determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 22 de julio de 2014

29. Navidad de 1943




   Hitler pasa la Navidad de 1943 en el "Berghof" de Berchtesgaden. Allí departe tanto con sus íntimos como con las altas autoridades del Estado y de las fuerzas armadas (que son más bien los mismos). Mientras tanto, en Berlín la población civil sigue soportando la obstinada campaña británica de bombardeos aéreos masivos. Esto disgusta a Hitler, pero en modo alguno va a hacer que se detraigan por ello aviones y pilotos de las operaciones ofensivas victoriosas a fin de emplearlos en la defensa de las ciudades (tampoco lo hizo Churchill cuando, antes de la invasión de la URSS, eran las ciudades británicas las bombardeadas). Hitler ha conquistado Bagdad, ha destruido otro ejército británico y para los primeros meses de 1944 tiene planeados más movimientos ofensivos, más conquistas. Para la venganza en el frente aéreo todavía tendrá que esperar al verano próximo, y esa venganza llegará y estará a la altura de la ira del Führer. Hasta entonces, la población alemana tiene que soportar este y otros sacrificios. Desde el punto de vista de Hitler, no es malo que todos los alemanes, y no solo los soldados, asuman la dureza de las condiciones bélicas. Hitler es consciente de que, pese a los bombardeos aéreos sobre Alemania, la guerra está prácticamente ganada y cree que el pueblo alemán debe formarse moralmente para gobernar la mayor parte del mundo cuando llegue la victoria.

  De eso habla con sus invitados. Goering y Milch le aseguran que el rearme de la Luftwaffe va según lo previsto a partir de las decisiones tomadas en agosto, cuando el desastre de Hamburgo: miles de jóvenes pilotos se entrenan en las apacibles costas del Mediterráneo y las fábricas sacan provecho de los nuevos recursos conquistados en mano de obra y materias primas, de modo que habrá siete mil aviones producidos al mes en junio de 1944: cuatro mil alemanes y los demás de las otras naciones del Eje (sin contar a Japón). También siguen adelante los proyectos de nuevas armas de poder espectacular: los cohetes y los cazas a reacción, sobre todo. Hitler ha aceptado que el nuevo avión a reacción Me-262 se prepare como avión de caza a pesar de su elevado consumo de combustible. Necesita cazas para sus acciones ofensivas. Si solo se tratase de responder a los bombardeos con represalias tal vez lo hubiese preferido como bombardero (en contra de la opinión de la Luftwaffe), pero para el verano de 1944 hay pendientes unas cuantas ofensivas…

  Entre los invitados de Navidad en Berchtesgaden está el austero mariscal Hausser, comandante de las Waffen-SS. Es objeto de especiales deferencias. La prensa nazi lo ha convertido en el gran héroe de la batalla del golfo Pérsico (a él, y no a Rommel). El empuje y sacrificio de los fanáticos SS lograron traspasar la muralla de fuego aéreo y artillero de los norteamericanos. Rommel y sus árabes solo habrían explotado la victoria de estos hombres escogidos.

    Hitler le explica a Hausser que los Waffen-SS han cumplido con creces sus expectativas. Le anuncia que su siguiente campaña será la conquista de Moscú, en la cuarta y última campaña de verano contra el coloso ruso. Y para ello no se empleará solo un Cuerpo Panzer SS, sino todo un Ejército Panzer SS a cuyo mando, por supuesto, estará él. Hitler ya lo ha diseñado en su imaginación: contará con dos Panzerkorps, al mando de los generales nazis Dietrich y Bittrich. El primero (Dietrich) incluirá a los veteranos de las divisiones Leibstandarte, Das Reich y Totenkopf. El segundo (Bittrich) incluirá las nuevas tres divisiones que han permanecido todo el verano del 43 en la zona del Canal Inglés (aunque no en territorio francés): las divisiones Frundsberg, Hohenstaufen y Hitlerjugend. También habrá dos cuerpos de infantería motorizada. Piensa que en uno de ellos podrían estar las divisiones Polizei, Wiking (con nazis escandinavos) y estoniana. En el otro estarían la división Nord (con alemanes oriundos -Volksdeutsche- de Centroeuropa), los letones (quizá con un regimiento o batallón georgiano) y la división Charlemagne de franceses. Le explica a Hausser el valor político de incorporar franceses en el ejército Waffen-SS: con ello amenazará a los petainistas en el frente interno con vistas al fin de la guerra. Hitler ha hecho ascender al coronel francés Puaud al grado de general, con mando de división, considerándolo un amigo de Alemania. A Hitler no le ha gustado el movimiento de los petainistas de convocar elecciones parlamentarias con vistas a la restauración de la monarquía. No teme a los franceses militarmente, por supuesto, pero sí la influencia política que su conservadurismo pragmático puede tener sobre los conservadores y monárquicos alemanes. Con todo, reconoce que las tropas francesas -y no solo las de la división "Charlemagne"- son de las mejores entre los no alemanas del Eje y si, como parece, Petain va a formar un cuerpo de ejército completo para la batalla final de Moscú, sería absurdo no emplearlo allí donde sería más útil.

General Edgar Puaud, comandante de la división de voluntarios franceses Waffen-SS "Charlemagne"

     La ofensiva final contra Moscú marcará un gran avance en la unidad de los pueblos arios. Hitler tiene datos indicativos de que muchos jóvenes arios no alemanes quieren participar en la lucha final contra el comunismo. Ya están acudiendo a los cuarteles en Alemania para comenzar su preparación. ¡Quizá pueda añadir otro cuerpo de infantería al Ejército de las SS! Contará, al menos, con veinte mil holandeses (una división entera), diez mil suecos y otros veinte mil más entre flamencos, valones, daneses y noruegos. También espera reunir a cinco mil suizos. Los gobiernos suizo y sueco, a pesar de su arrogante neutralismo, no han podido oponerse a que acudan los voluntarios a las oficinas alemanas abiertas en Zürich o Estocolmo para hacer los trámites previos a su ordenada partida hacia los campos de adiestramiento alemanes. Esos jóvenes podrán después tener un papel relevante en la nueva Europa. También quiere reclutar otros treinta o cuarenta mil balcánicos para esa batalla final. Una división de croatas y quizá otra de albaneses, y contingentes serbios y griegos. Y se va a reclutar voluntarios anticomunistas entre los prisioneros de guerra aliados. Hitler ya sabe que va a contar con un batallón de sudafricanos, alrededor de un millar de ellos, pero espera conseguir asimismo entre mil y dos mil hombres más entre estadounidenses, canadienses y británicos. ¿Por qué no? ¡Hay que pensar en el futuro!

    Para Occidente se comenzará a formar un tercer Panzerkorps SS que tiene que estar listo para el verano, tomando el lugar del anterior en el canal inglés. Las nuevas divisiones se llamarán Horst Wessel, Reichführer y Nederland -con voluntarios holandeses y flamencos-. Es probable que no tengan oportunidad de entrar en combate. La ofensiva contra Moscú aniquilará finalmente a los rusos, y los americanos se retirarán antes de las elecciones presidenciales. Con todo, se ha debido disminuir el número de exenciones a los varones alemanes a fin de reponer las bajas y complementar las tropas alemanas: cada vez hay más divisiones norteamericanas y los rusos, por su parte, están haciendo su último esfuerzo de movilizar a las reservas para la última batalla. Hitler es consciente de que sin las victorias de 1942 nunca hubiera podido conseguir que se le incorporaran a sus fuerzas, en valiosas funciones auxiliares, cientos de miles de árabes, turcos o españoles. Sin estas tropas nunca hubiera podido plantar cara a los aliados a estas alturas por mera falta de efectivos alemanes suficientes. Pero la guerra llega al final, y las victorias de entonces dan su fruto al cabo.

  Con Albert Speer Hitler trata acerca de los temas económicos. Recomienda a Speer que no confíe demasiado en los franceses, cuyo renacimiento industrial parece entusiasmar mucho al joven tecnócrata. Speer asegura, sin embargo, que los franceses serán capaces de fabricar mil quinientos aviones al mes a partir del próximo verano. Y buenos aviones. La agricultura, la industria pesada, la construcción naval y de automoción, todos los sectores de la economía francesa están en marcha, de modo que esta potencia industrial contribuirá de forma efectiva a la nueva Europa de Hitler. Speer también está satisfecho con los españoles: proporcionan mano de obra, y sus ciudades, sobre todo Barcelona y Valencia, acogen ya a gran número de industrias auxiliares alemanas en una región de climatología benigna y alejada de las incursiones de los bombarderos británicos. A nivel alimentario, el racionamiento sigue siendo severo en toda Europa, pero la situación no es peor que en el verano de 1942, y sin duda mejorará mucho tras la cosecha de 1944; la agricultura ucraniana, en particular, está rindiendo ya lo suficiente como para abastecer de alimentos a todas las tropas del Eje en el Ostfront. Y aún sobra para enviar a Alemania.

   Hitler le recuerda a Speer que para las campañas de conquista en África y Asia será necesario producir gran número de vehículos de transporte. Para el verano de 1944 no faltará combustible para hacerlos funcionar.

  Hitler está pendiente de todo y se siente preparado para vivir un año glorioso, de espectaculares victorias, muy lejos ya de las angustias de finales de 1941, cuando los rusos los detuvieron frente a Moscú justo al tiempo que los norteamericanos entraban en la guerra (y también al tiempo que, por primera vez y debido a la falta de suministros, Rommel era derrotado por los británicos en África). Asegura a sus invitados que, una vez cumplida su misión de conseguir la gloria para su pueblo, ansía dedicarse a la protección de las artes. Recuerda sin embargo que tendrá que dedicar algún tiempo a la reorganización política de Europa y a la reorganización de la sociedad civil alemana.

  Hay otras cuestiones políticas que juzga graves y no comparte con los invitados. A solas con el Reichsführer Himmler se informa de cómo va la solución final del problema judío. Hubo un retraso en la limpieza de los guetos polacos a partir del verano de 1942 (la “Aktion Reinhard”) debido a la puesta en libertad de los prisioneros franceses y la consiguiente necesidad de trabajadores judíos para sustituirlos. Pero el problema ya está superado: para el verano de 1943 los trabajadores españoles, egipcios, turcos y muchos eslavos han reemplazado no solo a los franceses, sino también a los judíos. Polonia ya está libre de judíos. Incluso en centros industriales como Auschwitz, en Polonia, ya no queda prácticamente ninguno.


                                                     Heinrich Himmler

  Himmler expone el caso de que algunos industriales alemanes se han quejado de que se les arrebate sus esclavos judíos, reemplazándolos por prisioneros rusos, civiles polacos o peones egipcios. ¿Es posible que la malevolencia judía haya llegado al punto de manipular la voluntad de buenos alemanes al crear relaciones de apego? ¡Un buen ejemplo más de la peligrosidad de la perversa raza judía!

  Pero el Führer no está satisfecho con la limpieza de judíos solo en Alemania, Polonia, Rusia y Rumanía. Antes de que acabe la guerra quiere eliminar a todos los judíos de Europa. Le explica a Himmler que deben presionar a los húngaros y búlgaros. Los gobiernos de esos países se resisten a tomar medidas de deportación, las únicas viables. ¡Cuando los árabes y los turcos están respondiendo tan bien a las indicaciones alemanas al respecto!

  En cualquier caso, para la primavera de 1944 Hungría y Bulgaria deben deshacerse de sus judíos (quizá medio millón). Himmler debe preparar un buen equipo de hombres para hacerse cargo de las operaciones de deportación desde esas naciones extranjeras.

  Una vez Hungría y Bulgaria hayan sido forzadas a entregar los judíos, Hitler convencerá a los franceses e italianos también. En este asunto, está satisfecho con los españoles. Allí hay más gitanos que judíos, pero los españoles se muestran muy orgullosos de haber sido un pueblo pionero en la búsqueda de la pureza racial ya desde los tiempos de Cristóbal Colón, y en consecuencia no han dejado de atender las recomendaciones de deportar sus minorías, con lo que de paso se contribuyó algo a disminuir el consumo de alimentos.

  Tras los necesarios apartes con sus más cercanos colaboradores, Hitler se muestra conmovido ante sus invitados cuando les dice que será la última Navidad en guerra. Y es que el hombre de auténtico genio se crece en las angustias de la lucha. Cuando la guerra acabe ya no podrá vivir tales sensaciones supremas. Tarea de todos será lograr que al menos su recuerdo perdure en la juventud de Alemania.

  Mientras tanto, en Bagdad, el mariscal Rommel pasa unas Navidades íntimas con su esposa y su hijo. Se siente dolido de no haber sido invitado a Berchtesgaden, pero él es sobre todo un militar y debe obedecer. Ya ha conquistado mucha gloria, ciertamente. Sospecha que no tendrá ocasión de derrotar a Eisenhower, arrinconado en Basora. Su enemigo americano ha creado una incomparable barrera defensiva de aviación y artillería, y Rommel sabe que los planes de conquista para el nuevo año no incluyen la aniquilación del bastión de Basora y el Golfo Pérsico. El Panzer Armee Asien (“Rommel Panzerarmee”, lo llama todo el mundo) probablemente ya no se verá envuelto en más batallas. Su tarea es forzar a los americanos a concentrar todos sus recursos en la zona, mientras otros generales alemanes obtienen más victorias periféricas en otras regiones.

   Y muy lejos de los nostálgicos soldados norteamericanos que se amontonan en las costas del Golfo Pérsico, en Washington, el presidente Roosevelt recibe diariamente las noticias que le envía su comandante en jefe Eisenhower desde esa parte del mundo. Éste informa de los esfuerzos que se hacen para evitar la caída de la moral de las tropas. Para ello, hacen alarde de la abundancia de sus recursos: constantemente llegan nuevas unidades de refuerzo americanas y barcos y barcos cargados de material.

   El puerto de Basora, por supuesto, no puede asumir semejante tráfico, de modo que se están usando los puertos persas que se acondicionan lo más rápidamente posible. Los de Khorramsar y Bushire son los principales, pero, aparte de potenciarlos, los aliados deben crear otros nuevos. A partir de diciembre llega un promedio de dos divisiones norteamericanas al mes a la zona. Pero llegan mal, mal equipadas, mal entrenadas y resulta difícil desplegarlas en la región de Persia y sur de Irak. De todas formas, el esfuerzo continúa, y se espera que para la primavera ya estén llegando tres o cuatro divisiones al mes: es imprescindible mantener el Golfo Pérsico.

  La moral no es tan buena como debería. Se dan incluso deserciones de soldados de Nueva York o Nebraska que se pierden en las aldeas persas, con sus armas. Se mantiene ciertamente la disciplina (Eisenhower ha ordenado ya el fusilamiento de algunos desertores), pero es imposible saber cómo evolucionará la situación más adelante. Todos temen a Rommel y a los Waffen-SS.

  Sin embargo, Eisenhower asegura que el honor también existe entre los norteamericanos. La idea de retirarse, de ceder ante los nazis, repugna a la gran mayoría.

  Al Presidente se le envía con regularidad la lista de las nuevas divisiones norteamericanas que se están desplegando en la zona del Golfo Pérsico, tras el breve parón del mes de noviembre debido al apresuramiento anterior de concentrar el mayor número posible de fuerzas ante la inminente batalla. Ahora hay que pensar, más bien, en una férrea defensa, y para ello ya cuentan con:

La 28 de infantería, llegada a Basora justo en diciembre, tras la pérdida de Bagdad.

La 79 de infantería, llegada a puertos persas en torno a Navidad.

La 6 división blindada, que comenzó a llegar cuando la batalla aún no había finalizado.

La 80 de infantería, que se espera para enero

La 88 de infantería, desde las islas Canarias

La 10 división blindada.

  Para febrero y marzo se espera a las 8 y 9 divisiones blindadas, y las 10 y 26 de infantería. La mayoría formarán parte del nuevo 3 ejército en Persia al mando del general Patton. También llegan divisiones británicas para reconstruir el perdido ejército 9. Los norteamericanos tienen ya tres ejércitos en combate contra los nazis: el 7 en Marruecos, el 1 en el Mar Rojo y el 5 en Irak, y está formándose el 3 en Persia. Se hacen planes para formar otro ejército para África Central, el 9 ejército norteamericano, en previsión de la ofensiva que alemanes y franceses planean para hacerse con el botín colonial prometido en la conferencia de Barcelona.

  A Roosevelt, de toda esta información, la que le preocupa sobre todo es la referente a la moral. Estos jóvenes que llegan a decenas de miles en grandes convoyes de veinte o treinta buques tras dar la vuelta al mundo se encuentran en un territorio extraño y primitivo, caluroso y sucio, rodeados por todas partes del caos de la intendencia militar. El Presidente se hace una idea del cuadro de confusión en el desembarco de los suministros, la inexperiencia de los oficiales y el trauma no superado de la derrota en Bagdad y Mosul. La concentración de armas y recursos puede no ser suficiente para compensar todo esto.

  Para colmo, se están produciendo las defecciones de los aliados. Primero fueron los sudafricanos, tras las elecciones que dieron el poder a los neutralistas, durante el verano. Después, los australianos, con el pretexto de que necesitan a sus soldados para la guerra contra el Japón. Y tras el desastre de Mosul nadie se extrañó que los canadienses se retiraran: habían perdido dos de sus divisiones, más el desastre de Dieppe el año anterior; la mitad de todo su ejército, formado por voluntarios. Los neozelandeses aguantan (sería un desastre en Próximo Oriente perder una división tan buena como la neozelandesa), pero los indios ya empiezan a flaquear.

  De hecho, la 6 división india, capturada en Mosul, se había rendido con relativa facilidad y todo indicaba que la mayoría de sus hombres iban a desertar e incorporarse a las fuerzas indias pronazis que alemanes y japoneses estaban organizando ya desde la primavera de 1941, cuando Rommel comenzó a hacer prisioneros del ejército indio. Los nazis se interesan ahora más por los musulmanes, sikhs y gurkhas que por los hindúes. Informados de las pretensiones musulmanas de formar un estado independiente, los nazis parecen querer provocar ahora más una guerra civil en la India que un movimiento continental por la independencia. En un principio, la Liga Musulmana de la India se había pronunciado como muy leal a los aliados (en contraste con el Partido del Congreso Indio, neutralista), pero la actitud promusulmana de Hitler está afectando también al equilibrio de fuerzas políticas en la India.

  En la Casa Blanca, de entre los colaboradores más próximos a Roosevelt, nadie o casi nadie flaquea. Los aislacionistas están fuera... aunque allí son peligrosos, porque encuentran cada vez más eco y son prudentes a la hora de pronunciarse por una “Paz con Honor”. El Presidente comprende que la gran batalla tiene que darse en la opinión pública libremente expresada en una democracia.

  El Vicepresidente Henry Wallace recomienda que se promulguen leyes de guerra que restrinjan los excesos de los aislacionistas. Es preciso llegar a un gran acuerdo político para sostener una actitud firme por la rendición incondicional del enemigo. Sus planes incluyen explotar el recuerdo de Abraham Lincoln, pero Roosevelt, aunque halagado, sabe también que es una comparación arriesgada porque Lincoln ganó las elecciones de 1864 defendiendo la rendición incondicional de los esclavistas del sur solo porque las batallas de finales de aquel año le estaban siendo muy favorables en la guerra civil.

                                 El Vicepresidente de los Estados Unidos, Henry A. Wallace

  Antes de Navidad, Roosevelt convoca a los principales líderes políticos. Y en contra de la opinión del Vicepresidente, el 22 de diciembre convoca también, discretamente, a Joseph Kennedy, que ahora lidera el grupo de presión "Paz con Honor", abogando públicamente por una paz negociada.

  En el encuentro con el Presidente, el ex embajador trata de mostrarse adulador y obsequioso, pero Roosevelt lo afronta con firmeza: le acusa de que no desea la victoria, sino reivindicarse a sí mismo, para que todo el mundo sepa que acertó en 1939, cuando instó a Estados Unidos a buscar la paz en el mundo separándose de la actitud belicista de los británicos.

  Kennedy replica que ahora no es ésa la cuestión, sino salvar al país de un desastre moral que parece inminente. La guerra de Estados Unidos no es la de Europa, sino la que se libra contra Japón. Es hacia ahí hacia donde debe reorientarse la política de la nación. No será tan malo pactar con Hitler en lugar de con Stalin.

  Roosevelt no es un filósofo, pero aun así tiene cierta visión de la que cree que carece el ambicioso ex embajador y rico financiero:  si Hitler gana, pierde la humanidad, el género humano mismo, no solo los Estados Unidos. Hitler no es Napoleón: Hitler es Atila o Tamerlán. La humanidad retrocederá siglos.

  Kennedy no ceja: es Estados Unidos la vanguardia de la humanidad. Lo importante es que Estados Unidos gane. Si el nazismo es tan perverso como se dice, los años posteriores a la guerra lo llevarán a su propia perdición.

  El Presidente no quiere seguir discutiendo ese tipo de temas. Por encima de todo, le señala a Kennedy que hay que evitar la división social en Estados Unidos entre partidarios y opuestos a una paz negociada.

  Entonces Kennedy propone una solución: que sean los altos jefes del Estado Mayor los que dictaminen si la guerra puede o no ganarse. No importan las teorías políticas: hay que tener en cuenta, por encima de todo, la realidad de los hechos de armas.

  Roosevelt acepta que no hay alternativa a un enfoque del asunto meramente estratégico, y hace ya tiempo que sospecha que Marshall es privadamente pesimista. Y ese par de chiflados del general Mc Arthur y el almirante King son mucho peores que él, constantemente escatimando los recursos que se envían para enfrentar a los nazis. Para ellos, como para la opinión popular más desinformada, es a Japón al que hay que vencer. De eso no le puede echar la culpa a Kennedy.

   Aquella Navidad Roosevelt tratará de insuflar esperanzas de victoria al pueblo americano, tanto en alocuciones radiadas como en diversos encuentros más o menos privados con personajes influyentes. Recordará cómo están siendo vengadas las derrotas de Filipinas con las victorias que se obtienen en las islas del Pacífico. Estas noticias gustan a la gente. También Bagdad será vengado, pero aquí no tiene éxitos de los que presumir. En lugar de eso hablará de la enormidad del esfuerzo industrial, de los miles y miles de aviones, tanques y buques que están siendo fabricados.

  Es una lástima que no pueda hablar del gran proyecto del arma atómica, al ser éste un alto secreto. Con todo, los cálculos más optimistas hablan de que quizá en el verano de 1945 podrían disponer de una bomba capaz de destruir una ciudad entera. Pero los rusos no pueden aguantar hasta entonces. En cualquier caso, el proyecto “Manhattan” debe continuar: el peligro de que los científicos alemanes desarrollen el mismo tipo de arma antes que ellos es enorme.

  Habrá algo que Roosevelt no podrá decir en público, aparte de ese proyecto armamentístico secreto: que, en su visión, acabar la guerra de otra forma que no sea la rendición incondicional del enemigo será un desastre moral para el pueblo norteamericano. Aunque al principio la gente no sea consciente de ello. En el fondo, Roosevelt envidia a Churchill, que suspendió las elecciones parlamentarias en 1940 (las últimas fueron en 1935... y el Parlamento entonces elegido es el que continúa en activo) y que sigue manteniendo la suspensión mientras dura la guerra. Él no puede hacerlo. 

  Antes de Año Nuevo, el Presidente exige al general Marshall un memorándum definitivo acerca de las expectativas de la guerra para el año siguiente, 1944, el año en cuyo día 7 de noviembre han de tener lugar las elecciones presidenciales.

Ooo

  Las encuestas de las que disponemos nos informan, entre otras cosas, de que en 1941 el 20 % de los norteamericanos quería la paz con Hitler, y todavía más significativo es un sondeo realizado a mediados de 1942 (es decir, en el momento en el que los alemanes volvían a cosechar victorias en Rusia y Norte de África) donde ya es la tercera parte los que quieren la paz con Alemania. Por esas fechas, en agosto (es decir, coincidiendo con el desastre canadiense de Dieppe), el 59 % de los francocanadienses se muestran en contra de la participación de Canadá en la guerra.

  Finalmente, una encuesta de opinión de la revista Fortune demostraba que antes incluso de que cayera Francia, la mayoría de los americanos creía que Alemania iba a ganar la guerra. Sólo un 30,3 por 100 veía alguna esperanza para los aliados. 

  Con estos porcentajes, reales, de entre un cuarto y un tercio de la población norteamericana partidaria de la paz con Alemania debido a los éxitos alemanes en los veranos de 1942 (y al deseo de que se dedicasen todos los recursos a la guerra contra Japón), resulta incluso conservador el panorama que se muestra en esta historia para las Navidades de 1943, cuando los norteamericanos ya han encajado varias derrotas frente a los alemanes e incluso frente a los italianos.

  Que nadie dude de que el ejército angloamericano era inferior tácticamente al alemán. Los desastres de Dodecaneso (noviembre de 1943: 4.000 prisioneros británicos), Arnhem (octubre 1944: 6.000 prisioneros británicos) y las Ardenas (diciembre 1944: 15.000 prisioneros norteamericanos) demuestran bien a las claras que los angloamericanos podían ser derrotados en enfrentamientos locales incluso en una época en la que los alemanes tenían ya perdida la guerra. Los alemanes, en cambio, nunca fueron derrotados por los angloamericanos cuando contaban con supremacía en el escenario general de la guerra, ni siquiera en Noruega y Creta, donde se expusieron a innecesarios riesgos debido al poder aeronaval enemigo. Quizá la batalla "Crusader" en el Norte de África, a finales de 1941, fue la excepción, pues los alemanes retrocedieron ante la ofensiva británica y casi diez mil soldados alemanes (y un número mayor de italianos) hubieron de rendirse... pero esto jamás hubiera sucedido si la fuerza aeronaval británica no hubiese dejado al ejército germano-italiano sin suministros al hundir los buques de transporte italianos. Si contamos con esta información, y dadas las circunstancias mostradas en esta historia (con el Mediterráneo cerrado), es evidente que a lo largo de 1943 se habrían producido graves derrotas aliadas. Entre las circunstancias a tener en cuenta, hemos de incluir que la movilización de las fuerzas terrestres angloamericanas habría sido más precipitada y, por tanto, las tropas habrían llegado al frente todavía peor entrenadas, con mandos más ineptos y sin duda peor equipadas.

  Las divisiones norteamericanas que se mencionan en este episodio para desplegarse en el Golfo Pérsico a primeros de 1944, tuvieron más o menos el siguiente historial en la realidad: 

  La 28 de infantería se formó a mediados de 1942, llegó a las islas británicas para continuar su entrenamiento y participó en la lucha en Normandía, en julio de 1944. En esta historia, se le envía al frente ya en diciembre de 1943. 

  La 79 de infantería siguió un recorrido parecido, no entrando en combate tampoco hasta la invasión de Francia en junio de 1944. En esta historia, llega al frente en diciembre de 1943.

  Otra de las divisiones de la invasión de Francia (junio 1944) fue la 80, que en esta historia llega en enero de ese año al frente.

  La 88 de infantería no llegó al frente de Italia hasta marzo de 1944. En esta historia se la hubiera destinado como defensa de las islas Canarias a primeros de 1943, siendo después trasladada en enero de 1944 al Golfo Pérsico para formar parte del 3 ejército de Patton.

  Para febrero y marzo de 1944 llegan al Golfo Pérsico en esta historia las 8 y 9 blindadas, y las 10 y 26 de infantería. Sus incorporaciones al combate en la realidad fueron más tardías. La 8 blindada no luchó hasta enero de 1945 y la 9 en octubre de 1944 (las dos en el noroeste de Europa). La 10 de infantería (montaña) comenzó a luchar en diciembre de 1944, en Italia, y la 26 en septiembre de 1944, en Francia. Ya antes se ha hecho participar en la batalla del Golfo Pérsico, en noviembre y diciembre de 1943, a divisiones que habrían recién llegado como la 3 blindada y la 4 blindada, y que en la realidad no entraron en combate tampoco hasta el verano de 1944, o la 4 de infantería que en la realidad también entró en combate por las mismas fechas. 

  En total, en la realidad, a finales de 1943 solo nueve divisiones norteamericanos habían entrado en contacto con el enemigo alemán: las seis que participaron en "Torch" (1 y 2 blindadas, 1, 3, 9 y 34 de infantería) y tres que se añadieron después para la lucha en Italia, que fueron la 82 aerotransportada, y las 36 y 45 de infantería. En esta historia, se habrán enfrentado a los alemanes, para estas fechas, aparte de esas mismas nueve, otras doce más (4, 5, 28, 30, 35, 79, 90, 91 y 92 de infantería, más las blindadas 3, 4 y 5).

  Para cualquiera que conozca cómo fue desenvolviéndose el ejército norteamericano en la segunda guerra mundial, quedará patente que estas unidades inexpertas estaban poco preparadas para el combate real a finales de 1943, y eso explica sus escasos éxitos en la campaña de Italia por entonces. Es bastante conservador considerarlas capaces de realizar una resistencia organizada y hasta cierto punto eficaz tal como se muestra en esta historia. Pero siempre hay que contar con los factores de valor que habrían seguido existiendo del lado aliado: el buen equipo, la abundancia de suministros, la abundante artillería y la superioridad aérea. Y, naturalmente, considerar que ahora se enfrentarán a menos divisiones alemanas, ya que, en ciertos escenarios, los alemanes pueden limitarse a apoyar a sus aliados italianos, turcos, árabes o españoles.

  El resultado lógico de esta suma de circunstancias habría sido, en todo caso, una Navidad norteamericana con derrotas, que hubiera supuesto una muy mala forma de afrontar el fin del año previo al periodo electoral de 1944.

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