac Arthur desembarque en Formosa, lo que permitiría a su vez desembarcar en la costa china y establecer contacto efectivo con los aliados que comanda el Generalísimo Chiang. Con todo, los planes para el desembarco en Formosa están ya avanzados, pero solo contando con las aportaciones de las tropas y recursos que esforzadamente se están desviando de los frentes periféricos abandonados (África y Golfo Pérsico). Roosevelt alienta a Mac Arthur a mantener el esfuerzo hasta el final, pues mientras más poder se demuestre ante el enemigo mejores serán para los Estados Unidos las condiciones de rendición que los japoneses se verán forzados a aceptar.
 
    En China, en su capital de Chungking, en el interior del país donde los japoneses lo tienen casi acorralado, Chiang tiene más graves problemas aparte de que los americanos no puedan capturar Formosa. El 24 de agosto la guerra ha terminado para los japoneses en la India, y todo el 15 ejército japonés en la India oriental ha quedado disponible para luchar en un nuevo frente. Aunque los inconvenientes logísticos son grandes, el general japonés Mutaguchi logra llevar a sus fuerzas desde el este de la India hasta el sur de China utilizando la carretera de Birmania hasta la ciudad china de Kumming. Mutaguchi alcanza los alrededores de Kumming (a 600 kilómetros de Chungking) a finales de octubre de 1944, pero la ciudad resiste. Por esas fechas, además, los excomunistas chinos del norte de Shaanxi (con su capital en Yan'an) y el señor de la guerra musulmán Ma Bufang en la región norteña de Quinghai, se han pasado al enemigo, con lo que la China nacionalista se halla en una situación angustiosa.

    Pero, por otra parte, el que Mac Arthur haya desembarcado en Leyte y la flota japonesa haya sido derrotada da un respiro a los chinos. Los regimientos que se espera desembarquen en China son parte de las tropas desmovilizadas del Golfo Pérsico. Desembarcar en China sin haberse tomado antes Formosa es aceptar un riesgo, pero en todo caso habría sido imposible de no haberse derrotado ya antes a casi toda la flota japonesa en la batalla naval de Leyte. 

   Así que ahora los japoneses saben que una victoria sobre China ya no es posible, ni siquiera con la ayuda del ejército que ataca desde Birmania. Además, en la frontera con Siberia, el general Yamashita no ha logrado todavía conquistar a los rusos la ciudad de Khabarovsk, en el río Amur. Los rusos también mantienen sus posiciones en Mongolia. Sencillamente: los soviéticos son demasiado fuertes y hábiles en la lucha terrestre con blindados para ser derrotados por los japoneses, muy inexpertos en la guerra moderna móvil; aunque los mejores cuerpos móviles rusos luchen aún en la defensa de Moscú, unidades de menor categoría son suficiente para detener al enemigo oriental.

  En Asia Central, el mariscal List, tras encontrarse en Urumqi (territorio de Xinjiang) con el general japonés Yamashita el 12 de octubre, sigue avanzando por la ruta de la seda a través del territorio controlado por los señores de la guerra. Aunque avanza en coordinación con los japoneses, en realidad se le ha ordenado que se detenga en el río Amarillo, en la ciudad de Lanzhou, que es el límite del poder de Ma Bufang, el señor del territorio de Quinghai (es también el límite del dominio de los excomunistas que acaudilla Mao Zedong). Se considera que, de momento, a partir de ahí se trata de la zona de influencia japonesa. A finales de mes, Ma Bufang logra hostigar la frontera siberiana y mongola, buscando distraer tropas soviéticas (ayudando con ello a alemanes y japoneses en otros frentes). Lo principal para el Eje es que el cerco a los rusos se ha completado y desde el 11 de septiembre, con el armisticio con los angloamericanos, toda la Luftwaffe se está concentrando en aniquilar Moscú y acabar con la resistencia rusa.

  El mariscal List recibe también una orden urgente: debe coordinarse con los japoneses para facilitar el envío a Japón de refuerzos de aviación y determinados elementos técnicos mediante un sistema de transporte aéreo por la ruta de la seda. Ya en junio los aviones alemanes aterrizaron en Tokio utilizando la difícil ruta del Tibet, pero, aunque la ruta estaba casi libre de intercepción enemiga, seguía siendo muy costosa debido a la altitud de las montañas. En octubre, la Luftwaffe comienza a operar en los aeródromos de Xinjiang y Quinghai bajo control japonés, y estos aeródromos son mucho más útiles para enviar ayuda efectiva a Japón. Las unidades de caza más modernas de la Luftwaffe en Tokio tardarán todavía varias semanas en poder enfrentarse allí con los bombarderos norteamericanos procedentes de sus nuevas bases en las islas Marianas.

  Ésa es la situación de la guerra para el 7 de noviembre, cuando Roosevelt es reelegido.

  La reelección no da una gran alegría a Franklyn Delano Roosevelt. En el fondo, hubiera deseado que se le relevara de la amarga misión de firmar la paz con Hitler, algo que, en cambio, entusiasma al ambicioso y recién elegido Vicepresidente de los Estados Unidos, el dinámico Joseph Kennedy. Para ganar las elecciones, Kennedy ha forzado a Roosevelt a tomar una actitud realista en cuanto a la estrategia política: no debía buscar votos en los nichos ocupados por los antinazis de Wallace y su Partido Progresista (el tercer partido en pugna en estas elecciones presidenciales de características extraordinarias), de modo que el Partido Demócrata no ha buscado ni el voto negro, ni el voto judío ni el voto polaco: se ha concentrado en el voto irlandés, el voto italiano… y, por encima de todo, en el voto de los ciudadanos que están hartos de esta guerra imposible contra el imperio espartano de Hitler y sus invictos generales. Incluso ha tenido que aliarse con los racistas de los estados del sur (los "Dixiecrats") con el fin de que se obstaculice en lo posible el acceso de los negros al voto, pues se suponía que todos iban a votar por Wallace. Los últimos y tardíos progresos en la igualdad racial han sido deshechos y ha habido que reprimir motines.

  A Wallace lo ha votado el 20 %. Nueva York es de Wallace, y el voto polaco en Chicago también ha sido para Wallace, pero Roosevelt ha logrado vencer ampliamente a los que predicaban la guerra contra los nazis hasta el final, y por estrecho margen al general de Tacloban.

  “Ya está”, murmura el agotado Presidente cuando se confirman los resultados: “ahora el pueblo tendrá paz”.

  Kennedy no es ningún cínico. Ha explotado hasta el fondo su capacidad para movilizar el voto irlandés e italiano, pero eso no le convierte en un simpatizante de los nazis. Había que ganar y se ha ganado, pero comprende que ahora es preciso mantener la unidad del país, las instituciones democráticas, la convivencia ciudadana, las libertades heredadas de los Padres Fundadores y la prosperidad de la industria que se ha movilizado durante la guerra y acabado con la Depresión…. También hay que mantener el comercio internacional, y eso exige algún tipo de relación fructífera con la Europa dominada por los nazis...  Para Kennedy es imprescindible alcanzar una paz hasta cierto punto “amistosa” con el III Reich. Los nazis no son los soviéticos: las grandes empresas alemanas y los consumidores europeos en general sí están interesados en el comercio internacional, y naciones dentro del Eje como Francia, Italia y España también pueden ser mercados para los productos americanos. Kennedy sabe que hay sectores políticos dentro del nazismo que no son partidarios de la colectivización y la autarquía. Es preciso aproximarse a ellos.

   Por otra parte, numerosas corrientes de pensamiento polémicas surgidas en Estados Unidos durante los años de la Depresión (como el populismo de Huey Long) comienzan de nuevo a ser discutidas. Nadie niega el progreso económico que ha experimentado el país al movilizar toda la mano de obra para la fabricación de bienes requeridos por la guerra, pero ¿podrá mantenerse ese crecimiento una vez llegue una paz que no será del todo victoriosa? Roosevelt y Kennedy consideran que es preciso que, a toda costa, Estados Unidos acabe la guerra como superpotencia, lo cual supone igualar el poder alemán disminuyendo el de otras naciones (también Gran Bretaña). Kennedy convence a Roosevelt de que lo apueste todo a una bilateralidad mundial: aunque Hitler se lleve la victoria y un enorme imperio, Estados Unidos aparecerá como interlocutor mundial único frente a su poder. Y ha de mantenerse el comercio mundial, hacer lo posible para que la Europa dominada por Hitler no opte por la autarquía económica; ahí está la oportunidad que ofrecen los franceses, con su restaurada monarquía tecnocrática.

    El 8 de noviembre, el grupo a tres que decidió las negociaciones de paz (Roosevelt-Stimson-Marshall) se amplía a cuatro para incluir al Vicepresidente electo. Se ordena la retirada total y definitiva de las tropas de todos los frentes periféricos. Esa retirada ya se había ordenado de forma tácita, pero ahora se hace de forma oficial. Significa, entre otras cosas, abandonar todo el continente africano a Hitler, de Tánger a Ciudad del Cabo. Los nazis llevan semanas esperando este momento y han reservado para ello una flota aérea de transportes militares.

  Para la propaganda del Eje, las noticias que vienen de África son espectaculares: el 10 de noviembre los italianos aterrizan en Nairobi para apoderarse del bello territorio de Kenya como parte del nuevo imperio italiano en África Oriental: harán uso de esta región para la colonización, será parte de la nueva Italia africana que Etiopía, ahora un protectorado, estaba inicialmente programada para ser. Ese mismo día, la Luftwaffe se establece en Monrovia, la capital de Liberia, de donde huyen espantados cientos de miles de nativos hacia los territorios vecinos, que quedarán en manos de los relativamente más benévolos colonialistas franceses e italianos (estos últimos se apoderan de Sierra Leona: la posición en el Atlántico que reclamaba Mussolini). Incluso aviones españoles (en realidad, cedidos por Alemania) toman posesión de los inmensos territorios de Angola, Mozambique y Rhodesia del Norte (ahora rebautizada como “Nueva España del Caudillo”). El 14 de noviembre los alemanes aerotransportados llegan hasta la frontera de África del Sur en el río Orange, donde son cortésmente recibidos por los militares sudafricanos del gobierno del primer ministro Daniel Malan. Los sudafricanos son ahora amigos de los nazis (los prisioneros sudafricanos capturados por Rommel en Tobruk, en junio de 1942, son puestos automáticamente en libertad y vuelven a casa... excepto el batallón de voluntarios que lucha en Rusia contra el comunismo).

  Todo el mapa del reparto de África dibujado en la cumbre de Barcelona, celebrada en diciembre de 1942, en los días turbios de la gran batalla de Stalingrado, se está completando. Muchos soldados americanos que embarcan en sus cientos de buques en Lagos o Takoradi sin haber tenido oportunidad de combatir pueden ver de reojo a los recién llegados observadores del ejército colonial francés, los antiguos enemigos, departiendo amistosamente con los oficiales del ejército aliado mientras ellos suben por las pasarelas para nunca más regresar a África.

  Joseph Kennedy vuela a Dublin de nuevo el 18 de noviembre de 1944. Ahora es ya el Vicepresidente electo, no solo el Secretario del Tesoro, como cuando firmó el armisticio en nombre del Presidente. En Dublin se encuentra con Ribbentrop y Goering, y le esperan largas semanas de negociación hasta llegar al Tratado de Paz definitivo. Mientras tanto, decenas de miles de soldados americanos y británicos prisioneros en Alemania aguardan ansiosos el retorno a casa que los sudafricanos han iniciado ya. Algunos británicos fueron capturados por Rommel en junio de 1940 en el norte de Francia. Otros lo fueron por Rommel en Mosul en diciembre de 1943.

  Por su parte, Rommel, ahora, en Bagdad, no tiene nada que hacer, excepto entregar todas sus fuerzas aéreas, buena parte de sus vehículos e incluso reemplazos de tropa, a las fuerzas alemanas que están finalizando la guerra en Rusia. Mientras tanto, cada día salen en barco miles de soldados aliados abandonando el Golfo Pérsico. Es entonces cuando Rommel le compra los camiones y otros vehículos a Eisenhower.

  El 12 de noviembre se rinden por fin, desalentados por la derrota de Henry Wallace en las elecciones norteamericanas, las últimas tropas soviéticas en Moscú. Los ejércitos rusos se retiran hacia el Volga, así que parece que también aquí todo está a punto de terminar. No es el armisticio ni la rendición rusa pero, sin Moscú, a los rusos ya no les queda mucho por lo que luchar. La gran ciudad ha sido arrasada por la aviación y los cohetes, las pérdidas de la tropa son enormes y la población civil aspira tan solo a que los alemanes les permitan huir de la ciudad con vida. Dentro de Moscú se han rendido doscientos mil soldados soviéticos y en la ciudad quedan aún dos millones de paisanos. Hitler ha decretado que la mítica capital rusa sufra el mismo destino que sufrió Leningrado a finales del año anterior: ser borrada del mapa; otra cosa podría interpretarse como que la victoria nazi no ha sido completa. Los diques del canal Moscú-Volga serán volados y la ciudad quedará convertida en un pantano.

  Mientras Kennedy está en Dublín negociando con los nazis, Roosevelt se reúne con Henry Wallace. Ha habido motines raciales, trifulcas callejeras, disturbios en los cuarteles. Es preciso que los antinazis sean realistas y acepten su derrota.

  El día 14 de noviembre de 1944, ya con las noticias de la rendición de Moscú, Henry Wallace y Fiorello La Guardia comparecen ante la prensa en Washington. Piden concordia y aceptación de los resultados electorales. En cualquier caso, la paz es siempre un bien... aunque no creen que sea posible una paz estable con los nazis y por ello consideran que el pueblo se ha equivocado al elegir el tipo de paz que ha ofrecido Roosevelt. Ellos ahora no van a cesar de advertir acerca de la naturaleza maligna de los vencedores de la guerra, y el hecho es que el Reino Unido y los Estados Unidos son las últimas naciones democráticas del planeta que han de mantener su sistema de libertades a toda costa. El Presidente electo, Roosevelt, les ha comunicado que ése es también su mayor anhelo.

  Mientras tanto, en Tacloban, el mayor anhelo de Douglas Mac Arthur es la derrota total de Japón, ¡pero ni siquiera ha conseguido terminar la conquista de la isla de Leyte! Y justo entonces, el 24 de noviembre, se produce la temida noticia: el primer ataque aéreo masivo de bombardeo norteamericano sobre Tokio con 110 aviones B-29 procedentes de la isla de Saipan (Marianas) acaba en fracaso porque dos escuadrillas de cazas alemanes ultramodernos a reacción, llegados a Japón en los días previos (a través de la ruta de la seda: aeródromos situados en Asia Central), logran derribar ocho aviones (los japoneses solo derriban uno) y frustran la misión.

  Un oscuro personaje reaparece en estos días: el Duque de Windsor, el antiguo rey Eduardo VIII, que abdicara en 1936 y que se hallaba confinado en las islas Bahamas, acaba de desembarcar públicamente en Florida el día 10 de noviembre y el día 11 ha dado una rueda de prensa ante unos periodistas escogidos. Dice que es consciente de la grave situación en la que se encuentra su país y se pone a disposición de su pueblo. Tras estas breves palabras, que pronuncia en presencia de su esposa americana, Wallis Simpson, y de unos pocos colaboradores, el ex rey toma el tren a Washington.

  Los primeros contactos del Eje con el Duque se produjeron ya antes de la batalla del Golfo Pérsico, cuando un emisario irlandés le comunica que, si apoya un golpe en Gran Bretaña para hacer la paz, su nación no solo sobrevivirá a la guerra, sino que mantendrá el Imperio (África ya había sido concedida a los aliados latinos de Hitler, pero las ricas posesiones holandesas de Insulindia pasarían al Imperio Británico... y se conservaría la India). Después, a medida que las victorias alemanas se suceden, los contactos se hacen más diversos. Dentro del mismo Partido Conservador se extiende la idea de que el rey Jorge VI se ha implicado demasiado políticamente en la guerra, y que el retorno de Eduardo puede ser una garantía de la paz. Para Kennedy, cambiar el rey debilitaría a los británicos, algo muy conveniente para que Estados Unidos se convierta en la única potencia capaz de afrontar al III Reich en la inquietante posguerra...

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    Es un hecho que el rey Eduardo VIII sentía algunas simpatías por los movimientos totalitarios anticomunistas como el nazi, al igual que sucedía con muchos otros aristócratas británicos, y sin duda debía de guardar rencor contra quienes lo habían alejado del trono. El caso de su matrimonio con una mujer plebeya y poco ejemplar también debía acercarlo a los jerarcas totalitarios, cuyas vidas conyugales eran también irregulares (Franco sería la excepción, pero no Petain). Sin duda que habría cesado su destierro encubierto en las Bahamas, y sin duda hubiera intentado recuperar el trono, a sabiendas de que la derrota en la guerra provocaría algún tipo de trastorno político en Inglaterra.
  
    En lo referente a la campaña de Filipinas, en esta historia alternativa no se ha cambiado nada con respecto a lo sucedido en la realidad. ¿Por qué hacerlo? La guerra del Pacífico era una prioridad para la opinión pública estadounidense, y para Roosevelt siempre fue difícil seguir la directiva estratégica que exigía que Alemania era el enemigo que se debía batir cuanto antes, debido a su mayor peligrosidad. Dado el sesgo que toman los acontecimientos en esta versión alternativa, con una Alemania imposible de derrotar y faltando tiempo para lograr la victoria sobre Japón, Mac Arthur recibiría no menos recursos de los que recibió en realidad. 

  Hasta enero de 1945 los americanos no lograron desembarcar en Luzón, debido a la fuerte resistencia que encontraron en Leyte. En general, se considera un error que el general Yamashita (el auténtico defensor del poder japonés en Filipinas, que en esta historia combate a los soviéticos en Siberia) reforzara tanto Leyte, cuando debía haberse concentrado en defender Luzón, pero en esta historia hubiera tenido sentido intentar retrasar el avance americano todo lo posible mientras los alemanes se fuesen aproximando físicamente al frente de Asia Oriental en su avance por la ruta de la seda.

   En esta historia, los rusos resisten en Moscú hasta que se confirma la derrota de la candidatura presidencial antinazi en Estados Unidos. A partir de ahí, y contando con que tras el armisticio los alemanes hubieran podido concentrar en pocas semanas todo su poder aéreo sobre Moscú, la derrota habría sido inevitable, y solo quedaría aceptar las condiciones de paz.

  El ataque de los B-29 sobre Tokio del 24 de noviembre de 1944 fue el primero de cierto peso, si bien no lograron hacer los daños buscados por problemas técnicos. En todo caso, los japoneses solo pudieron derribar un avión de los más de cien que atacaron. La intercepción japonesa nunca fue tan efectiva como la alemana, de modo que es previsible que apenas un par de escuadrillas de aviones de caza alemanes en Japón fuesen suficiente para desalentar a los norteamericanos en un momento políticamente tan crítico.

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