En las navidades de 1944, el mundo respira, aliviado. El Tratado de Paz bilateral entre Estados Unidos y el III Reich ha hecho cesar casi todos los combates, excepto algunas vagas trifulcas asiáticas. Los soldados de las grandes potencias vuelven a casa, a las fábricas, a los campos, a la vida familiar. El futuro es un tanto incierto, pero predomina el agradecer a la Providencia que la matanza ha cesado.
En el mundo entero, las ideas de justicia, progreso y libertad han quedado en cierto modo eclipsadas por un poderoso sentimiento atávico: la victoria. La victoria que unos tienen o la victoria ajena a la que otros asisten, pero que a nadie deja indiferente. Para los eruditos irracionalistas como el entusiasta catedrático alemán de filosofía Martin Heidegger o el jurista Carl Schmitt, la victoria de Hitler consagra la fuerza de la voluntad, el deseo ardiente de ser, la justificación subjetiva última de toda certeza social e intelectual. En suma, asumiendo la irracionalidad de la muerte de Dios propia de la revolución secular, el triunfo de la irracionalidad de Hitler supone el triunfo del ser humano sobre un mundo en el cual Dios (el orden trascendente) ha desaparecido. Por supuesto, ésta es la visión filosófica. Las masas alemanas, traumatizadas por la guerra y sometidas por la propaganda propia de los estados totalitarios, viven emociones contradictorias pero poderosas: el alivio del fin de la guerra y la sensación de que algo importante ha pasado, algo en lo que todos pueden participar y obtener fruto de ello.
Los alemanes no son los únicos. En la escéptica Francia, ahora de nuevo una monarquía, que ha sobrevivido a la guerra conservando un Imperio y un poderío económico respetables, y sin comprometerse ideológicamente con los nazis ni sufrir tantas víctimas como ellos, son numerosos los pensadores y autores influyentes que también consideran que se ha producido una muerte de la razón. Se diría que la ciencia ha confundido al hombre, o que el hombre cristiano y liberal ha sido traicionado por las esperanzas puestas en ella.
Nada puede competir con las emociones exaltadas de los soldados victoriosos que regresan del frente. En Alemania ha nacido el superhombre, y no son pocos los granjeros de origen nórdico que solicitan visados desde América (del norte o del sur) para hacerse cargo de las nuevas tierras conquistadas en el Este de Europa. No es tanto la codicia de tierras, sino el deseo de participar en la grandeza, de ser amos.
Los soldados alemanes han visto caer a muchos de los suyos. Solo la guerra en Rusia ha costado más de un millón de vidas alemanas y un número algo menor (un tercio de ellas civiles, víctimas de los bombardeos aéreos sobre las ciudades) ha costado la victoria alemana en los demás frentes. Son cifras parecidas a las de la primera guerra mundial (y muy superiores a las sufridas por los vencidos británicos, franceses y norteamericanos). Para Hitler son poco significativas, ya que Alemania está en camino de aumentar su población hasta los 120 millones al comenzar a ponerse en marcha el plan de anexión de estados como Holanda y Suecia en la nueva entidad racial-nacional en que va a transformarse el III Reich. Y las mujeres alemanas van a parir sin tregua ahora, contando con el precioso semen de los soldados victoriosos, pues un darwinismo ferviente sirve de justificación ideológica para la lujuria heroica de los guerreros retornados.
En sus conversaciones privadas, religiosamente registradas por los taquígrafos, Hitler reconoce que, de haber sido derrotado en la guerra (y considera que ese riesgo existió, sobre todo si él no hubiera tenido la idea de cerrar el Mediterráneo para apoderarse del Mar Negro), el nacional socialismo hubiera sido arrojado al basurero de la historia. Igual que en la vida del individuo, solo el triunfo justifica la existencia. Un nacional socialismo victorioso en la guerra lo es todo, pero de haber sido derrotado hubiera sido nada. Ésta es, repite, la auténtica significación de la existencia.
Hitler admite que hay duelo en los hogares, pero ¿no puede también la gloria terrena vencer a la muerte? Desde su punto de vista, un joven de dieciocho años muerto en la batalla victoriosa es una vida que se ha salvado, no que se haya perdido. Vidas perdidas fueron las de los caídos en la guerra anterior en la que al final la traición del judaísmo marxista arruinó el esfuerzo y el sacrificio del pueblo alemán. Los caídos ahora son héroes de su patria y la fuerza de la propaganda es tan tremenda que muchos padres y esposas se avergüenzan de exteriorizar su dolor. También, en cierto modo, la victoria actual justifica la derrota de 1918...
Hay muchas ceremonias por los caídos, pero son ceremonias de exaltación, en las que las familias son recompensadas con solemnidad. Se urge a las viudas a que vuelvan a contraer matrimonio. Se protege a las madres solteras siempre que puedan demostrar la pureza racial de su concepción. La fuerza de la raza, de la sangre, de la nación, embriaga cada acto de la vida cotidiana.
Un alemán pobre, un bracero, un peón, de pura raza, es promovido, como mínimo, a capataz de esclavos orientales. Ningún alemán va a trabajar en funciones subordinadas. Hitler aprueba que se vayan eliminando funciones laborales serviles, como camarero o lacayo. Ni siquiera las sirvientas: si son jóvenes, deben ser madres, si son maduras, deben ser gobernantas. Es una raza de jefes, de héroes, de triunfadores. Para los empleos serviles llegará de fuera del Reich el personal necesario.
En Francia y en Inglaterra hay muchos que envidian esta nueva forma de vida y que proyectan emularla.
En Estados Unidos, muchos de los partidarios del altivo y ambicioso general Mac Arthur (el general americano victorioso...
guardando las proporciones) recuerdan que los alemanes lucharon lealmente (hay una equívoca adoración a la figura de Rommel) y que su doctrina se basa en la pureza racial, lo que alienta a los americanistas que exigen medidas raciales también en los Estados Unidos.
Pero estas minorías, aunque poderosas sobre todo en los estados del sudeste de Norteamérica, no pueden eliminar el profundo sentimiento democrático del resto del país. Al fin y al cabo, han luchado contra la tiranía de acuerdo con las creencias sagradas de los padres fundadores de la nación. Los antinazis se movilizan sobre todo en los medios intelectuales. En la misma Francia, el autoritarismo y el racismo tienen muchos más apoyos que en Norteamérica.
Además, los crímenes nazis en el Este de Europa van dándose a conocer. La suerte sufrida por los habitantes de Leningrado y Moscú no puede ser olvidada. Para algunos neopaganos hay cierta grandeza en haber dado a estas ciudades el destino que en la Antigüedad tuvieron Troya y Cartago, pero para los cristianos estadounidenses semejante brutalidad despierta repugnancia. Y, a este respecto, lo peor está por llegar.
Las noticias sobre el genocidio judío, ya divulgadas entre el verano y el invierno de 1942, comenzaron a difundirse masivamente durante la campaña electoral del otoño de 1944 por los seguidores de la candidatura presidencial antinazi de Henry Wallace y Fiorello La Guardia, y para finales de ese año las pruebas son ya tan abrumadoras y detalladas que muy pocos las niegan. La misma administración Roosevelt-Kennedy apoya ahora esta propaganda (evitaron el tema durante las elecciones, pues el objetivo era alcanzar la paz, pese a todo) y se llega al punto de que el Vicepresidente electo anuncia, a primeros de enero de 1945, que se va a establecer una comisión de investigación sobre el asunto. Joseph Kennedy quiere evitar que se le considere un antisemita o un amigo de los nazis. Su defensa de la "Paz con Honor" no tenía otro objeto, argumenta, que poner fin a una guerra imposible de ganar, pero quiere a toda costa que se despeje cualquier sospecha de simpatías con el racismo. Al fin y al cabo, él mismo es un católico, y la Iglesia Católica, más renuente que la luterana a someterse a los mandatos de Hitler en Alemania, se encuentra ahora en el punto de mira de los fieros neopaganos.
De esa forma, para cuando el 20 de enero de 1945, un agotado y decrépito Roosevelt jura por cuarta vez su cargo de Presidente, y Joseph Kennedy jura el suyo como su Vicepresidente y probable sucesor, la tensión diplomática con el Tercer Reich está incrementándose día a día. En un intento de conciliar los diferentes puntos de vista, Hitler ha enviado a Estados Unidos como refugiados a algunos cientos de judíos (en su mayoría ancianos) que eran mantenidos con vida en el campo especial de Theresienstadt, todos reclamados por parientes en los Estados Unidos. Sin embargo, la maniobra será fallida, porque los supervivientes, pese a que se intentó mantenerlos aislados mientras permanecieron en Europa, traen con ellos bastante información adicional sobre lo sucedido con los ausentes. La cifra de seis millones de judíos asesinados comienza a aparecer constantemente en la prensa. Se ha asesinado a seis millones de seres humanos como quien mata ganado. Y eso sin contar las atrocidades de la guerra contra los rusos. También se ha procedido a algunas rápidas campañas de terror para ahuyentar a los nativos de los territorios de África negra ocupados por los nazis (esto se sabe porque llegan centenares de miles de fugitivos a las colonias próximas de los colonialistas "clásicos" franceses, italianos o españoles, desatando violencias y hambrunas).
Nuevos horrores están sucediendo en Rusia durante el invierno, sobre todo con el desplazamiento forzado de millones de personas hacia el Este, donde ya de por sí escasean los alimentos (Estados Unidos se ha comprometido a enviar víveres para paliar esta situación). Por otra parte, la nueva Federación al Este del Volga, presidida por el mismo Stalin y que ahora es vasalla de sus antiguos enemigos, da todas las facilidades a los oficiales alemanes que ya recorren los helados paisajes de Siberia utilizando los antiguos ferrocarriles soviéticos. En cuanto la climatología lo permita, los alemanes establecerán bases militares hasta el estrecho de Bering para amenazar Norteamérica, pero mientras tanto millones de rusos están muriendo de hambre este invierno y la totalidad de la población judía está siendo también allí exterminada. Es la última gran purga de Stalin, planificada en cooperación con los especialistas de las SS. Las noticias de todos estos espantosos sucesos llegan a veces a través de China, donde se han desplegado varias divisiones norteamericanas (Mac Arthur sigue en Asia, convertido en el guardián de la seguridad norteamericana en esa parte del mundo).
Joseph P. Kennedy sabe que es preciso combatir el poder que tiene la victoria a ojos del hombre ingenuo. Los nazis son los vencedores, los nazis son ricos, los nazis son amos, ¿por qué los americanos no somos como ellos? Por eso hace falta mostrar al mundo que se trata, en efecto, de bárbaros asesinos con alta tecnología, unos supervillanos que ponen en peligro el mundo entero. Es preciso demostrar que la victoria brutal no puede prevalecer sobre la razón y la humanidad. Se trata de un discurso que en el fondo el Vicepresidente toma de sus antiguos rivales del Partido Progresista de Henry Wallace
pero ¡las circunstancias ahora son otras!
Roosevelt teme que esta propaganda atemorice más al pueblo. Y teme lo que los alemanes todavía pueden hacer contra los Estados Unidos en su propia zona de influencia: para el antiimperialismo latinoamericano, los nazis, que libertaron a los musulmanes (excepto a los de raza negra, naturalmente), podrían también libertar Sudamérica. Los aviones nazis cruzan ya el Atlántico desde el territorio que dominan en África Occidental, Hitleria (la antigua Liberia), y son capaces de alcanzar la costa este de Brasil más próxima a África, de modo que incluso podrían desembarcar allí. También cuentan con simpatizantes (más bien pro-italianos) en el país más rico de América latina, Argentina. Incluso la victoria española al lado del Eje anima a muchos dictadores militares locales que admiran asimismo el éxito del poco carismático general Franco.
Joseph Kennedy comprende estos temores y piensa que es mejor ir a la guerra en Sudamérica, aprovechando la ventaja que supone el volumen del ejército norteamericano que ha quedado tras el fin del conflicto mundial, a transigir con las demandas de los nazis de que se moderen las provocaciones de la propaganda aliada.
Aparte de promover el rearme de los chinos y planear una guerra sudamericana, la política exterior de Roosevelt y Kennedy espera contar también con otro recurso para incrementar el poder estadounidense y combatir el miedo al todopoderoso Hitler y su imperio: el proyecto del arma atómica. Con la guerra acabada, ahora hay más medios para acelerar los trabajos de ingeniería y las investigaciones científicas. El primero que tenga la bomba atemorizará al contrario y gozará de una enorme ventaja política. El secreto fue desvelado también, imprudentemente, durante la campaña electoral a la presidencia, y los científicos atómicos alemanes trabajan ahora contra reloj para intentar alcanzar los avances del equipo internacional de científicos del gran laboratorio de Los Álamos. Estos hombres de América son en buena parte refugiados de la Europa de Hitler, muchos, judíos, y odian a muerte a los nazis. En Europa, los premios Nobel alemanes y nazis Hahn y Heisenberg nunca podrán recuperar el tiempo perdido y acortar la ventaja que ya han tomado los científicos que trabajan en Estados Unidos.
Como alternativa a la invasión directa de Argentina, gobernada por una dictadura militar populista, al estilo de las de Franco o Antonescu, los norteamericanos prueban promover una democracia más pluralista, garantista y con contenido social. Regímenes menos corruptos, parlamentos más activos, más justicia, igualdad, libertad y educación, como en Estados Unidos. Ciertamente, eso es difícil de lograr mediante la mera influencia política indirecta, pero, si no se obtienen resultados significativos, la única opción viable será la ocupación militar. El populismo argentino pretende emular a Mussolini, ¿contará con apoyo de las masas suficiente para sostener una guerra? El régimen brasileño, pronorteamericano, experimenta ciertas mejoras y tal vez parezca suficiente si se reconduce hacia fórmulas democráticas y con medidas de política social activa. Tal vez, si cunde el ejemplo, al pueblo argentino (o chileno o colombiano) no le valga la pena una guerra.
El 24 de marzo de 1945, muere Roosevelt, exhausto. Kennedy es ahora Presidente y nombra a Harry Truman su Vicepresidente (Joe Kennedy sabe que la opinión pública le considera demasiado pequeño en comparación con el gran Roosevelt como para ser Presidente en solitario). La muerte del carismático Presidente se siente como una nueva derrota puesto que los nazis la toman también como una victoria: a nadie se le escapa que el viejo enemigo había sido herido anímicamente por el revés militar. Aunque diplomáticamente envía sus condolencias, en privado Hitler se solaza de que, de sus tres enemigos, a uno lo ha humillado convirtiéndolo en su vasallo (Stalin), a otro lo han desterrado (Churchill) y el tercero acaba de morir...
Durante el mes de abril, las divisiones norteamericanas van desembarcando en Brasil, desde donde se prepara una guerra contra Argentina. Y durante ese mes de abril, el servicio secreto norteamericano (ahora se llama CIA) le da a Kennedy una buena noticia que en parte compensa el revés que ha supuesto el fallecimiento de Roosevelt: se sabe ahora que Adolf Hitler padece la enfermedad de Parkinson
y no parece haber entre sus secuaces un sucesor claro, pues Hermann Goering se encuentra en un lamentable estado de apatía, Albert Speer -actualmente en exilio interno- carece de la ferocidad exigida por los nazis y Himmler es considerado un fanático por el estilo de los antiguos comunistas. Tal vez los generales alemanes (Rommel, Manstein, List, Kluge...) intenten restaurar un régimen autoritario de corte clásico, e incluso pueden restaurar la monarquía (el hijo del último Kaiser vive discretamente en Alemania, no ha renunciado al trono y tiene sesenta y dos años). Más probablemente los aspirantes a caudillo acabarán matándose entre sí
. Demasiada victoria para una colección tan ruin de ambiciosos.
De momento, sin embargo, los nazis van haciendo preparativos para una posible invasión de Inglaterra. Como los franceses se niegan a prestar sus costas y aeródromos para semejante empresa, los nazis utilizan las costas belgas y holandesas. Puede ir en serio o no, pero la amenaza planea sobre el sur de Inglaterra, algo que los nazis consideran que les será siempre ventajoso. El pretexto es el arma atómica: se han presentado peticiones a Estados Unidos de crear un organismo internacional que garantice la prohibición de armas de un poder destructivo tal que pudiese extinguir la vida en todo el planeta. Los alemanes ya han hecho ver que, para caso de que no se atiendan a sus razones, exigirán bases militares que cubran todo el Atlántico (lo que incluye Gran Bretaña) para garantizar la seguridad de Europa y el mundo. Y, mientras tanto, con la primavera ya han forzado a Suecia a permitir la instalación de bases militares alemanas en su suelo. En cuestión de meses urdirán cambios políticos internos en el país que acabará llevándolo a una anexión gradual al Reich. Poco les importa a los nazis que en un 90% los suecos detesten su ideología totalitaria: el pueblo sueco pertenece, desde el punto de vista nazi, al patrimonio racial ario irrenunciable. En Suiza es posible que opten por una invasión aerotransportada repentina en cuanto llegue el verano.
Este conflicto de rumores, cálculos estratégicos y veladas amenazas permanece en suspenso a la espera de las elecciones parlamentarias británicas, que finalmente tienen lugar en abril de 1945, las primeras desde 1935. Sorprendentemente, y a pesar de los visibles preparativos nazis para una invasión, los laboristas han ganado. Ellos, que apostaron por los perdedores soviéticos durante la guerra, han recibido el apoyo del pueblo. La propaganda antinazi ha calado en las tradiciones democráticas y humanistas británicas. Los conservadores, los que aceptaron el trato del cese de los bombardeos aéreos a cambio del cese de las bombas volantes, los que expulsaron a Churchill del país, han sido derrotados. Clement Attlee será el nuevo primer ministro, para consternación del rey Eduardo y de la minoría británica pronazi (un 10 % del voto, pero sin representación en el parlamento).
Hay rumores de que algunos generales, con Bernard Montgomery al frente, podrían actuar con el apoyo del rey Eduardo, pero no hay forma de hacer comparable un golpe militar de estilo balcánico en Gran Bretaña a la vieja figura de Cromwell. Y Kennedy apoya ahora a los laboristas. Los fascistas británicos entonces esparcen el rumor de que será mejor que intervenga el ejército británico a que Hitler desembarque en las playas. Este interesado derrotismo es contestado por el pronunciamiento público de miles de oficiales veteranos de la guerra: Hitler nunca podrá cruzar el canal y, si lo intenta, será derrotado. Se recuerda que Rommel no pudo tomar Basora. Comienza una campaña de prensa para obligar a Montgomery a dimitir de sus altas responsabilidades dentro del Ejército. Al otro lado del Atlántico, el gobierno Kennedy asegura que mantendrá sus fuerzas en suelo británico y que el gran poder aeronaval norteamericano no dejará de apoyar a Gran Bretaña. Apenas si se menciona la amenaza de los nazis de violar el Tratado de Dublin, ¿alguien puede tomar en serio los compromisos públicos de Hitler a nivel internacional?
El hecho es que, si Inglaterra es invadida en el verano de 1945, el siguiente objetivo nazi puede ser, para el verano de 1946, la invasión de Norteamérica desde las posiciones del Eje en Siberia Oriental...
A finales de abril, los nazis dan un ultimátum: o se firma un nuevo Tratado que excluya las armas nucleares o invadirán Inglaterra. Ahora los preparativos de invasión van en serio e incluso el gobierno francés recibe fuertes presiones para que no los obstaculice. Se cree que el desembarco alemán puede producirse a primeros de junio.
Por fin, el 16 de mayo de 1945, un Kennedy nervioso, que lleva levantado desde la madrugada, recibe una llamada desde Nuevo México que estaba esperando desde hacía meses. Toma el teléfono su hijo John, convertido en uno de sus ayudantes. Se lo pasa a su padre. El que habla es el general de ingenieros Grooves.
La prueba del arma atómica ha sido un éxito. Pueden destruir Berlin de un solo golpe si es necesario.
Joseph Kennedy respira: ahora no va a desaprovechar la ocasión. La prensa informará inmediatamente del poder del arma atómica. No hará falta una guerra en Sudamérica, ni ha de temerse un desembarco alemán en las playas inglesas, porque ni Rommel, ni Manstein, ni List, ni ningún otro de los generales de Hitler podrá enfrentarse a un rival semejante.
Sin embargo, los preparativos de la invasión están listos y las primeras dos bombas atómicas que se han construido para ser lanzadas desde aviones B-29 siguen en Nuevo México. El día 18 de mayo se ha hecho pública la prueba. La inteligencia aliada sabe ahora que el día previsto para el desembarco nazi en las costas inglesas será el 6 de junio. Aún suponiendo que las bombas pudieran hacerse llegar a algún aeródromo norteamericano en Inglaterra, ¿habría opción para que fuesen utilizadas? Los alemanes cuentan con misiles que pueden ser lanzados desde submarinos. ¿Qué tipo de represalias podrían llevar a cabo contra las ciudades norteamericanas de la costa este?, ¿armas químicas, bacteriológicas?
Ooo
La primera prueba de una bomba atómica tuvo lugar el 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México. En esta historia la prueba se adelanta dos meses, de la misma forma que es lógico que la urgencia de la situación bélica habría hecho que muchas divisiones norteamericanas llegasen al frente con varios meses de anticipación con respecto a cuando lo hicieron en la realidad. Aparte de la urgencia, ha de tenerse en cuenta que, al haber cesado las operaciones bélicas en diciembre, el esfuerzo económico norteamericano puede concentrarse más en el proyecto Manhattan, lo que permitiría algún adelanto en los trabajos.
Aunque en esta historia la guerra ha terminado unos días antes de la Navidad de 1944, se hace necesario un epílogo que enlace con uno de los hechos tecnológicos más decisivos de la historia universal, como fue la invención del arma atómica. No es concebible que el curso de la historia a partir de julio de 1945, en la realidad, hubiese sido el mismo de no haberse fabricado este arma. Lo mismo habría sucedido en esta historia alternativa.
En la realidad, y gracias, entre otras cosas, a su eficiente servicio de espionaje, los rusos lograron su propia arma atómica en 1949, solo cuatro años más tarde que los americanos (y los norteamericanos desaprovecharon esos cuatro años en que pudieron haber ejercido la supremacía efectiva en el planeta). En esta historia alternativa, considerando que Hitler y su vasallo Stalin hubieran reunido sus recursos para el mismo proceso industrial, así como la valiosa aportación de los espías soviéticos (más tarde ex-soviéticos) que estaban dentro del mismo "Proyecto Manhattan" y considerando la brillantez de los científicos alemanes y los medios económicos de los que hubieran dispuesto, se podría especular con que los nazis obtuvieran la bomba atómica quizá todavía antes, quizá en 1947, pero, en cualquier caso, el factor esencial es que los americanos siempre la habrían obtenido primero (existiría, eso sí, la posibilidad de que, debido a que la construcción del arma atómica hubiera sido desvelada durante la campaña electoral norteamericana de 1944, los nazis intentaran forzar a que se erradicase ese tipo de armamento de forma parecida a como se evitó el uso de las armas químicas...).
Algunos han especulado con que una victoria nazi hubiera alentado los peores instintos de los plutócratas del capitalismo anglosajón. Sin duda esas tendencias hubieran sido apreciables. En esta historia, vuelve el reaccionario y emocionalmente inestable rey Eduardo al trono británico, y el general Mac Arthur refuerza sus tendencias cesaristas, pero la especulación contrafactual no es la ciencia-ficción, y todo hace pensar que el humanismo liberal de las democracias anglosajonas tiene profundas raíces, y por eso Joseph Kennedy no se comporta como un malvado (pese a que sabemos que su biografía tiene bastantes puntos oscuros) y en Gran Bretaña los laboristas ganan igualmente las elecciones.
Será una Guerra fría sin comunismo, es decir, sin contenido social. La cuestión que agita los conflictos políticos no se daría en torno al reparto de la riqueza, sino en lo que se refiere al mismo concepto de relaciones humanas a nivel político. Los nazis habrían logrado construir una imagen aterradora de la supremacía racial. A diferencia del comunismo soviético en la realidad, no hubieran tenido nada que ofrecer a los pueblos de la esfera de influencia estadounidense. A lo más, hubiera inspirado a algunos caudillos, pero no a las masas de desfavorecidos, como en la realidad sí logró el comunismo.
Es posible que, en estas circunstancias, los norteamericanos hubieran reforzado su misionerismo democrático. En la realidad, la Guerra Fría buscaba reprimir el comunismo, y no tanto promover la democracia. Para reprimir el comunismo, los Estados Unidos apoyaron dictadores corruptos y sin escrúpulos en Indochina o en Sudamérica. En esta historia, para reprimir el caudillismo antinorteamericano inspirado en Hitler, Mussolini o Franco, los norteamericanos promoverían la democracia, porque el caudillismo no tiene mucha ideología que pueda competir contra las promesas capitalistas.
Explicándolo de otra manera: en la realidad, el comunismo prometía a las masas empobrecidas un inmediato reparto de recursos económicos asociado a una profunda emoción de desquite dignidad- contra los opresores; contra esto, el capitalismo liberal no podía ofrecer mucho: las reformas necesarias que permitieran el avance social llegaría, en el mejor de los casos (Corea del Sur, por ejemplo), en décadas. Es mucho más difícil demostrar que una política honesta de créditos puede ayudar al desarrollo de los míseros granjeros que el que la promesa de un rápido reparto de tierras a cargo del partido comunista que acaba de tomar el poder muestre sus atractivos.
Pero en esta historia alternativa, los caudillos antinorteamericanos inspirados por Hitler no iban a hacer repartos de tierras. Simplemente les prometerían un gobierno fuerte, un orden eficiente y mucho orgullo nacional. Recuérdese el fracaso en España del mensaje social de Falange, que no tuvo eco alguno entre las masas obreras. Cierto que Hitler y Mussolini sí lograron algún apoyo popular, pero no vino tampoco de los sectores obreros, sino de la pequeña burguesía, y estuvo apoyado por los intereses de los poderosos. Y en esta historia alternativa, quizá la pequeña burguesía apoyase a los caudillos, pero esta pequeña burguesía era escasa y débil en Vietnam o en Brasil, mientras que los poderosos preferirían siempre hacer negocios con Estados Unidos que con el Eje, y las masas, desde luego, no iban a verse muy entusiasmadas por lo que unos caudillos de tipo fascista les pudieran ofrecer.
El caso de Francia sería el más difícil ¿triunfa el fascismo francés o los franceses mantienen sus tendencias republicanas y sus simpatías por los Estados Unidos? ¿Triunfa una alianza tecnocrática entre el ministro alemán Speer y el ministro francés Bichelonne (incluso aunque ellos personalmente caigan en desgracia)? ¿La restauración de la monarquía en Francia y la compatibilidad en Italia de fascismo y monarquía, acaban llevando a la restauración monárquica también en Alemania (y en España)?
Queda el asunto de la salud de Hitler. Aunque nunca se podrá saber con certeza, Hitler padecía Parkinson y, por tanto, es probable que hubiese muerto -o hubiese quedado incapacitado- antes de 1950. Sin Hitler, el III Reich se descompondría. Entraría dentro de lo posible que se desencadenase una guerra civil entre el sector conservador tradicional (aderezado por la tecnocracia y tal vez por el monarquismo) y el fanatismo racial de las SS. Nadie iba a olvidar la forma en que en 1934 Hitler se deshizo de la organización de masas de la SA: si se da la oposición, posponer el enfrentamiento perjudicaría sobre todo a quienes se enfrenten al poder.
En cualquier caso, el horror del Holocausto no puede pasar desapercibido. La propaganda angloamericana acabaría llegando hasta el último rincón de la Gran Alemania. Hitler, probablemente, lo reconocerá con su arrogancia y cinismo habituales, y cuando pase la borrachera de la victoria, Europa iba a ser consciente de lo que se había hecho. En la realidad, el comunismo soviético se derrumbó en 1989. Quizá la criminalidad nazi se revelase antes. Quizá, incluso, la democracia norteamericana se hubiera perfeccionado antes.
Este espacio presenta, en forma de blog, una historia alternativa acerca de la segunda guerra mundial en la cual las fuerzas militares lideradas por Hitler logran hacerse con el triunfo, imponiendo un régimen de terror y crimen a la mayor parte del planeta. Se han escrito muchas historias parecidas, pero la que se presenta aquí es diferente por poseer una mayor verosimilitud y porque tiene por objeto cuestionar el uso indebido de las interpretaciones deterministas de la historia.
determinismo
El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.
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Simplemente felicidades una de las mejores historias alternativas que he leído y desde el planteamiento ha sido genial, una fortuna haber encontrado este blog.
ResponderEliminarGracias. Y lo mejor es que construirla no requiere más que el uso de medios de los más sencillos. Es como hacerse un rompecabezas interminable y de paso se aprenden cosas sobre historia. Animo a otros a que desarrollen juegos parecidos exponiéndolos públicamente.
ResponderEliminarUna excelente historia alternativa, te felicito ¿Crees que Goebblels podría estar entre las opciones para suceder a Hitler ademas de Goering o Speer?
ResponderEliminarLamento decir que carezco de datos al respecto. A mí me parece que Goebbels no tenía mucho poder directo. En esta historia trato de fijarme en suponer que quien tiene el control efectivo sobre los recursos es quien puede ejercer el poder. Por eso, por ejemplo, he hecho a Indalecio Prieto presidente de la República española... porque tenía el control sobre los exiliados en México. A la muerte de Hitler (que creo que, según su historial médico, hubiera podido producirse antes de 1950) el enfrentamiento lógico hubiera sido entre las fuerzas armadas: el Heer contra las Waffen-SS. No me parece que Goebbels hubiera tenido influencia directa sobre este poder tan rotundo. Además, tampoco veo a Goebbels como un mediador. Pero a lo mejor me equivoco.
ResponderEliminarGracias por la respuesta :)
EliminarA mi juicio tienes razón y lo valoras bien: ni Borman, ni Goebbles, ni ningún Gauleiter ni Speer o Goering tenían poder efectivo: todo dependía de su relación con Hitler. Y él estimulaba esta situación de guerra perpetua (se forman hasta ententes entre ellos para pelear con los otros, lo cuenta Goebbles en su diario)concediendo algo a unos, ora a los otros
EliminarAl final hubiera sido Himmler (SS) contra el Herr, los poderes efectivos. Creo que es correcto
Saludos
Excelente este capítulo y a mi juicio muy bien enfocado desde un punto de vista realista en cuanto a la evolución teórica de los 2 regímenes opuestos
ResponderEliminarSolo me queda una duda especulativa : sabemos que los avances sociales se consiguen en Occidente para derrotar al comunismo. Se comenta mucho entre economistas actuales que el Estado de Bienestar está sentenciado simplemente porque ya no es útil mantenerlo frente a nadie (portura que comparto)
Especulo: sin un comunismo enfrente, ¿hubiera sido posible como expones esa profundización en los avnaces sociales en EEUU?
Ahí lo dejo
Saludos y excelente este capítulo
Bueno, pues es el último capítulo y deja un poco el final abierto sobre si invadirían los nazis Inglaterra o no (¿guerra de continuación?). Añadí esa incógnita por si me daba por escribir otro "anexo" sobre la invasión de Inglaterra. De momento no lo estoy haciendo...
Eliminar¿Sin el comunismo, los países capitalistas hubieran seguido haciendo avances democráticos y sociales?
Bueno, el hecho es que en 1914, cuando estalla la I guerra mundial, no existía ningún estado comunista, y todos los estados capitalistas ya estaban llevando a cabo avances de ese tipo (ampliación del derecho al voto, más periódicos, protección de los trabajadores, seguridad social...). La I guerra mundial fue más bien estúpida y podía no haber tenido lugar, ¿y si la "belle epoque" se hubiera prolongado más allá de 1914? Quizá hubiéramos tenido la revolución hippy en 1940 y no en 1960, jeje...
Bueno, pues saludos a todos y aquí sigo, dándole vueltas a la misma historia...
Pues sí, muy buena respuesta
EliminarOjalá sigas escribiendo. Qué bueno tu trabajo!