determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

viernes, 27 de septiembre de 2019

La invasión de Inglaterra

  Durante mil años, ninguna potencia extranjera ha logrado invadir con éxito Inglaterra (el último fue Guillermo el conquistador), lo que siempre dio a los británicos una cierta sensación de invulnerabilidad frente a los poderosos reinos continentales. Aparte del famoso caso de Felipe II y su Armada, los franceses siempre fueron el principal peligro sobre todo durante las guerras del siglo XVIII.

  La especulación de una invasión nazi a suelo inglés (es decir, el sur de la isla de Gran Bretaña) siempre ha resultado seductora. Conocemos hoy con detalle lo que fue el proyecto de invasión del verano de 1940, la llamada "Operación León Marino". El fracaso de la Luftwaffe en su intento de conseguir la supremacía aérea en los cielos británicos canceló el desembarco. En general, se piensa que los alemanes no hubieran tenido éxito porque, aunque hubieran contado con supremacía aérea, nunca habrían reunido una fuerza naval suficiente.

  La historia principal que se narra en este espacio acaba, en su capítulo 47, con el inicio de una cierta "guerra fría" entre las dos superpotencias que habrían pactado el reparto del planeta en zonas de influencia: el Tercer Reich y los Estados Unidos de América. Sin embargo, quedaría un factor inquietante fuera de control: el arma atómica.

  En la realidad, la bomba atómica fue operativa en el verano de 1945 y llegó a tiempo para forzar a Japón a una rendición incondicional sin necesidad de que se llevase a cabo lo que se esperaba sería una sangrienta conquista de las cuatro grandes islas del archipiélago japonés. Para todo el mundo fue una tremenda sorpresa y un "hecho consumado" que condicionó los enfrentamientos políticos entre potencias en adelante. Queda como motivo de reflexión el hecho de que, durante cuatro años, de 1945 a 1949, Estados Unidos tuvo el monopolio nuclear y que podía haberlo utilizado para dominar el mundo (y garantizar una "Pax Americana"); en lugar de eso, fue durante esos años que los soviéticos se apoderaron efectivamente de la mitad de Europa central imponiendo dictaduras comunistas. Y, naturalmente, también aprovecharon el tiempo para, en buena parte gracias al espionaje, construir su propia bomba atómica, lo que abocó al mundo -todavía hoy- a la incertidumbre de un desastre nuclear.

  El curso alternativo que se muestra en la historia que se desarrolla en los 47 capítulos de la narración "ucrónica" de este espacio plantea un escenario del todo diferente al del sorpresivo monopolio nuclear estadounidense: limitados políticamente por las elecciones presidenciales norteamericanas del 7 de noviembre de 1944, los aliados no pueden esperar a que los científicos  saquen adelante a tiempo el formidable "Proyecto Manhattan", la construcción de la "superarma". A la desesperada, Stalin decide hacer público el 16 de mayo de 1944 la existencia de un arma capaz de hacer ganar a los aliados la guerra tan solo si se espera unos cuantos meses más a que esté lista para su uso. Se trata del equivalente a las "armas secretas" que la propaganda del doctor Goebbels aireó en 1944, cuando nadie podía dudar de que el curso de la guerra iba en contra de los intereses nazis. En este caso alternativo, además, destacará el factor de que todo lo que sabe Stalin sobre este arma que construyen los angloamericanos es por sus propias fuentes de espionaje.

  La propaganda soviética mencionará en concreto que se trata de "un arma con poder suficiente para destruir una ciudad entera o un gran objetivo militar equivalente, a un bajísimo costo para sus poseedores".

  Esta noticia trastoca la situación militar y política. En las naciones anglosajonas, donde es imposible controlar del todo la información que divulga la prensa, casi enseguida se afirma que se trata de un arma atómica. En 1944, las personas cultas interesadas en la divulgación científica ya sabían que las reacciones en cadena de los materiales radiactivos puede producir enormes descargas de energía. En la tensa situación de la campaña electoral presidencial, la administración Roosevelt, aunque escandalizada por la imprudente difusión de la noticia, no desmiente que se esté construyendo un arma semejante.

  Siguiendo este curso alternativo, es apenas cuando los partidarios más acérrimos de la lucha contra los nazis han comenzado a hacerse eco de esta posibilidad de victoria en el futuro próximo, que el 13 de junio comienzan a caer las bombas volantes sobre Londres, lo que hace pensar a la mayoría que son los alemanes los más avanzados en la creación de armas revolucionarias, no sobre el papel, sino de forma efectiva. La guerra, por lo demás, está siendo ganada por el Eje en todos los frentes, excepto en el Pacífico.

    Ante las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre, el bando antinazi, liderado por el ex Vicepresidente (dimitido) Henry Wallace, no duda en hablar de la superarma. No se trata de un bluff, afirma el popular político antinazi, sino de una posibilidad próxima que puede cambiar el destino del mundo.

  Mientras tanto, Stalin negocia con Hitler una salida a la guerra que no suponga la destrucción de Rusia. Los nazis se proponen conquistar Moscú durante el verano y dejar una masa de territorio euroasiático entre los ríos Volga y Lena, sin salida al mar y sin comunicación terrestre con naciones no dominadas por el Eje, a modo de "Reserva india" probablemente condenada a decaer por efecto del hambre y las enfermedades. Como moneda de cambio dentro de la negociación, Stalin ofrece a los nazis parte de la información que el espionaje soviético ha conseguido acerca del "Proyecto Manhattan". En reciprocidad, espera mejorar las condiciones de la inevitable rendición rusa.

  Ya cuando sale la noticia, en mayo de 1944, Hitler se la ha tomado en serio e interroga a sus asesores. El influyente ministro de armamento Albert Speer le confirma a Hitler que existe la posibilidad de que se trate de un arma atómica. Los alemanes también desarrollan un proyecto de ese tipo... pero están muy lejos de lograrlo. ¿Los americanos han avanzado mucho más rápido en ese aspecto? Es imposible saberlo. Tal vez el espionaje soviético tenga más datos...

  Durante el otoño de 1944, mientras se desarrollan las negociaciones para un armisticio y un Tratado de Paz que ponga fin a la guerra, Hitler presiona a los servicios de inteligencia nazis para que obtengan información, si bien la inteligencia nazi tiene muy pocos recursos para tal fin. Stalin vuelve a intervenir: los espías soviéticos en Estados Unidos son también presionados para proporcionar toda la información posible y lo que obtienen convence a Hitler de que es creíble que la bomba atómica esté lista para el año próximo. Hitler hará concesiones a Stalin a cambio de que no cese el flujo de información.

  El 22 de diciembre de 1944, con la guerra ya finalizada tras la firma del Tratado de Paz en Dublin (15 de diciembre), Hitler recibe a Stalin en Berlín. El georgiano llega a la capital del Reich victorioso como dirigente vasallo de una "Federación rusa" con capital en Yekaterinburg, en los Urales, poblada por unos cien millones de famélicos habitantes, una especie de "reserva" de seres de raza inferior que, supuestamente, acabará siendo engullida por el III Reich en años sucesivos (tal como acabó sucediendo con los nativoamericanos de Estados Unidos). Pero el trato que recibe de su amo es mejor del que muchos hubieran esperado: Hitler valora la información sobre el proyecto atómico.

  Aunque el Führer está aburrido de la guerra y prefiere dedicarse al grandioso proyecto de construir un Reich de 120 millones de habitantes, anexionando a todas las naciones europeas de raza aria por la fuerza y por coacción, no puede dejar de inquietarse por las noticias sobre el arma atómica. Ha comprobado que Stalin no le engaña, ya que los científicos alemanes examinan los datos que llegan del espionaje ruso y no hay la menor duda: es plausible que para el verano de 1945 los norteamericanos puedan arrasar Berlin de un solo golpe arrojando un explosivo atómico elaborado a partir de mineral de uranio. Y los científicos alemanes están muy lejos de conseguir eso. ¡La superioridad militar mundial conseguida tan duramente por los ejércitos alemanes quedaría en nada!

  Mientras tanto, las relaciones entre Estados Unidos y Alemania no mejoran: los antinazis denuncian los crímenes espantosos que los nazis han cometido, en especial con los judíos. Que Joseph Kennedy sea ahora el Vicepresidente no es tan favorable para el Reich como algunos habían especulado. Kennedy, devoto católico, no simpatiza en absoluto con el nazismo.

  A primeros de febrero de 1945, Hitler resuelve cuál debe ser la postura a adoptar: se hará un llamamiento a la opinión pública mundial en contra del arma atómica. El precedente será el de las armas químicas, usadas durante la guerra de 1914-1918. En la guerra que acaba de terminar, a pesar de su ferocidad, las armas químicas no se han usado. ¡Y las armas atómicas tienen tal poder que serían capaces, simplemente, de aniquilar toda la vida en el planeta!

  La campaña de propaganda tiene algún éxito. Tanto en Norteamérica como en Gran Bretaña se van alzando voces partidarias de evitar que se construyan armas de esas características. Aunque al principio los gobiernos aliados quieren negar la mera existencia del proyecto de armamento, son muchas las fuentes que lo contradicen.

  El 24 de marzo de 1945 muere Roosevelt, lo que convierte a Joseph Kennedy en Presidente de los Estados Unidos. La respuesta nazi es inmediata: con nueva información procedente del espionaje ruso, se hacen públicos datos cruciales sobre el proyecto Manhattan.

  De repente, el mundo sabe que el laboratorio principal se halla en Nuevo México (propiamente, en un lugar llamado "Los Álamos"), que el material atómico se produce en una inmensa factoría en Tennesse (propiamente, en la localidad de Oak Ridge) y que el uranio se obtiene de un yacimiento en Canadá (el Lago de los Osos). Y, además, los nazis conocen los nombres de los principales científicos: Neumann, Szillard, Teller, Bethe, Peierls, Fristch... y todos tienen algo en común: ¡todos son judíos huidos de Europa! (Enrico Fermi es italiano, pero su esposa es judía... y él es masón). La propaganda nazi no tiene duda: la conspiración sionista ha llegado al punto de amenazar al mundo con la completa destrucción como venganza por la persecución de que han sido objeto los judíos.

  El 9 de abril los laboristas ganan las elecciones parlamentarias en Gran Bretaña, para la gran sorpresa de todos. Un nuevo régimen antinazi británico puede ahora ofrecer bases aéreas en suelo inglés para los bombarderos B-29 capaces de lanzar bombas atómicas que destruyan Europa entera.

  El 12 de abril Hitler lanza su ultimátum: exige un acuerdo internacional para el desarme atómico. Los nazis saben que construir estas armas no puede hacerse en secreto, que requiere de procedimientos industriales a gran escala y que, por tanto, la prohibición es factible. Decreta la movilización general del Ejército alemán para realizar una invasión preventiva de Gran Bretaña como forma de dificultar un posible bombardeo atómico de Alemania. Anuncia que, además, ha ordenado a sus militares que preparen el lanzamiento de armas de destrucción masiva alternativas (gases y gérmenes patógenos) como posible represalia contra una bomba atómica. Se insinúa que los ingenieros nazis han diseñado cohetes capaces de ser lanzados desde submarinos o incluso de alcance intercontinental.

  En los días siguientes, varias naciones se adhieren al ultimátum de Hitler: Italia, España, Japón están dispuestos a apoyar la invasión de Inglaterra en caso de que Kennedy no acepte el desarme atómico... y el lanzamiento de armas de represalia contra América en caso de que los norteamericanos se atrevan a lanzar su arma cuando dispongan efectivamente de ella.

  Porque los alemanes ahora ya saben que el arma se va a producir. Puede ser cuestión de semanas.

  A partir del ultimátum, las fuerzas del Eje comienzan los preparativos de la invasión, pendiente de tensas negociaciones diplomáticas, igual que en agosto de 1939. Para Hitler, es un fastidio que el Reino de Francia se niegue a cooperar. El gobierno cuyo primer ministro sigue siendo Pierre Laval (con la aprobación del Rey y el Gran Mariscal, Philippe Petain) apoya la iniciativa para erradicar las armas atómicas, pero no hasta el punto de cooperar en la sangrienta y arriesgada empresa de invadir Inglaterra. La poderosa Marina francesa se retira de la zona del Canal y la también poderosa Fuerza Aérea francesa permanece a la expectativa.

  Por su parte, a mediados de abril la flota italiana sale del Mediterráneo y, pasando por el mismo canal, se establece en puertos del Mar del Norte, lista para cooperar en la invasión si ésta se lleva a cabo.

  El almirante Raeder, el general Jodl y el inevitable mariscal Manstein solo cuentan ahora con las costas belgas y holandesas para organizar el desembarco. A mediados de mayo, toda la región costera de Flandes y Holanda está ocupada por los espectaculares preparativos. A finales del mes, con gran publicidad, llegan, tras atravesar toda Eurasia, los efectivos de la división "Konoe", de la Guardia Imperial japonesa.

  Al otro lado del canal, el gobierno laborista se abre a un gobierno de concentración, en el que el premier Attlee comparte en la práctica el poder con el conservador Anthony Eden. Una vez más, el general Alan Brooke está a cargo del ejército británico. Montgomery, que se había pronunciado públicamente contra el arma atómica, ha sido cesado. Su antiguo subordinado, Dempsey, queda a cargo de las dos zonas costeras donde se considera más posible un desembarco. Estas son, básicamente, los condados de Kent y Essex.  La movilización pone hasta dos millones de hombres (y mujeres) en armas.

   La tensión crece día a día, a medida que aumentan las sospechas de que los americanos están a punto de llevar a cabo su primera prueba atómica. Una prueba que no podrá ocultarse dada la magnitud de la explosión que se espera. El 16 de mayo ésta se lleva a cabo y al día siguiente se publican informes sismológicos que lo denuncian. El Presidente Kennedy decide hacerlo público el día 18 al mediodía, hora de Washington.

  El Congreso norteamericano se reúne de urgencia: Kennedy exige la declaración de guerra al III Reich si no desiste de su amenaza de invadir Inglaterra. En este momento, apenas hay militares estadounidenses en Gran Bretaña y todos saben que si la invasión tiene lugar y se establece una cabeza de puente efectiva no seguirá a ella una guerra larga: o los del Eje son rechazados en las playas o su abrumadora fuerza conquistará todo el territorio británico en cuestión de pocos días, de modo que, en lo que a guerra convencional se refiere, hay poco que los americanos puedan hacer por sus "primos" británicos. Pero, al menos, Estados Unidos debe enviar su Fuerza Aérea (¿y la nueva superarma?) a suelo británico cuanto antes.

  El Congreso rechaza ir a la guerra. Se acepta dar todo el apoyo material posible a Gran Bretaña y se rechaza la destrucción del arma atómica. Se determina el que pueda hacerse uso de este arma más adelante en función de los intereses nacionales de los Estados Unidos. Se dictan medidas de emergencia nacional en los Estados Unidos equivalentes al estado de sitio y una movilización general. Los americanos, de facto, ocupan Islandia y las Islas Feroe... desde donde los aviones B-29 podrían tal vez lanzar una bomba atómica sobre Berlín.

   Una terrible guerra de nervios sigue a estas resoluciones norteamericanas. Hitler está, sin embargo, seguro: va a invadir Inglaterra y ordena a la Luftwaffe que tome las medidas necesarias para impedir un bombardeo atómico. Saben de sobra que los B-29 pueden ir y volver a Alemania desde Islandia, pero mientras más se tarde en invadir Inglaterra, menos tiempo tendrán los americanos para organizar un bombardeo atómico. Se da la orden de evacuación de la población de las ciudades de Alemania hacia zonas rurales. Por otra parte, los científicos alemanes consideran que elaborar el "explosivo" es tan costoso que el enemigo no puede tener muchas bombas disponibles aún. Por otra parte, evacuar las grandes ciudades alemanas solo puede hacerse de forma muy limitada...

  A Raeder y Manstein se les da la orden de desembarcar ya, cuanto antes, en cuanto sea factible en base a los preparativos que se están haciendo. No hay declaración de guerra. El embajador alemán sigue en Londres, supuestamente negociando. Los británicos se comprometen a no atacar unilateralmente Alemania con armas atómicas, pero se reservan su uso en caso de estar en juego la supervivencia de Gran Bretaña (por supuesto, los británicos no disponen de su propia bomba, pero aseguran que cuentan con el apoyo norteamericano). El embajador alemán tiene que fingir que esta propuesta está siendo valorada en Berlín.

  Del lado americano, la desaparición del secreto limita los movimientos. Los militares quieren enviar ya el equipo del bombardeo atómico a Islandia. El problema es que la mera presencia de un B-29 modificado en Keflavik (la base aérea) causaría alarma. En realidad, los B-29 Silverplate modificados para lanzar las bombas están en Nueva Escocia y solo parte del personal especializado ha llegado a Keflavik y bajo fuertes medidas de seguridad. Pero ahora Kennedy está decidido a desplegar el "Grupo aéreo 509" preparado para el bombardeo atómico. Bombardeo que, de todas formas, solo podrá llevar a cabo con autorización del Congreso. El general Mac Arthur, Charles Lindbergh y muchos otros importantes personajes públicos apoyan la prohibición del arma atómica. Todavía más después de conocerse su poder efectivo tras la prueba en Nuevo México.

  El 6 de junio de 1945 es el T-Tag de la invasión alemana. Manstein ha tenido tres meses para prepararla, lo que tampoco es mucho. Sin contar con buenas fuentes de inteligencia dentro de suelo británico, sus oficiales se han guiado sobre todo por las fotografías aéreas. Al igual que en la invasión de las islas Canarias en julio del año anterior, los nazis lo fían todo a la combatividad de sus hombres, es decir, asumen un altísimo número de bajas para alcanzar sus objetivos: crear una amplia cabeza de puente por donde pueda pasar el grueso del Heer. Se trata de cien divisiones alemanas (treinta blindadas) y unas cincuenta de otros países del Eje. Unos tres millones de hombres, como la invasión de Rusia... solo que esta vez la lucha será más breve.

  El día T desembarcan en la costa de Kent (cerca del gran puerto de Ramsgate) seis divisiones escogidas de infantería justo donde se les está esperando. Estas divisiones son dos de las Waffen-SS (Das Reich y Frundsberg), dos del Heer (Gross Deutschland y 28 Ligera), la división anfibia Seelöwe... y la división imperial japonesa Konoe. Por la noche han caído sobre el sur de Inglaterra veinte mil paracaidistas, la mayoría alemanes, pero también italianos, españoles y japoneses. Aparte de capturar algunos objetivos puntuales, su principal función es sembrar el caos en la retaguardia. Al mismo tiempo, caen bombas volantes V-1 y V-2.

  La flota de desembarco ha zarpado de Ostende y Amberes principalmente, escoltada por más de cincuenta buques ligeros, mientras el grueso de la flota alemana, con sus buques capitales (que incluyen algunos de los entregados por los británicos en diciembre pasado como pago de "reparación de guerra"), permanece a la expectativa para interceptar cualquier acción de la aún muy poderosa Royal Navy. Una decena de cruceros alemanes e italianos martillean la costa con sus cañones.

   Ese día precisamente llega la bomba atómica a la base aérea de Keflavik, en Islandia. El general Curtis LeMay ha quedado a cargo de la operación. Ni siquiera se ha determinado un objetivo, aunque Kennedy sabe que solo puede ser Berlin. Los pilotos carecen de experiencia de vuelos de este tipo en el norte de Europa. Y solo tienen dos bombas. Tardarán más de un mes en producir una tercera (cuarta, en realidad, contando la usada en la prueba). Kennedy, en cualquier caso, no puede lanzarla sin autorización del Congreso.

  Las seis divisiones del Eje desembarcan en cuatro playas (la última, muy próxima a Ramsgate) que han sido fortificadas a conciencia, si bien en las últimas semanas se les ha proporcionado a los soldados invasores todo tipo de ingenios explosivos de alta potencia para abrirse paso a cualquier precio. Las piezas de artillería británicas se concentran tanto contra las playas como contra las lanchas de desembarco como contra los buques del Eje que les disparan desde el mar. 

  En el aire, los reactores alemanes Schwalbe (Me-262) son superiores a los Spitfire y Mustang de hélice... así como a los reactores británicos Gloster Meteor. Pero no tan superiores hasta el punto en que puedan impedir que la RAF haga blanco sobre los enemigos desembarcados, las lanchas de desembarco y los buques del Eje que disparan sus cañones.

  Sir Alan Brooke sabe que la cuestión se dirimirá solo mediante la fuerza bruta: no habrá retirada del enemigo, es imposible dado el fanatismo de nazis y japoneses. 

  De oeste a éste, las playas están codificadas como A-B-C-D, pero equivalen a Walmer (al este de Dover), Deal, Sandwich y el sur de Ramsgate. No es el mejor acceso para Londres, pero Brooke sabe que una vez que puedan recibir a las divisiones Panzer (equipadas ahora con enormes tanques Tiger II) cualquier camino les llevará a Londres y hasta Escocia. Hay que aniquilarlos en las playas. La gran duda es cuánto pueden esperar a lanzar las divisiones de blindados británicas. Primero hay que dejar que la artillería "ablande" las fuerzas desembarcadas. Solo entonces pueden lanzar, una tras otra, la totalidad de las divisiones blindadas británicas equipadas en buena parte -pero no totalmente- con tanques Pershing, más potentes que los Sherman, que en la batalla del Golfo Pérsico (diciembre 1943) demostraron ser insuficientes frente a los Tiger. Las primeras en salir serán las divisiones de la Guardia, y las 8 y 10.
  
  Desde las primeras horas la matanza es enorme. Defendiendo el sector de las cuatro playas hay cinco divisiones británicas de infantería de las mejores: las 50, 1, 3, 4 y 78. Pero no deben buscar el enfrentamiento directo. Con todo, el primer contacto se produce en la bahía de Sandwich, donde ha desembarcado la división SS Frundsberg con los japoneses. Utilizando explosivos de alto poder, los Tiger II pueden empezar a salir de la playa. La infantería japonesa va armada con explosivos que pueden lanzar casi a quemarropa. La tercera división de infantería británica se enfrenta a ellos. Son las 10 am. Cuando Brooke lo sabe no duda y ordena que los tanques tapen la brecha. A las 11 llegará la Royal Navy para aislar la cabeza de puente.

  La Royal Navy ataca en una decena de formaciones navales diferentes. El grueso de la flota procede de Escocia y la flota alemana la intentará interceptar. En el aire, se observa la participación de aviones torpederos japoneses. Los británicos logran interceptar envíos y hundir naves de abastecimiento, pero con graves pérdidas y solo para un éxito parcial.

  Al mediodía, los británicos han prácticamente aniquilado a las fuerzas enemigas en Sandwich, pero la fuerza de Ramsgate (la Gross Deutschland) ha sobrepasado las defensas. Los británicos pueden enviarles otra división blindada. Entonces sucede algo no previsto: se entabla una batalla callejera en torno al puerto de Ramsgate.

  Alan Brooke culpará del fracaso a la Royal Navy: los alemanes logran seguir enviando municiones a través del mar. A media tarde, las defensas de Walmer y Deal también se han roto, y las divisiones Das Reich, Seelöwe y 28 alemanas logran unirse. Caerá la noche sin que el reducto, que llega de las playas hasta las proximidades de Canterbury, haya sido aniquilado.

  En París, el gobierno francés está cada vez más nervioso: al negarse a participar en la invasión esperaban que Hitler desistiera y continuara el camino de la negociación. Ahora existe el riesgo de que la invasión triunfe. Si lo hace a pesar de la neutralidad de Francia, Hitler tomará represalias porque interpreta su falta de apoyo como traición. Y, mientras tanto, se ha detectado ya la llegada de los bombarderos B-29 a la base aérea de Islandia. El Congreso norteamericano se reúne casi de forma continua, a la espera de que el Presidente Kennedy solicite la autorización del bombardeo -es decir, la declaración de guerra-. Es entonces cuando Pierre Laval cree que es su mejor oportunidad para sacar adelante una solución negociada. Precisamente, porque Francia trata de encontrar su lugar en el mundo como un nexo de unión entre Europa y América.

  Durante todo el día 7 de junio los ingenieros alemanes van ensamblando un puerto artificial en la Bahía de Sandwich a fin de poder desembarcar el enorme ejército nazi que espera en el continente. Aún no ha acabado la sangrienta conquista de Ramsgate, cuyo puerto, de todas formas, necesitará semanas para poder ser utilizado. En el aire y el mar continua la lucha. Si los alemanes no son incomunicados del continente, su victoria es inevitable. Pero ese día llega la propuesta del gobierno francés a Washington y a Berlín.

  La propuesta, firmada por el rey de Francia, consiste en la desmilitarización del Atlántico y en la apertura de negociaciones sobre la conveniencia o no del arma atómica. Significaría que los americanos no dispondrán de ningún aeródromo desde donde pudieran alcanzar Alemania con los bombarderos de largo alcance. Gran Bretaña se desmilitarizaría pero su soberanía se respetará. 

  Hitler, que lleva varios días sin dormir y se encuentra en un bunker de Bruselas, dirigiendo la invasión, consulta con los militares. Manstein no está seguro de que puedan resistir los desembarcados. Hay un grave riesgo de que los cien mil soldados del Eje que quedan atrincherados entre Canterbury y Ramsgate no puedan resistir al millón de soldados británicos armados hasta los dientes que los rodean. Todo depende de que la Royal Navy logre o no incomunicarlos del continente. Hitler se enfurece, porque pensaba que lo más difícil, el éxito del día T, ya se había logrado. Manstein asegura que las bajas son altísimas y que la munición de las armas pesadas puede agotarse en cualquier momento; por ahora se mantienen gracias al sacrificio de la Luftwaffe y el apoyo de la artillería naval. Hermann Goering anima a Hitler a aceptar la oferta si hay un cese el fuego inmediato. Al fin y al cabo, saben que en Islandia ya hay bombarderos de largo alcance, casi con seguridad con bombas atómicas.

  En Washington, Kennedy quiere que la oferta se acepte. Entre otras cosas, convertirá a Gran Bretaña en un país sin ejército, y por lo tanto, los británicos no podrán volver a entrometerse en la política exterior norteamericana. Estados Unidos conservará el arma atómica y ganará tiempo, ya que, durante todo el mes de junio solo disponen de dos bombas fabricadas. Una sobre Berlin y otra sobre el Ruhr... ¿y después qué? Y suponiendo que los aviones logren alcanzar los objetivos...

  En Londres, Eden es partidario de aceptar, pero no los laboristas. ¿Desarmarse y después ser invadidos sin poder oponer resistencia? ¿Y quién garantizará el trato?, ¿los franceses? Al igual que en Alemania, son los militares británicos los que presionan para que se acepte un alto el fuego. Eso permitirá concentrar todas las divisiones blindadas británicas en torno al reducto alemán.

   Los laboristas saben que una tregua será probablemente irreversible. Los franceses han pasado diversas propuestas, y en la mayoría pretenden reducir el ejército británico a las dimensiones y características del alemán tras el Tratado de Versalles.

  El día T+2, 8 de junio por la tarde, se declara el alto el fuego. Los alemanes ocupan seis mil kilómetros cuadrados del condado de Kent, incluyendo el puerto (destruido) de Ramsgate. La artillería británica puede cubrir, por tanto, todo el terreno.

  Las negociaciones tienen lugar de nuevo en Dublin, adonde acuden el hijo del Presidente estadounidense, el brillante John F Kennedy, y el jefe de inteligencia nazi Schellenberg.  Durante seis días se prolongan las negociaciones hasta que el Presidente norteamericano acepta tras una nueva jugada de Hitler: los alemanes han arrancado el compromiso a los franceses de que, si los británicos se niegan a aceptar la desmilitarización, Francia entonces enviará su aviación y su Marina en auxilio del Eje. Tres mil aviones franceses y toda la flota de guerra francesa son un argumento convincente. Petain ha conseguido a cambio otra concesión: un plebiscito por la independencia de Quebec, región francófona de Canadá que se ha resistido a ir a la guerra del lado de Gran Bretaña.

  El "Segundo acuerdo de Dublin" se firma el 15 de junio de 1945. Al día siguiente, victoriosos, comienzan a reembarcar los alemanes de regreso al continente. A su vez, llegan oficiales franceses a los aeródromos británicos para supervisar el desarme.

  La invasión de Inglaterra se ha abortado tras tres sangrientos días en los cuales han muerto treinta mil militares del Eje (casi todos alemanes), veinte mil británicos y unos diez mil civiles. El general Curtis LeMay, de las fuerzas aéreas norteamericanas retira sus bombarderos atómicos de Islandia. La isla va a ser también desmilitarizada. Groenlandia, las Feroe, Madeira y las Azores también.

  La flota británica en su mayor parte se dirige a puertos canadienses. La Royal Navy no puede conservar buques de más de cinco mil toneladas (cruceros ligeros). La RAF desaparece: los aparatos también pasan a Canadá, dominio que se encuentra ahora atiborrado de armamento y de bastantes militares británicos. 

  En teoría, los alemanes podrían desembarcar impunemente en los meses venideros, una vez los británicos se hayan desarmado, pero Hitler sabe que entonces Estados Unidos, esta vez sin vacilación ninguna, declararía la guerra. La Marina norteamericana es muy superior y puede reocupar cualquier isla atlántica desde donde lanzar el maligno artefacto. Mientras lleven la delantera en la tecnología nuclear, Alemania respetará el Tratado.

  Los tres terribles días de guerra han cansado a Hitler. La crisis atómica se ha conjurado y Gran Bretaña ha dejado de ser un enemigo a temer, pero quizá lo más fastidioso para el Führer ha sido el papel jugado por los franceses, cómo han sabido maniobrar entre unos y otros. 

  Hitler masculla a sus íntimos: "tendrán su Quebec libre, pero nunca les devolveré Alsacia..."

  El ministro Ribbentrop considera que es factible poner en marcha iniciativas secesionistas en Escocia y Gales. Así se podrían establecer bases militares alemanas en Gran Bretaña. El ministro Rosenberg considera que no puede descartarse que, una vez separados de las naciones célticas, los ingleses, en buena parte sajones, podrían llegar a ser incorporados al Reich. Al fin y al cabo, no son menos arios que los pueblos bálticos.

   Sin embargo, todos reconocen que es mucho el trabajo que queda para incorporar al Reich los demás pueblos arios de la Europa continental. De hecho, solucionada la crisis atómica, ahora, antes de que acabe el verano, debe establecerse el dominio político sobre Suecia y Suiza, naciones aún neutrales. Lo primero será imponerles un Tratado de Paz que les fuerce a aceptar bases militares alemanas.

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